-¡Un naufragio!- gritó Manuel mientras corría hacia una escalera que conducía hacia la playa
-¡Espérame!- gritaba Graciela -¡Yo también quiero saber!
Manuel corrió escalera abajo y, unos pocos pasos más arriba iba, siguiéndolo, Graciela. Finalmente llegaron a la orilla del mar, donde estaban dos hombres, sacando del agua oscura a otros tres.
-¿Qué pasó?- gritó fuerte Manuel en el momento exacto en el que Graciela lo alcanzó.
-La tormenta hizo estrellar nuestro pequeño botecito contra las rocas de allá- dijo, con voz grave el hombre, señalando unas rocas que se veían hacia el sur.
-Peri si la tormenta aún no comienza- dijo Graciela
-Seguramente ya llovía en donde estaban ellos- dijo, explicándole en voz baja Manuel.
-Y, ¿qué hacían en un bote durante la tormenta?- agregó Manuel
-Seguíamos eso... Como todos los demás- dijo el hombre, mientras señalaba el reflejo dorado, que ahora se veía más brillante que nunca.
-¿Es el mismo que vimos nosotros allá arriba, no?- dijo Graciela mirando a Manuel.
-Supongo que sí…
-Pero ¿Por qué seguían un simple reflejo del mar?- dijo Graciela mirando al hombre, que aparentaba ser un pescador
-¿No conocen la leyenda?
-Sí- No…- contestaron Manuel y Graciela al mismo tiempo
-¿No conoces la historia?- agregó instantáneamente Manuel
-¿La historia del destello brillante en las olas?- dijo Graciela burlándose
-No, la de la “Balsa de Oro”- dijo, algo ofendido, el pescador
-Jamás la había oído antes- dijo Graciela
-¿Porteña, no?- dijo con desdén
-Sí
-¿Conoce al virrey Cisneros, verdad?
-El de la Revolución de Mayo…
-Sí, ¿Cuántos otros hubo?... Bueno, se dice que toda la gente española que estaba alrededor suyo comenzó a llevarse parte de todas las riquezas que tenía, cuando vieron que las cosas se “ponían feas”
-¿Y él sabía de eso? ¿O se las robaban?
-Supuestamente le habían dicho que era por su seguridad… pero nadie jamás volvió a saber de ellas
-¿Ni siquiera los que las habían robado?
-No, porque en realidad más que ladrones eran como Robin Hood
-¿Por qué?
-En realidad todos esos creían que hubieran sido mejores en el puesto de Cisneros y él no hacía otra cosa más que mostrarles a todos que era él quien tenía el poder.
Así que cuando todos se cansaron se pusieron de acuerdo y comenzaron a robarle las cosas y lanzarlas al mar en balsas de oro… con la esperanza de que otras personas las halaran. Se supone que en total eran siete balsas… los uruguayos dicen haber hallado dos… incluso dicen que se halló una en Ushuaia, pero yo dudo que haya llegado hasta allí.
-¿Y creen que eso de allí es una de esas balsas?
-Hay un mito en este pueblo (como en muchos otros), Señorita: Supuestamente las balsas se arrojaron a comienzos de 1810 y la gente asegura que un hermano de Cisneros vino hasta aquí en 1811 y se embarcó con unos pescadores… se dice que hallaron la balsa, luego de varios días, pero que en el camino un temporal hizo que se perdieran y se estrellaran en aquellas rocas de allá
-¿En las mismas que se estrellaron ustedes?
-Exacto. Mi bisabuelo aseguraba que el suyo había sido uno de los que estaba con los pescadores aquel día…
-¿Y qué pasó con la balsa?
-El temporal era tan intenso que por más que la gente trató de recuperarla, todos los esfuerzos fueron en vano y a la mañana siguiente la balsa ya había desaparecido
-¿Se la robaron?
-¡NUESTRA GENTE NO ROBA! ¡SE LA TRAGÓ EL MAR!
-Así que, resumiendo, ¿Creen que es una balsa, hecha de oro, que lanzaron al mar en 1810 y que encontramos aquí un año más tarde, pero que volvió a tragársela el mar y que doscientos años más tarde regresa al mismo lugar?- dijo Graciela burlándose, nuevamente.
-No, creemos que nunca se fue de esta agua y no se burle, Señorita, yo no me río de sus leyendas…
miércoles, 23 de junio de 2010
martes, 22 de junio de 2010
La Balsa De Oro: Parte V
Recordando todo eso, se sintió bendecida por no haberlas vuelto a cruzar. Así que tomó un taxi y llegó al mismo lugar de siempre. Como era un poco más temprano que otros años, estaba lleno de gente. Se sentó en el mismo lugar de siempre que, por suerte, nadie había ocupado aún.
-Me alegra verla por aquí, yo creí que este año ya no vendría- dijo Hernán, acercándose con la carta.
-¿Por qué?, si he venido aquí cada año
-Sí, pero suele venir una o dos semanas antes
-Tiene razón, no creí que se acordara tanto de mí
-¿Cómo no hacerlo? Creo que desde el ’95 la he visto cada año
-Desde el ’94, en realidad… -dijo ella con una risita.
