martes, 28 de diciembre de 2010

Capítulo IV: El Momento Que Duraría Dos Años

Karen seguía transmitiendo información entre los chicos, y los obligaba a entablar conversaciones y luego ella desaparecía misteriosamente, dejándolos solos en algún rincón de la escuela. Tal era el punto de sus planes para ellos, que se atribuyó la victoria cuando se enteró que habían intercambiado celulares. “No es nada”, decía Margarita, decidida a no ser ella quien comenzara a enviar mensajes. Tampoco le fue necesario hacerlo porque ese mismo sábado a la noche, mientras ella estaba en su casa, mirando un recital de su banda preferida, Juan le preguntó qué había que hacer de tarea. Su excusa fue algo obvia, ya que ni siquiera Margarita, quien siempre cumplía todo en tiempo y forma, hacía sus deberes el sábado a la noche, pero igualmente le gustó haber recibido aquel mensaje y le siguió la corriente hasta que la conversación fue derivando de tema en tema, aportándole interesantes datos de su amiguito. Descubrió que en su casa había una pizzería, que por esto, comía pizza todos los viernes desde que tenía uso de la memoria “acá es religión comer pizza los viernes”, había escrito Juan en uno de sus mensajes. Según decía, escuchaba todo tipo de música y, al igual que ella, también le gustaba la canción “Noviembre Sin Ti”, que se escuchaba en todas las radios en ese momento.

Ese mismo día su madre la descubrió con una sonrisa en el rostro.

-¿Quién te manda tantos mensajes, Margarita?

-Un chico del colegio...

-Y. ¿te gusta?

-Sí, creo que sí- dijo ella, algo insegura, una inseguridad que marcó el resto de su futuro

-“Creo que sí” no es una respuesta hija- dijo su madre, atribuyéndole el juicio de un adulto- ¿Qué harás si te invita a salir?

-Pensaba decirle que sí

-¿Sin estar segura si te gusta o no? ¿Y si él en verdad está enamorado de ti?

Ella seguía aún en la nube de la que no había podido bajar luego de aquella charla que había sostenido con su “amiguito”.

-Si yo fuera su madre no me gustaría que una chica lo lastimara de ese modo, y siendo tu madre no aprobaría que le hicieras vivir eso a ningún chico, como no me gustaría que ningún chico te lo hiciera a ti.

Ella quedó impresionada, fue como si su nube hubiera sido desintegrada de un momento a otro, y sin haber recibido ni una advertencia de que eso sucedería. Sí, en ese momento ella comprendió que a mayor altura, más fuerte será el impacto al caer y, efectivamente ella estaba demasiado alto.

Luego de aquella desilusión, Margarita se sentía terriblemente deprimida, dejó de responder los mensajes de Juan y sentía que se había precipitado demasiado al planear todo un futuro a su lado. De alguna forma, ella no estaba del todo seguro acerca de sus sentimientos: ¿debía seguir adelante y arriesgarse a lastimarlo? ¿O debía dar un paso al costado y continuar esperando a un príncipe azul que quizás jamás llegaría? Se arriesgó por lo segundo...

El lunes siguiente fue insoportable... ella rogó no cruzárselo y así correr el riesgo de que él le preguntara por qué ya no había contestado sus mensajes. Pero como todo, ese día pasó, al igual que el siguiente, y el resto de la semana.

Rápidamente llegó el día de la fiesta de Samanta, según la última información que Karen había transmitido, Juan tenía pensado declarársele a Margarita esa misma noche... Claro que eso había sido antes de que dejaran de mandarse mensajes, y ahora ella se preguntaba si él le diría algo de todos modo. La simple posibilidad de que Juan se le acercara le dio motivos suficientes para pasar dos horas arreglándose y no dejar ni un detalle descuidado, aunque ella estaba segura de que eso no sería suficiente.

El momento legó, junto a sus amigas entró al salón, saludó a los conocidos y, para su sorpresa Juan no había llegado. “Quizás ni siquiera venga” se dijo a sí misma para calmar sus nervios, que ya estaban bastante alborotados. De un momento a otro, mientras ella mantenía una conversación con algunas amigas, vio que él estaba cruzando la puerta de entrada. Sus ojos comenzaron a parpadear rápidamente, sus piernas le temblaron un poco y ella ya no sabía qué hacer, pero cuando él se acercó para saludarla todo pareció cambiar y ella se olvidó de todo eso.

