miércoles, 8 de diciembre de 2010

Colectivo I: La Embarazada

COLECTIVO I: La Embarazada



El momento parecía haber llegado. Esta vez no había dudas -o al menos eso pensaba ella-. Ya había ido a la maternidad dos veces, creyendo que sus bebés estaban finalmente en camino; pero ambas veces había resultado ser una falsa alarma. De todos modos esta vez no había duda alguna: había roto bolsa. Al ver todo el líquido caer, sin previo aviso, al suelo, se desesperó un poco. Estaba sola en su departamento y mil cosas comenzaron a venirle a la mente, sin saber qué responder primero. Se decidió por llamar a su marido que estaba trabajando. Él, por su lado, también enloqueció, no tenía ni la más mínima idea de qué debía hacer... tenía que llevar a su esposa a la maternidad, sin dudas, pero ¿qué pasaría después? Esta vez seguro volvería a casa con tres pequeños, y su mujer que aún se sentiría débil seguramente... ¡Y eran tres!. Aún no se atrevía siquiera a decirlo fuerte. ¿Cómo haría para cuidar a tres niños? Nunca había estado solo con un bebé y ahora, de buenas a primeras, tendría que hacerse cargo de tres, gracias a la fecundación in Vitro. Definitivamente nueve meses no era tiempo suficiente.

Tratando de ocultar sus nervios, se decidió por ir de una vez a a ver a su mujer y acabar del todo con aquella situación.

Cuando llegó a su casa, la embarazada estaba sentada con su panzota, en la mecedora que solía ser de su abuela, casi dormida.

- No te preocupes, creo que aún tenemos tiempo... Rompí bolsa pero no siento contracciones...

- ¿Significa que no hace falta salir corriendo?

- Supongo que no- dijo ella, mientras una de sus piernas comenzaba a sacudirse. Él puso su mano grande en la pierna delgada de su mujer, diciéndole: -No te preocupes, todo saldrá bien.

La pierna dejó de temblar y él se levantó y comenzó a preparar las cosas para partir cuanto antes.

- ¿Pido un taxi?- dijo él

- No, me siento perfectamente, vamos en colectivo.- Insistió ella, creyendo que así se relajaría más.

Caminaron lentamente dos cuadras hasta la parada del colectivo y esperaron tranquilamente. Unos cuantos minutos después el colectivo llegó y subieron a él.

- Apúrense que no tenemos todo el día- dijo, fastidioso, el colectivero, al ver que la mujer tardaba más de lo habitual en subir los altos escalones, mientras su marido trataba de ayudarla. Al escuchar aquellas palabras la joven trató de apresurarse.

- No hace falta que te apures, cariño.- Le dijo su marido. Pero de todos modos ella trató de acelerar sus pasos y trastabilló en el último escalón, tambaleándose bruscamente. Su marido la sostuvo pero, igualmente el sacudón ya había ocurrido y lo sobrevino una fuerte contracción. Rápidamente su marido la condujo hasta un asiento, mientras el colectivero decía: -El boleto...

- Iba a pagarlo de todas formas... pero no iba a dejarla sola- respondió fuerte el otro hombre.

Sacó el boleto y se sentó detrás de su mujer.

Creyó que el viaje sería tranquilo, pero parada a parada, notaba que su mujer estaba cada vez más tensa y sus contracciones eran cada vez más fuertes.

La gente subía y el rostro de su mujer estaba cada vez más arrebatado. Le dio agua, la acarició, trató de calmarla, pero él estaba nervioso también y ya no sabía qué hacer... El colectivo se sacudió a un lado y otro, daba saltos en cada bache que tenía la calle y él notaba la tensión en la cara de su mujer.

Comenzó a buscar algo con qué distraerla... los árboles, la hora... pero nada funcionaba. De pronto volteó su cabeza y descubrió tres niños sentados a un lado, comenzó a observarlos y notó que una señora les dejaba una bolsa con algo dentro bajo el asiento, al tiempo que los distraía, ofreciéndoles caramelos.

Volvió la vista al frente y descubrió que su señora también estaba observando.

- ¿Viste lo que hizo la señora?- dijo él

- Sí, les ofreció caramelos.

- No, eso no... les dejó una bolsa -Dijo en voz baja.

Entonces ella se relajó y comenzó a buscar dónde estaba de la que su marido hablaba... después de haberla encontrado, comenzó a estirar su cuello para tratar de descubrir cuál era su contenido...

- ¿Qué crees que tendrá?- le preguntaba, tratando de distraerla un poco más

- Quizás más caramelos... o dinero falso -dijo, riéndose- ¿No te gustaría que nuestros hijos fueran como ellos tres, míralos son pequeños angelitos.... -agregó mientras posaba sus manos en su panzota.

- ¿Angelitos? ¡Acaban de decirle gorda a aquella mujer!

- Hacen las cosas sin maldad... sólo dicen la verdad... no puedes negarme que la mujer estaba un poco excedida de peso- dijo entre risitas, la mujer, que ya se había relajado por completo.

En ese momento los "angelitos" descubrieron la bolsa y comenzaron a gritar y hacer muecas al descubrir que en su interior había un perrito de peluche.

El colectivo giró, el vendedor de golosinas apareció -abriéndose paso entre la gente a fuerza de empujones- y se interpuso en su visión, pero su marido le tocó el hombro, haciéndole un gesto para indicarle que acababan de llegar a la estación.

- Ahora sí pediré un taxi- dijo él al bajar- No permitiré que te subas a otro colectivo.

Ella se echó a reír, ya que en verdad se había distraído al ver a aquellos niños, pero aceptó la orden de su marido, diciendo -Si me río tanto otra vez, los bebés nacerán en manos de otro simpático colectivero...

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