Pidió lo de siempre y, después de habérselo acabado todo, se acercó al borde de la terraza, para mirar las pocas estrellas que había esa noche, reflejadas sobre el mar. De un momento a otro un olor intenso invadió sus pulmones y la hizo volver a la realidad, al verse obligada a toser. Cerró lo ojos por un momento y cuando los volvió a abrir se encontró a Manuel, uno de los dueños del local, que fumaba a su lado.
-¿Te molesta?, si quieres lo apago…
-No, está bien- dijo Graciela mientras seguía tosiendo
-Entonces lo apago- Y, sin decir más, lo pisó.
-No me molestaba- dijo ella mientras se ruborizaba.
-No hay problema. Sólo disfruta el paisaje.
Se hizo una pausa y, por un momento, sólo se escucharon las olas y un relámpago se vio en el horizonte.
-Vienes siempre aquí, ¿no?- dijo Manuel
-Sólo una vez al año
Entonces Manuel rompió en una carcajada
-Sí, pero vienes cada año… - Un trueno lejano lo interrumpió.
-¿Qué es eso?- agregó, señalando el mar
-Debe haber sido otro relámpago- dijo Graciela sin estar muy segura de lo que acaba de ver
-Pero… lo viste ¿no?
-Sí, fue como un destello en el horizonte
-Ya lo he visto otras veces… pero hace dos semanas que lo veo más seguido
-¿Qué es “más seguido”?
-Día por medio… cada dos o tres días…
-Será algún barco…
-No, en noches tormentosas no salen barcos de este puerto
-¿Y uno que… llegue… a este puerto?
-Ningún barco de los que llegan a este puerto brilla tanto.
-Bueno, entonces no tengo ninguno otra idea de qué pueda ser…
-Y ¿eso de allí?- dijo Manuel, ahora señalando la orilla
-Parece… gente… y un bote…
-Me alegra verla por aquí, yo creí que este año ya no vendría- dijo Hernán, acercándose con la carta.
-¿Por qué?, si he venido aquí cada año
-Sí, pero suele venir una o dos semanas antes
-Tiene razón, no creí que se acordara tanto de mí
-¿Cómo no hacerlo? Creo que desde el ’95 la he visto cada año
-Desde el ’94, en realidad… -dijo ella con una risita.
Pidió lo de siempre y, después de habérselo acabado todo, se acercó al borde de la terraza, para mirar las pocas estrellas que había esa noche, reflejadas sobre el mar. De un momento a otro un olor intenso invadió sus pulmones y la hizo volver a la realidad, al verse obligada a toser. Cerró lo ojos por un momento y cuando los volvió a abrir se encontró a Manuel, uno de los dueños del local, que fumaba a su lado.
-¿Te molesta?, si quieres lo apago…
-No, está bien- dijo Graciela mientras seguía tosiendo
-Entonces lo apago- Y, sin decir más, lo pisó.
-No me molestaba- dijo ella mientras se ruborizaba.
-No hay problema. Sólo disfruta el paisaje.
Se hizo una pausa y, por un momento, sólo se escucharon las olas y un relámpago se vio en el horizonte.
-Vienes siempre aquí, ¿no?- dijo Manuel
-Sólo una vez al año
Entonces Manuel rompió en una carcajada
-Sí, pero vienes cada año… - Un trueno lejano lo interrumpió.
-¿Qué es eso?- agregó, señalando el mar
-Debe haber sido otro relámpago- dijo Graciela sin estar muy segura de lo que acaba de ver
-Pero… lo viste ¿no?
-Sí, fue como un destello en el horizonte
-Ya lo he visto otras veces… pero hace dos semanas que lo veo más seguido
-¿Qué es “más seguido”?
-Día por medio… cada dos o tres días…
-Será algún barco…
-No, en noches tormentosas no salen barcos de este puerto
-¿Y uno que… llegue… a este puerto?
-Ningún barco de los que llegan a este puerto brilla tanto.
-Bueno, entonces no tengo ninguno otra idea de qué pueda ser…
-Y ¿eso de allí?- dijo Manuel, ahora señalando la orilla
-Parece… gente… y un bote…
lunes, 21 de junio de 2010
La Balsa De Oro: Parte IV
El día llegó y Graciela trató de preparar sus nervios para sobrevivir todo un fin de semana largo con todos los miembros más locos de su familia, y al llegar descubrió -para su desgracia- que su madre tenía razón y absolutamente todos habían ido: los primos: Susana, su marido, los tres chicos; Mariana y “El Tano”; Federico y su mujer -con la panzota-; Fernando y su novia. Los tíos: Marta y Pepe, y Francisco y Ángela. Las tías de la mamá de Graciela: Lola y Rosa, y los tíos del papá: Roberto y Josefina, y el pobre solterón, Domingo, uno de los pocos personajes que parecía estar siempre de buen humor en ese lugar.