Comenzó la fiesta y todo parecía marchar bien, ella había logrado relajarse y prácticamente se había olvidado de lo sucedido una semana atrás. Él no dejaba de mirarla, estaba sentada justo en frente suyo y disfrutaba, probablemente más de lo que había esperado, de la divertida conversación pero la vida tiene una tendencia natura a cambiar rápidamente el panorama, sin importar lo que nosotros pensemos de él. Y, para acabar con la tranquilidad de la cena, llegó una bailarina de danzas árabes. Hizo su coreografía, y luego no tuvo mejor idea que llamar a la única bailarina, aparte de ella misma, que se encontraba en aquel lugar: Margarita. Para variar con su humor tan tranquilo, ella aceptó y comenzó a mostrar sus virtudes. Para seguir rompiendo con las formalidades, en vez de lucir el típico atuendo, ella llevaba una minifalda, un corset que apenas le permitía respirar y tacos, pero así y todo logró sobrevivir a aquel momento y, además de eso, recibió un aplauso por parte de sus amigas, y los demás presentes, que habían formado una ronda a su alrededor.

Comenzó entonces el momento del baile, como casi siempre, Margarita, ahora reconocida por el show que acababa de presentar, consiguió pareja rápidamente, sin saber que Juan no era un gran bailarín y prefería disimularlo haciendo de cuenta que aquella anoche no tenía ganas de bailar.

Luego de bailar algunos temas con amigos y conocidos, Margarita se dio cuenta de que Juan aún estaba sentado solo, en un rincón del salón, contemplando cómo ella bailaba con todo el mundo. Sintió el mismo deseo de acompañarlo que había sentido pocas semanas atrás en la escuela, y sin dudarlo, se sentó en la silla vacía que había a su lado.

-¡Qué cansada estoy!- dijo para disimular un poco

-No es para menos, bailaste con casi todos los chicos del lugar- Respondió él, secamente

Ella no supo cómo interpretarlo, y por eso no le respondió. Se preguntaba en silencio si él creía que “bailar con todos los chicos del lugar” era algo “inadecuado”, cosa que sinceramente no creía posible. Por otro lado era totalmente comprensible que él se sintiera celoso por no haber bailado con ella aún... “Eso es más probable” se dijo a sí misma en silencio.

-Ya me siento mejor, ¿tú no?- dijo mientras esperaba que él se levantara para bailar con ella finalmente.

-En verdad, no- dijo él, en el mismo tono seco de antes. -Parece que te gusta bastante la canción que escuchamos al principio- agregó, cambiando deliberadamente de tema, y agregándole un tono más simpático a su voz.

-¿Qué canción?- preguntó, confundida por el cambio de actitud que su compañero mostró.

-La que usó en el video.

En ese momento ella comprendió de qué estaba hablando: cuando recién había comenzado la fiesta, se había mostrado, siguiendo una costumbre de aquellas fiestas, un video con fotos de la cumpleañera, mientras sonaba la canción favorita de Margarita...

-Sí, en verdad conozco bien aquella canción; yo he usado la misma en mi fiesta

-Era obvio que ya la conocías bastante bien, no dejaste de cantarla ni un segundo

-¿Me estuviste escuchando todo el tiempo, entonces?

-Sí, y no cantas nada mal, debo decir.

Ella sintió que era una mentira terrible la que acaba de oír, pero sin embargo la aceptó con alegría.

-¿Quieres bailar?- dijo de la nada uno de los invitados. Ella dudó por varios segundos. Miró a Juan, pero éste había regresado a su actitud fría de antes ahora miraba a un costado. Frente a aquella indiferencia fingida ella no pudo hacer otra cosa más que aceptar la invitación del muchacho. Además bailar con él subiría su popularidad -que ya había sido incrementada bastante por la muestra de danza- ya que Nicolás era considerado el chico más apuesto del primer año y todas esperaban tener la oportunidad de bailar con él aquella noche, y para agregarle otro detalle, la canción que acababa de comenzar era propicia para hacer otra demostración de sus cualidades para la danza.

Ella se levantó elegantemente y tomó la mano de su compañero, que no tardó ni dos segundos en llevarla a su cintura. Acabada la canción todos esperaban que comenzara otra de un estilo similar, pero de un momento a otro comenzó la canción triste de amor de aquella época... Noviembre Sin Ti. Ella no pudo evitar recordar que Juan le había dicho cuanto le gustaba Noviembre Sin “Ti” en uno de sus mensajes y, por esas coincidencias del destino, Nicolás la hizo dar una vuelta, y quedar de cara a Juan, justo en ese momento. Las demás parejas estaban bailando un poco más atrás, y Juan estaba sentado solo, justo delante suyo. Sin notar que ella había girado y ahora lo veía, Juan movió los labios, mirando a Karen -que estaba bailando atrás, a un costado-, diciendo en silencio “me quiero morir”.

Cinco minutos después la música había terminado, se habían encendido las luces del salón, y todos habían desaparecido de la pista de baile. Los taxis llegaron a la puerta del lugar y, dulcemente, Juan se ofreció a acompañar a Margarita hasta la puerta para esperar a que llegara su padre, y una vez que él llegó, la acompañó nuevamente al interior del salón, la ayudó a ponerse su abrigo, y se despidieron.

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