El año seguía pasando y las situaciones se repetían bastante, excepto por ciertas ocasiones. La relación entre Juan y Margarita seguía igual que siempre, nada nuevo había ocurrido, pero Margarita seguía conservando ilusiones en él y le tenía un cariño especial.
Llegó el cumpleaños de otra de sus amigas y su mejor amiga, Mariana, quien no lo había conocido aún, le pidió que llegado el momento le hiciera una seña para notar quién era. Durante la fiesta ella hizo lo que había arreglado pero la reacción en su amiga no fue la esperada. Luego de un rato de haberlo conocido, Mariana la tomó del brazo y disimuladamente le pidió que la acompañara hasta el baño.
-¿Qué estás pensando, Margarita?
-¿De qué me hablas?
-De Juan, ¿de qué más puedo estar hablando?
-No sé a que te refieres, en verdad no estoy segura de qué pasará con él, pero...
-Espera, espera, a eso me refiero- Le dijo interrumpiéndola.- ¿Tanta historia por él?- terminó de decir con gravedad.
-¿Por qué lo dices?
-Sólo míralo, tu madre se moriría si se lo presentas. ¡Por favor, sabes que no es para vos!
-¿De verdad piensas eso? ¿Qué te hace pensarlo?
-¡Absolutamente todo! ¿No viste cómo se comporta?
En ese momento recordó cómo se encontraba un momento antes de dejar el salón. Era verdad que él estaba jugando con su amiga, y probablemente sólo lo hacía para ponerla celosa, pero también recordaba que ella había hecho algo similar, meses atrás en el cumpleaños de Samanta. Le contó aquella situación a su amiga, que no había estado presente en ese momento, pero eso no cambió la forma de pensar de su amiga, sino que afirmó en ella la idea de que él debía decirle si le gustaba, y si no, no tenía por qué jugar de ese modo.
Ella se sintió de un modo extraño, ya que su madre le había dado a entender algo similar meses atrás, cuando recién se habían conocido. El hecho de que su amiga ahora pensara lo mismo no hacía ora cosa más que darle la razón a su mamá y plantear en Margarita la idea de que después de todo, quizás Juan y ella no fueran el uno para el otro como antes creía.
Regresaron a la fiesta y todo se desarrolló con normalidad. Margarita trató de no pensar demasiado sobre aquel tema, ya que eso no haría otra cosa más que arruinarle la noche. Era imposible aclarar sus ideas en aquel lugar, rodeada de gente, con la música fuerte y con Juan montando un espectáculo con una de sus "amiguitas".
Al regresar a su casa se sentía confundida, pero decidió irse a dormir y no pensar demasiado en el asunto, después de todo nada ataba a Juan y a ella. A la mañana siguiente incluso creyó haberse olvidado de lo sucedido y cuando los vio el lunes en la escuela ellos no aparentaban ser otra cosa más que amigos. Ella había decidido no darle más vueltas al asunto, pero de todas formas no pudo evitar recordar lo que Mariana le había dicho la noche del sábado, al ver a Juan cruzar la puerta de la escuela a la mañana del primer día de la semana.
Aquella semana continuó tranquila, aunque ella había empezado a sentir una nostalgia probablemente no sin fundamentos. Pocas semanas más tarde llegó la primavera, y el cumpleaños de Juan, y él pareció desesperarse por encontrar alguien que "le hiciera compañía". Debido a que nada había sucedido con su amiga, y probablemente no por falta de intenciones por parte de Juan, comenzó a acercarse cada vez más a una chica del año siguiente del colegio; hasta que finalmente comenzaron a salir. La verdad fue que Margarita, por más tristeza que sintiera en su interior, no exteriorizaba nada, ni siquiera a sus mejores amigas, ya que nada nunca la había unido a Juan, y ya habían pasado varios meses desde que se hubiera podido decir que él estaba interesado en ella. Igualmente, hasta ese momento, pensaba que él aún sentía algo por ella, aunque un cambio de actitud repentino la dejó un poco más que confundida. Las cosas dieron un extraño giro: ahora él pasaba todo el recreo con esa chica, sin muchos atributos físicos, y menos aún intelectuales. El hecho de salir de clases esos días previos a las misas, para ensayar con el coro, era algo que causaba sensaciones encontradas en Margarita: seguía disfrutándolo, porque era algo que en verdad le gustaba, pero ahora Juan no hacía otra cosa más que hablar con su noviecita (que también formaba parte del coro). Siempre había otras chicas más grandes que hablaban con ella y la ayudaban a distraerse del asunto pero, cuando volteaba y los veía hablando de cosas sin mucho sentido, el dolor regresaba. Poco a poco ella fue luchando por apagar ese sentimiento y se consoló pensando en que probablemente su madre y su mejor amiga habían tenido razón meses atrás cuando le habían dicho que él no era para ella. Cuando pensaba de esa manera ya no se sentía arrepentida por haber dejado de responder sus mensajes, sino que lo veía como un favor que se había hecho a sí misma "yo estaría en su lugar ahora si no lo hubiera hecho", pensaba cuando la veía, y al compararse con alguien que ya sabía que era inferior a ella, se sentía mejor sobre su propia situación.