Así que, como siempre, Graciela fue a su cuarto, guardó silencio durante un par de horas -que pasó leyendo un antiguo libro que había descubierto bajo la cama- y luego, cuando ya todos estaban aparentemente dormidos, salió de su cuarto sigilosamente, con la esperanza de alcanzar las escaleras sin ser vista. El corredor estaba a media luz, de modo que si alguien salía de su cuarto la vería sin dudarlo. Lentamente fue acercándose al pasamanos y dio pasos suaves pero seguros, escaleras abajo. Finalmente llegó al último escalón, ahora ya nadie podía verla. El living y el comedor estaban completamente oscuros, sólo había una pequeña lucecita que venía desde la cocina. Podía ser cualquier cosa: una luz que dejaron prendida toda la noche, alguien que seguía lavando los platos, ladrones… y la lista seguía. No se preocupó demasiado, ya estaba feliz con haber llegado a la planta baja sin ser descubierta. Ya le había pasado antes: hacía un par de años atrás se había encontrado a la tía Lola y la tía Rosa que iban a dar un paseo nocturno al Bingo...
-¿Qué hacen despiertas a esta hora?- Había sido lo único que se le había ocurrido a Graciela en ese momento.
-¡Pero si aún no es media noche! Dijo Lola con tono de sorpresa
-Sí, pero todos siempre se van a dormir temprano aquí
-¡Mentira, cariño! Todos se van a sus cuartos temprano- dijo Rosa
-Claro… todos encuentran algo que hacer puertas adentro
-Tu padre mira los canales de compras por televisión, por ejemplo
-Bueno, bueno… yo sólo iba a tomar un café
-¿Con tu amante?- preguntó Lola
-Sabes que a nosotras puedes contarnos todo- agregó Rosa
-Ni siquiera tengo marido ¿cómo se supone que tenga un amante?- dijo Graciela riéndose.
-Entonces… ¿tienes un novio secreto?
-No, lo siento, no tengo nada emocionante que decirles… si quieren les invento algo
-No, querida, así está bien… - dijo Rosa
-Bueno, quizás conozcas a alguien esta noche- agregó Lola
-Lo dudo, he ido a ese lugar muchísimas de veces y siempre estoy yo sola
-Búscate otro lugar entonces, cariño- dijo Lola antes de irse
-Adiós niña, se nos hace tarde- agregó Rosa.
Así que, como siempre, Graciela fue a su cuarto, guardó silencio durante un par de horas -que pasó leyendo un antiguo libro que había descubierto bajo la cama- y luego, cuando ya todos estaban aparentemente dormidos, salió de su cuarto sigilosamente, con la esperanza de alcanzar las escaleras sin ser vista. El corredor estaba a media luz, de modo que si alguien salía de su cuarto la vería sin dudarlo. Lentamente fue acercándose al pasamanos y dio pasos suaves pero seguros, escaleras abajo. Finalmente llegó al último escalón, ahora ya nadie podía verla. El living y el comedor estaban completamente oscuros, sólo había una pequeña lucecita que venía desde la cocina. Podía ser cualquier cosa: una luz que dejaron prendida toda la noche, alguien que seguía lavando los platos, ladrones… y la lista seguía. No se preocupó demasiado, ya estaba feliz con haber llegado a la planta baja sin ser descubierta. Ya le había pasado antes: hacía un par de años atrás se había encontrado a la tía Lola y la tía Rosa que iban a dar un paseo nocturno al Bingo...
-¿Qué hacen despiertas a esta hora?- Había sido lo único que se le había ocurrido a Graciela en ese momento.
-¡Pero si aún no es media noche! Dijo Lola con tono de sorpresa
-Sí, pero todos siempre se van a dormir temprano aquí
-¡Mentira, cariño! Todos se van a sus cuartos temprano- dijo Rosa
-Claro… todos encuentran algo que hacer puertas adentro
-Tu padre mira los canales de compras por televisión, por ejemplo
-Bueno, bueno… yo sólo iba a tomar un café
-¿Con tu amante?- preguntó Lola
-Sabes que a nosotras puedes contarnos todo- agregó Rosa
-Ni siquiera tengo marido ¿cómo se supone que tenga un amante?- dijo Graciela riéndose.
-Entonces… ¿tienes un novio secreto?
-No, lo siento, no tengo nada emocionante que decirles… si quieren les invento algo
-No, querida, así está bien… - dijo Rosa
-Bueno, quizás conozcas a alguien esta noche- agregó Lola
-Lo dudo, he ido a ese lugar muchísimas de veces y siempre estoy yo sola
-Búscate otro lugar entonces, cariño- dijo Lola antes de irse
-Adiós niña, se nos hace tarde- agregó Rosa.
domingo, 20 de junio de 2010
La Balsa De Oro: Parte III
Para mantener su salud mental, Graciela había encontrado un efectivo método: desde el otoño del '94, en el que toda la familia había estado ocupada siguiendo los pasos de su prima y su noviecito, ella se había tomado la costumbre de ir a un pequeño barcito, en el último rinconcito abandonado del pueblo, y tomarse un café irlandés doble con una porción de torta de manzana -con mucha canela- mientras miraba el mar. Solía ir de noche, escapándose de la familia, mientras todos dormían.
