El año seguía pasando y las situaciones se repetían bastante, excepto por ciertas ocasiones. La relación entre Juan y Margarita seguía igual que siempre, nada nuevo había ocurrido, pero Margarita seguía conservando ilusiones en él y le tenía un cariño especial.
Llegó el cumpleaños de otra de sus amigas y su mejor amiga, Mariana, quien no lo había conocido aún, le pidió que llegado el momento le hiciera una seña para notar quién era. Durante la fiesta ella hizo lo que había arreglado pero la reacción en su amiga no fue la esperada. Luego de un rato de haberlo conocido, Mariana la tomó del brazo y disimuladamente le pidió que la acompañara hasta el baño.
-¿Qué estás pensando, Margarita?
-¿De qué me hablas?
-De Juan, ¿de qué más puedo estar hablando?
-No sé a que te refieres, en verdad no estoy segura de qué pasará con él, pero...
-Espera, espera, a eso me refiero- Le dijo interrumpiéndola.- ¿Tanta historia por él?- terminó de decir con gravedad.
-¿Por qué lo dices?
-Sólo míralo, tu madre se moriría si se lo presentas. ¡Por favor, sabes que no es para vos!
-¿De verdad piensas eso? ¿Qué te hace pensarlo?
-¡Absolutamente todo! ¿No viste cómo se comporta?
En ese momento recordó cómo se encontraba un momento antes de dejar el salón. Era verdad que él estaba jugando con su amiga, y probablemente sólo lo hacía para ponerla celosa, pero también recordaba que ella había hecho algo similar, meses atrás en el cumpleaños de Samanta. Le contó aquella situación a su amiga, que no había estado presente en ese momento, pero eso no cambió la forma de pensar de su amiga, sino que afirmó en ella la idea de que él debía decirle si le gustaba, y si no, no tenía por qué jugar de ese modo.
Ella se sintió de un modo extraño, ya que su madre le había dado a entender algo similar meses atrás, cuando recién se habían conocido. El hecho de que su amiga ahora pensara lo mismo no hacía ora cosa más que darle la razón a su mamá y plantear en Margarita la idea de que después de todo, quizás Juan y ella no fueran el uno para el otro como antes creía.
Regresaron a la fiesta y todo se desarrolló con normalidad. Margarita trató de no pensar demasiado sobre aquel tema, ya que eso no haría otra cosa más que arruinarle la noche. Era imposible aclarar sus ideas en aquel lugar, rodeada de gente, con la música fuerte y con Juan montando un espectáculo con una de sus "amiguitas".
Al regresar a su casa se sentía confundida, pero decidió irse a dormir y no pensar demasiado en el asunto, después de todo nada ataba a Juan y a ella. A la mañana siguiente incluso creyó haberse olvidado de lo sucedido y cuando los vio el lunes en la escuela ellos no aparentaban ser otra cosa más que amigos. Ella había decidido no darle más vueltas al asunto, pero de todas formas no pudo evitar recordar lo que Mariana le había dicho la noche del sábado, al ver a Juan cruzar la puerta de la escuela a la mañana del primer día de la semana.
Aquella semana continuó tranquila, aunque ella había empezado a sentir una nostalgia probablemente no sin fundamentos. Pocas semanas más tarde llegó la primavera, y el cumpleaños de Juan, y él pareció desesperarse por encontrar alguien que "le hiciera compañía". Debido a que nada había sucedido con su amiga, y probablemente no por falta de intenciones por parte de Juan, comenzó a acercarse cada vez más a una chica del año siguiente del colegio; hasta que finalmente comenzaron a salir. La verdad fue que Margarita, por más tristeza que sintiera en su interior, no exteriorizaba nada, ni siquiera a sus mejores amigas, ya que nada nunca la había unido a Juan, y ya habían pasado varios meses desde que se hubiera podido decir que él estaba interesado en ella. Igualmente, hasta ese momento, pensaba que él aún sentía algo por ella, aunque un cambio de actitud repentino la dejó un poco más que confundida. Las cosas dieron un extraño giro: ahora él pasaba todo el recreo con esa chica, sin muchos atributos físicos, y menos aún intelectuales. El hecho de salir de clases esos días previos a las misas, para ensayar con el coro, era algo que causaba sensaciones encontradas en Margarita: seguía disfrutándolo, porque era algo que en verdad le gustaba, pero ahora Juan no hacía otra cosa más que hablar con su noviecita (que también formaba parte del coro). Siempre había otras chicas más grandes que hablaban con ella y la ayudaban a distraerse del asunto pero, cuando volteaba y los veía hablando de cosas sin mucho sentido, el dolor regresaba. Poco a poco ella fue luchando por apagar ese sentimiento y se consoló pensando en que probablemente su madre y su mejor amiga habían tenido razón meses atrás cuando le habían dicho que él no era para ella. Cuando pensaba de esa manera ya no se sentía arrepentida por haber dejado de responder sus mensajes, sino que lo veía como un favor que se había hecho a sí misma "yo estaría en su lugar ahora si no lo hubiera hecho", pensaba cuando la veía, y al compararse con alguien que ya sabía que era inferior a ella, se sentía mejor sobre su propia situación.
Los días pasaban. La primavera casi se convertía en verano, y Margarita deseaba con todas sus fuerzas que el año terminara y llegaran las vacaciones. De repente, sin que ella hubiera mostrado interés sobre el asunto, Karen llegó con la noticia: Juan se había peleado. En ese momento Margarita lo tomó como algo natural, ella sabía que él podía conseguir “algo mejor", pero igualmente trató de no mostrar demasiada emoción acerca de aquella información. Pocos días más tarde ocurrió algo que volvió a confundirla. La preceptora pidió que las delegadas del curso (Margarita y Karen) juntaran los cuadernos de notificaciones de todos los chicos. En total eran cuarenta cuadernos, por lo que los dejaban en un escritorio. De un momento a otro, ella notó que todos los cuadernos se habían caído al suelo. Se acercó para acomodarlos y Juan la vio y trató de ayudarla. Como en las películas de amor, ambos tomaron el mismo cuaderno y rozaron sus manos por un instante. Ese instante pasó rápidamente. Cruzaron sus miradas por un imperceptible segundo y luego se levantaron. Sin cruzar palabra, cada uno volvió a sus tareas. Pocos minutos más tarde, Margarita regresó a donde estaban todos los cuadernos, y sí, una vez más estaban todos, absolutamente todos en el piso. Esta vez no había sido obra del azar, sino que Juan los había tirado todos y se quedó esperando en un costado, a que ella apareciera y los recogiera. Eso fue lo que hizo Margarita cuando notó que todo era un desastre nuevamente y en el momento en que ella se inclinó para levantarlos, Juan se hizo presente como por arte de magia y la ayudó una vez más. Sus manos se rozaron en numerosos instantes. Esta vez, al levantarse cruzaron una mirada que les llevó atrás en el tiempo, que habló de todo lo que no se habían dicho por meses. Ella no pudo evitar reírse, aunque de ese modo no hacía otra cosa más que disimular sus nervios, ya que no tenía ni la más mínima idea de por qué él hacía eso tanto tiempo después. Entonces, entre risas e intensas miradas, él la observó y le dijo “¿Me das tu número?”. Ella no entendió por qué lo decía, pero sólo le tomó unos segundos darse cuenta de que se refería a la típica frase de las películas de amor, en las que siempre cruzan las primeras palabras cuando algún accidente de ese tipo sucede.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
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