El lugar al que iba era una antigua casa de familia transformada y dividida en dos: de un lado estaba el barcito y del otro, había una panadería. Siempre se sentaba en la misma mesa, en un rincón de la terraza, donde la suave brisa de abril le quitaba todo el sueño. Ya estaba completamente acostumbrada a las pequeñas mesas cuadradas, con manteles verdes y marrones y sillas de madera que combinaban a la perfección, aunque poco podrían distinguirse los colores a la hora que iba ella. Sabía que aquel lugar, atendido por sus dueños, que ya la reconocían, estaba abierto todo el año y los cinco hermanos se relevaban en turnos para atenderlo.
El hermano mayor atendía, generalmente a la mañana, por lo que a penas lo había visto una o dos veces, ya que ella estaba acostumbrada a ir a la noche. El hermano más joven era el que atendía el mostrador durante la noche, junto a otro que tenía dos o tres años más y que se dedicaba a atender las mesas. Estos eran los dos que ella conocía más: el que atendía la caja se llamaba Manuel, tenía “30 y pico” y a la hora que solía ir Graciela, generalmente no tenía mucho trabajo, por lo que mataba el tiempo fumando en la terracita del bar mientras miraba el mar.
El otro hermano se llamaba Hernán y era el que iba y venía entre las pocas mesas con gente que había en ese horario. Mientras no tenía nada que se hacer se acercaba a su hermano al borde de la terraza y le alcanzaba una tacita de café y charlaba con él en voz baja. Los otros hermanos trabajaban en la cocina, o en la panadería, por lo que ella no conocía a ninguno.
Ese año Don Sicialianni -como le decían en el pueblito- había llamado a Graciela pidiéndole que fuera a la típica reunión una vez más. En ese momento, Graciela tenía la oportunidad de conseguir un trabajo importante, por lo que ya no tenía ningún interés en ir a aquella reunión, cuando podía encontrar una solución a sus problemas económicos. Pero justo cuando ella se había decidido a llamar a su padre y decirle que no iría, su madre se anticipó y la llamó, diciéndole que debía asistir a esa reunión: “Todos tus primos van a ir”, lo que prácticamente fue obligarla.
El lugar al que iba era una antigua casa de familia transformada y dividida en dos: de un lado estaba el barcito y del otro, había una panadería. Siempre se sentaba en la misma mesa, en un rincón de la terraza, donde la suave brisa de abril le quitaba todo el sueño. Ya estaba completamente acostumbrada a las pequeñas mesas cuadradas, con manteles verdes y marrones y sillas de madera que combinaban a la perfección, aunque poco podrían distinguirse los colores a la hora que iba ella. Sabía que aquel lugar, atendido por sus dueños, que ya la reconocían, estaba abierto todo el año y los cinco hermanos se relevaban en turnos para atenderlo.
El hermano mayor atendía, generalmente a la mañana, por lo que a penas lo había visto una o dos veces, ya que ella estaba acostumbrada a ir a la noche. El hermano más joven era el que atendía el mostrador durante la noche, junto a otro que tenía dos o tres años más y que se dedicaba a atender las mesas. Estos eran los dos que ella conocía más: el que atendía la caja se llamaba Manuel, tenía “30 y pico” y a la hora que solía ir Graciela, generalmente no tenía mucho trabajo, por lo que mataba el tiempo fumando en la terracita del bar mientras miraba el mar.
El otro hermano se llamaba Hernán y era el que iba y venía entre las pocas mesas con gente que había en ese horario. Mientras no tenía nada que se hacer se acercaba a su hermano al borde de la terraza y le alcanzaba una tacita de café y charlaba con él en voz baja. Los otros hermanos trabajaban en la cocina, o en la panadería, por lo que ella no conocía a ninguno.
Ese año Don Sicialianni -como le decían en el pueblito- había llamado a Graciela pidiéndole que fuera a la típica reunión una vez más. En ese momento, Graciela tenía la oportunidad de conseguir un trabajo importante, por lo que ya no tenía ningún interés en ir a aquella reunión, cuando podía encontrar una solución a sus problemas económicos. Pero justo cuando ella se había decidido a llamar a su padre y decirle que no iría, su madre se anticipó y la llamó, diciéndole que debía asistir a esa reunión: “Todos tus primos van a ir”, lo que prácticamente fue obligarla.
sábado, 19 de junio de 2010
La Balsa De Oro: Parte II
Por otro lado estaban sus primos: Federico y Fernando, con quienes disfrutaba más conversando que con cualquier otro miembro de la familia. Federico era el hermano menor de Susana -tenía treinta y seis- y siempre había sido el niño perfecto de la familia pero, en contraste con su hermana y su otra prima, él jamás exageraba sus logros ni agrandaba las cosas para hacer sentir mal a los demás, y menos a Graciela que, según él, era su prima favorita. El niño perfecto era doctor y había conseguido la dirección de un hospital a la temprana edad de treinta y cuatro. A los treinta y dos se había casado con una chica que conocía desde sus días de secundaria y ahora estaba en la cuenta regresiva para convertirse en padre por primera vez.
El otro primo era Fernando, hermano mayor de Mariana. Tenía treinta y seis (igual que Federico) pero siempre había sido la oveja negra - se decía que Mariana había seguido sus consejos cuando se escapó a Italia- Él jamás dejó a escuela pero, en un principio, tampoco la terminó: había desaprobado tantas materias, que jamás le dieron el título. A los diecinueve años sus padres lo obligaron a rendir las materias que debía y entrar en la Facultad de Derecho, pero él sólo fue tres meses y no asistió a más de diez clases. Entonces se decidió por seguir su vocación musical y formó una banda de Rock Alternativo con sus antiguos compañeros de secundaria. Si bien toda la familia lo consideraba una mancha, tanto Federico como Graciela, sus amigos y su novia - una chica muy bonita de la que había estado enamorado desde los cinco años- creían que era, probablemente, la mejor persona que habían conocido. Y él se esforzaba para mantener esa idea en la gente: siempre que uno necesitaba ayuda él sería el primero en aparecer dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Pero bueno, si bien Fernando y Federico eran una gran compañía y a ella le encantaba encontrarlos de cuando en cuando y tener largas y tendidas conversaciones, Graciela ya se había cansado de aquellas reuniones y hacía años que sólo iba para complacer a su padre, que no hacía otra cosa más que preguntarle cuándo iba a casarse y darle nietos.
Para sumarle un atractivo más al fin de semana de los Sicilianni, iban las tías de sus padres, que no hacían otra cosa más que criticar a todos los presentes ...
El otro primo era Fernando, hermano mayor de Mariana. Tenía treinta y seis (igual que Federico) pero siempre había sido la oveja negra - se decía que Mariana había seguido sus consejos cuando se escapó a Italia- Él jamás dejó a escuela pero, en un principio, tampoco la terminó: había desaprobado tantas materias, que jamás le dieron el título. A los diecinueve años sus padres lo obligaron a rendir las materias que debía y entrar en la Facultad de Derecho, pero él sólo fue tres meses y no asistió a más de diez clases. Entonces se decidió por seguir su vocación musical y formó una banda de Rock Alternativo con sus antiguos compañeros de secundaria. Si bien toda la familia lo consideraba una mancha, tanto Federico como Graciela, sus amigos y su novia - una chica muy bonita de la que había estado enamorado desde los cinco años- creían que era, probablemente, la mejor persona que habían conocido. Y él se esforzaba para mantener esa idea en la gente: siempre que uno necesitaba ayuda él sería el primero en aparecer dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Pero bueno, si bien Fernando y Federico eran una gran compañía y a ella le encantaba encontrarlos de cuando en cuando y tener largas y tendidas conversaciones, Graciela ya se había cansado de aquellas reuniones y hacía años que sólo iba para complacer a su padre, que no hacía otra cosa más que preguntarle cuándo iba a casarse y darle nietos.
Para sumarle un atractivo más al fin de semana de los Sicilianni, iban las tías de sus padres, que no hacían otra cosa más que criticar a todos los presentes ...
viernes, 18 de junio de 2010
La Balsa De Oro: Parte I
Acá les dejo la primer parte del segundo cuento que publico. Disfruten...
Otra vez había llegado esa época del año. Durante cada otoño de los últimos cincuenta años la familia Sicilianni se había reunido en la enorme casa de los abuelos en un olvidado pueblito costero al sur de Buenos Aires. Todo era diversión para Graciela, Susana, Mariana, Fernando y Federico mientras tenían entre cinco y doce años, pero con el correr de los años las cosas habían cambiado: Susana, hermana de Federico, tenía ya cuarenta años, era maestra, estaba casada - con un profesor que había conocido en el colegio en donde trabajaba hacía más de quince años- y tenía tres hijos: Tiziano y Francisco - los gemelos del desastre- y Laura, una bebé de a penas cuatro meses. Mariana, por otro lado, había optado por una vida completamente diferente. A los dieciséis años dejó la secundaria y huyó a Italia con un chico con el que había estado saliendo por dos semanas durante la reunión familiar del otoño del '94. Aparentemente la suerte estuvo de su lado porque, si bien toda la familia fue hasta Italia para llevarla de regreso a Buenos Aires y obligarla a retomar sus estudios, ella siguió viendo al "Tano" a escondidas y a los veinte años se casó, justo un mes antes de que el abuelo del Tano falleciera y le dejara absolutamente todo a su único nieto. Así que para esas alturas, la hermana de Fernando, ya tenía treinta y dos años y estaba casada con un extranjero casi millonario.
Por último, como siempre, estaba Graciela que no tenía hermanos, ni marido, ni hijos, ni perro... y menos dinero. Ella había decidido seguir su vocación: estudió en Bellas Artes y se dedicaba a vender sus pinturas y esculturas, lo cual, como se imaginarán, no le dejaba mucho dinero. Para compensarlo, trabajaba en una galería de arte los fines de semana, en donde la dejaban exponer sus obras y le daban un pequeñp sueldo. Ella no se quejaba de su vida, pero las cosas habían cambiado y definitivamente desde los doce años ya no encontraba placer en aquellas reuniones en dónde lo único que escuchaba eran fabulosos relatos de sus primas ...
Otra vez había llegado esa época del año. Durante cada otoño de los últimos cincuenta años la familia Sicilianni se había reunido en la enorme casa de los abuelos en un olvidado pueblito costero al sur de Buenos Aires. Todo era diversión para Graciela, Susana, Mariana, Fernando y Federico mientras tenían entre cinco y doce años, pero con el correr de los años las cosas habían cambiado: Susana, hermana de Federico, tenía ya cuarenta años, era maestra, estaba casada - con un profesor que había conocido en el colegio en donde trabajaba hacía más de quince años- y tenía tres hijos: Tiziano y Francisco - los gemelos del desastre- y Laura, una bebé de a penas cuatro meses. Mariana, por otro lado, había optado por una vida completamente diferente. A los dieciséis años dejó la secundaria y huyó a Italia con un chico con el que había estado saliendo por dos semanas durante la reunión familiar del otoño del '94. Aparentemente la suerte estuvo de su lado porque, si bien toda la familia fue hasta Italia para llevarla de regreso a Buenos Aires y obligarla a retomar sus estudios, ella siguió viendo al "Tano" a escondidas y a los veinte años se casó, justo un mes antes de que el abuelo del Tano falleciera y le dejara absolutamente todo a su único nieto. Así que para esas alturas, la hermana de Fernando, ya tenía treinta y dos años y estaba casada con un extranjero casi millonario.
Por último, como siempre, estaba Graciela que no tenía hermanos, ni marido, ni hijos, ni perro... y menos dinero. Ella había decidido seguir su vocación: estudió en Bellas Artes y se dedicaba a vender sus pinturas y esculturas, lo cual, como se imaginarán, no le dejaba mucho dinero. Para compensarlo, trabajaba en una galería de arte los fines de semana, en donde la dejaban exponer sus obras y le daban un pequeñp sueldo. Ella no se quejaba de su vida, pero las cosas habían cambiado y definitivamente desde los doce años ya no encontraba placer en aquellas reuniones en dónde lo único que escuchaba eran fabulosos relatos de sus primas ...
jueves, 17 de junio de 2010
18:55 - Desenlace
Cada vez comprendía menos qué estaba pasando. Estaba sentado en un pasillo, enfermeras iban y venían, y a su lado estaban sentados su padre y el mismo hombre de la playa y el parque. Miró su mano y tenía un cigarrillo en ella. Pasaron unos pocos minutos y de una puerta salió una enfermera y dijo “lo felicito, es un varón”, pero cuando se acercó a la puerta para entrar y ver al bebé, la enfermera entró, cerrándole la puerta en la cara y él se vio en un gran espacio en blanco, cuando volvió a abrir los ojos. Esta vez no había nada de nada, hasta que notó que el mismo hombre venía caminando derecho hacia él.
-¿Sabes por qué estás aquí, verdad?
-No sé ni dónde estoy.
-¿Reconoces lo que acabas de ver?
-Sí, primero vi el día en que conocí a Graciela, luego volví a cuando era niño y conocí a mi perro, y por último, cuando nació mi hijo.
-Bien.
-¿Puede decirme su nombre o algo, señor?
-Sí, soy Pedro. Ahora dime, ¿qué sientes al haber vuelto a ver todo esto?
-Me dieron ganas de acariciar a mi perro, llamar a mi hijo, y bueno... no puedo hacer nada por Graciela... yo la perdí. Igual, en cuanto despierte voy a llamarla.
-¿Qué dijiste?
-Que voy a llamarla.
-Ya no puedes hacerlo.
-Ya sé que está con otro, pero no voy a molestarlos.
-No me refiero a eso, ya no despertarás.
-¿Por qué no?, dentro de ocho horas volveré a despertar.
-¿8 horas?... ¿Qué decía la etiqueta?
-“2 PASTILLAS: 8 HORAS...”
-¿Cuántas pastillas tomaste tú?
-¿Sabes por qué estás aquí, verdad?
-No sé ni dónde estoy.
-¿Reconoces lo que acabas de ver?
-Sí, primero vi el día en que conocí a Graciela, luego volví a cuando era niño y conocí a mi perro, y por último, cuando nació mi hijo.
-Bien.
-¿Puede decirme su nombre o algo, señor?
-Sí, soy Pedro. Ahora dime, ¿qué sientes al haber vuelto a ver todo esto?
-Me dieron ganas de acariciar a mi perro, llamar a mi hijo, y bueno... no puedo hacer nada por Graciela... yo la perdí. Igual, en cuanto despierte voy a llamarla.
-¿Qué dijiste?
-Que voy a llamarla.
-Ya no puedes hacerlo.
-Ya sé que está con otro, pero no voy a molestarlos.
-No me refiero a eso, ya no despertarás.
-¿Por qué no?, dentro de ocho horas volveré a despertar.
-¿8 horas?... ¿Qué decía la etiqueta?
-“2 PASTILLAS: 8 HORAS...”
-¿Cuántas pastillas tomaste tú?
miércoles, 16 de junio de 2010
18:55 - Parte III
Volvió al rincón donde estaba el perro. Se sentó en el piso. Abrió el frasco y sacó dos pastillas. Leyó en la etiqueta: “2 PASTILLAS: 8 HORAS DE SUEÑO GARANTIZADO”. Miró la palma de su mano, tomó las pastillas y se recostó sobre el labrador. Cerró los ojos, dos minutos más tarde los volvió a abrir y dijo en voz alta “8 horas de sueño no me servirán de nada, todo será igual cuando despierte”, y volvió a agarrar el frasquito que se había guardado en el bolsillo.
La próxima vez que abrió los ojos estaba en una plaza, sentado en un banco que, por algún motivo, sentía familiar. A su lado había un hombre y a sus pies estaba jerónimo, su perro. Miró a su alrededor sin entender bien las cosas. Vio un cielo magnífico, como pocas veces había visto en su vida. El sol resplandecía entre los edificios de Buenos Aires. Era primavera, las flores coloridas le agregaban alegría al paisaje. La plaza parecía estar desierta. Volvió a tener la sensación de que ya no le había vivido. Siguió mirando el solitario paisaje. De repente vio que una figura se acercaba desde lejos. Al acercarse distinguió que rea una mujer, aunque no podía ver su rostro aún. Llevaba un vestido rojo, que combinaba con la alegría de las flores, y caminaba con seguridad. Medio minuto después estaba lo suficientemente cerca como para distinguirla. “GRACIELA”, exclamó, pero en la décima de segundo que le tomó un parpadeo, el paisaje había cambiado y ahora se encontraba en la playa. No comprendió bien qué había sucedido, pero de repente se sintió abrumado por la inmensa cantidad de gente que lo rodeaba. Miró a su alrededor, había gente en todas las direcciones. Notó que a pocos metros, en una sombrilla, estaban su hermano menor y sus padres. Miró sus manos y pies y notó que estaba más joven. Tocó su rostro, y notó la ausencia de barba. Mientras volvía la cabeza para observar a su familia, nuevamente vio al mismo hombre que estaba sentado a su lado en la plaza, y al mirar al frente nuevamente vio un pequeño cachorro que se acercaba corriendo. Él se acercó y lo llamó para acariciarlo, pero el perro pasó de largo y en otro abrir y cerrar de ojos se encontró en un hospital ...
La próxima vez que abrió los ojos estaba en una plaza, sentado en un banco que, por algún motivo, sentía familiar. A su lado había un hombre y a sus pies estaba jerónimo, su perro. Miró a su alrededor sin entender bien las cosas. Vio un cielo magnífico, como pocas veces había visto en su vida. El sol resplandecía entre los edificios de Buenos Aires. Era primavera, las flores coloridas le agregaban alegría al paisaje. La plaza parecía estar desierta. Volvió a tener la sensación de que ya no le había vivido. Siguió mirando el solitario paisaje. De repente vio que una figura se acercaba desde lejos. Al acercarse distinguió que rea una mujer, aunque no podía ver su rostro aún. Llevaba un vestido rojo, que combinaba con la alegría de las flores, y caminaba con seguridad. Medio minuto después estaba lo suficientemente cerca como para distinguirla. “GRACIELA”, exclamó, pero en la décima de segundo que le tomó un parpadeo, el paisaje había cambiado y ahora se encontraba en la playa. No comprendió bien qué había sucedido, pero de repente se sintió abrumado por la inmensa cantidad de gente que lo rodeaba. Miró a su alrededor, había gente en todas las direcciones. Notó que a pocos metros, en una sombrilla, estaban su hermano menor y sus padres. Miró sus manos y pies y notó que estaba más joven. Tocó su rostro, y notó la ausencia de barba. Mientras volvía la cabeza para observar a su familia, nuevamente vio al mismo hombre que estaba sentado a su lado en la plaza, y al mirar al frente nuevamente vio un pequeño cachorro que se acercaba corriendo. Él se acercó y lo llamó para acariciarlo, pero el perro pasó de largo y en otro abrir y cerrar de ojos se encontró en un hospital ...
martes, 15 de junio de 2010
18:55 - Parte II
Volvió a darse media vuelta en la cama. Las piernas le pesaban demasiado. Sintió frío y se tapó con una manta que tenía en un rincón. La gotera la había mojado. La echó a un lado y se tapó con su saco de lana. Cerró los ojos. Imágenes extrañas volvieron a cruzar su mente. Un hombre solitario, de barba casi blanca y con algunos pelos canosos abría la puerta de una casa. La casa estaba completamente vacía. Sólo dos sillas, una mesa y una cama. Sobre la mesa había medio pan. Mordía el medio pan y estaba húmedo, completamente mojado, más bien. Comenzaba a gritar un nombre, pero no estaba seguro cuál.
Despertó y automáticamente se sentó en la cama pensando “GRACIELA”. Confundido, trató de pensar si tenía relación con el día en que su mujer lo había dejado pero, de un momento a otro, como si alguien hubiera instalado la idea en su cabeza, se dio cuenta que no era una imagen del pasado. “Es el futuro”, se dijo a sí mismo a los gritos. Volvió a recostarse. Notó que toda la cama estaba empapada, la gotera era cada vez más grande. Se levantó, comenzó a dar neuróticos paseos por su cuarto de una punta a la otra, casi como un loco. Dio un par de golpes a la pared, en más de una oportunidad. Se acostó en un rincón del cuarto, apoyando la cabeza en la panza de su perro viejo. El perro se quejó. Se dio vuelta como si siguiera en la cama. El perro emitió un ladrido ronco. Él sólo quería dormir. Decido, se paró, caminó hasta el gastado escritorio. Sacudió uno de los cajones hasta que logró abrirlo. Buscó entre papeles hasta que finalmente halló lo que buscaba. Un pequeño frasco transparente que contenía la respuesta a todos sus problemas ...
Despertó y automáticamente se sentó en la cama pensando “GRACIELA”. Confundido, trató de pensar si tenía relación con el día en que su mujer lo había dejado pero, de un momento a otro, como si alguien hubiera instalado la idea en su cabeza, se dio cuenta que no era una imagen del pasado. “Es el futuro”, se dijo a sí mismo a los gritos. Volvió a recostarse. Notó que toda la cama estaba empapada, la gotera era cada vez más grande. Se levantó, comenzó a dar neuróticos paseos por su cuarto de una punta a la otra, casi como un loco. Dio un par de golpes a la pared, en más de una oportunidad. Se acostó en un rincón del cuarto, apoyando la cabeza en la panza de su perro viejo. El perro se quejó. Se dio vuelta como si siguiera en la cama. El perro emitió un ladrido ronco. Él sólo quería dormir. Decido, se paró, caminó hasta el gastado escritorio. Sacudió uno de los cajones hasta que logró abrirlo. Buscó entre papeles hasta que finalmente halló lo que buscaba. Un pequeño frasco transparente que contenía la respuesta a todos sus problemas ...
lunes, 14 de junio de 2010
18:55 - Parte I
Acá les dejo la primera parte del primer cuento que comparto. Espero que vuelvan mañana para leer cómo sigue...
Era una tarde de domingo. Llovía. Llovía sin parar desde el lunes pasado. Prácticamente no había salido de su casa en toda la semana. Estaba harto de mirar televisión. No quería leer. Trató de dormir. No tenía sueño, había pasado la mayor parte de la semana durmiendo. Se escuchaba el agua caer en el jardín. Después de haberla escuchado toda la semana, se había tornado un ruido molesto. Estaba en la cama mirando el techo. Dos manchas de humedad habían resurgido en el viejo techo descascarado de su departamento. El tiempo pasaba lentamente. Miró el celular "18:40". Revisó la línea, no había recibido mensajes ni llamados en toda la semana. Una gota cayó rápidamente desde el techo. A penas rozó su pelo. Cerró los ojos y dio media vuelta. Trataba dormir. El ruido de la lluvia era cada vez más insoportable. Logró sumergirse en una somnolencia. Imágenes mezcladas cruzaban su mente: el jefe burlón, del trabajo que había perdido, el amante de su ex mujer; el rostro del médico que lo había puesto entre la espada y la pared al decirle "deje de fumar ya o no llegará a los 50", "todavía no llego a los 40", pensó él. Pero en realidad el médico estaba en lo cierto ...
Era una tarde de domingo. Llovía. Llovía sin parar desde el lunes pasado. Prácticamente no había salido de su casa en toda la semana. Estaba harto de mirar televisión. No quería leer. Trató de dormir. No tenía sueño, había pasado la mayor parte de la semana durmiendo. Se escuchaba el agua caer en el jardín. Después de haberla escuchado toda la semana, se había tornado un ruido molesto. Estaba en la cama mirando el techo. Dos manchas de humedad habían resurgido en el viejo techo descascarado de su departamento. El tiempo pasaba lentamente. Miró el celular "18:40". Revisó la línea, no había recibido mensajes ni llamados en toda la semana. Una gota cayó rápidamente desde el techo. A penas rozó su pelo. Cerró los ojos y dio media vuelta. Trataba dormir. El ruido de la lluvia era cada vez más insoportable. Logró sumergirse en una somnolencia. Imágenes mezcladas cruzaban su mente: el jefe burlón, del trabajo que había perdido, el amante de su ex mujer; el rostro del médico que lo había puesto entre la espada y la pared al decirle "deje de fumar ya o no llegará a los 50", "todavía no llego a los 40", pensó él. Pero en realidad el médico estaba en lo cierto ...
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