Los días pasaban. La primavera casi se convertía en verano, y Margarita deseaba con todas sus fuerzas que el año terminara y llegaran las vacaciones. De repente, sin que ella hubiera mostrado interés sobre el asunto, Karen llegó con la noticia: Juan se había peleado. En ese momento Margarita lo tomó como algo natural, ella sabía que él podía conseguir “algo mejor", pero igualmente trató de no mostrar demasiada emoción acerca de aquella información. Pocos días más tarde ocurrió algo que volvió a confundirla. La preceptora pidió que las delegadas del curso (Margarita y Karen) juntaran los cuadernos de notificaciones de todos los chicos. En total eran cuarenta cuadernos, por lo que los dejaban en un escritorio. De un momento a otro, ella notó que todos los cuadernos se habían caído al suelo. Se acercó para acomodarlos y Juan la vio y trató de ayudarla. Como en las películas de amor, ambos tomaron el mismo cuaderno y rozaron sus manos por un instante. Ese instante pasó rápidamente. Cruzaron sus miradas por un imperceptible segundo y luego se levantaron. Sin cruzar palabra, cada uno volvió a sus tareas. Pocos minutos más tarde, Margarita regresó a donde estaban todos los cuadernos, y sí, una vez más estaban todos, absolutamente todos en el piso. Esta vez no había sido obra del azar, sino que Juan los había tirado todos y se quedó esperando en un costado, a que ella apareciera y los recogiera. Eso fue lo que hizo Margarita cuando notó que todo era un desastre nuevamente y en el momento en que ella se inclinó para levantarlos, Juan se hizo presente como por arte de magia y la ayudó una vez más. Sus manos se rozaron en numerosos instantes. Esta vez, al levantarse cruzaron una mirada que les llevó atrás en el tiempo, que habló de todo lo que no se habían dicho por meses. Ella no pudo evitar reírse, aunque de ese modo no hacía otra cosa más que disimular sus nervios, ya que no tenía ni la más mínima idea de por qué él hacía eso tanto tiempo después. Entonces, entre risas e intensas miradas, él la observó y le dijo “¿Me das tu número?”. Ella no entendió por qué lo decía, pero sólo le tomó unos segundos darse cuenta de que se refería a la típica frase de las películas de amor, en las que siempre cruzan las primeras palabras cuando algún accidente de ese tipo sucede.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Capítulo V: Un Toque de Música
Al lunes siguiente regresaron al colegio como siempre y, más allá de los comentarios de todos acerca de lo sucedido el sábado, no sucedió nada. Si bien Margarita estaba feliz de estar en boca de todos por algo bueno -porque sabía bien que la gente es así: puede alabarte constantemente o puede sentenciarte y ser más cruel que el peor de los jueces- y que todos le hicieran cumplidos, ya fuera por su vestido, su baile o lo simpática que le había parecido a todos aquella noche. Ella en realidad le daba poca importancia a todos aquellos comentarios, ya que seguía esperando que Juan dijera algo referente a aquella noche, pero él parecía haberlo olvidado todo. Por otro lado, parecía que todos los comentarios que esperaba recibir de Juan, se los decía Nicolás que, por más de que salía con otra chica del salón, no tenía amparo alguno en insistir en sus halagos. Ya era por demás insistente y, aunque del modo más suave que podía, Margarita le había dicho que no estaba interesada en él en reiteradas oportunidades, él continuaba diciéndole frases que tenía armadas y que probablemente ya les había dicho a otras chicas. Llegó a un punto en el Margarita ya no sabía cómo hacer para no resultar antipática, pero a la vez hacerle entender de modo claro que él no era el tipo de chico que a ella le gustaba. “¿Qué tengo que hacer para gustarte?” le preguntó un día y, aunque ella no dio respuesta alguna más que una leve risita, en su interior pensó “parecerte más a Juan”. En esa época Margarita tenía la costumbre de sentarse junto a uno de sus mejores amigos, en el último escritorio del salón y, hasta que llegaran los profesores, le contaba las cosas que le sucedían y él siempre se mostraba deseoso de escucharla y a la vez le daba los mejores consejos y lo hacía con una bondad tal que Margarita no lograba comprender cómo había chicos que lo dejaban a un lado. Sí, era verdad que estaba un poco loco, pero era sin dudarlo, una de las personas más buenas y sinceras que ella conocía. En más de una conversación con su amigo, Cristian, aparecía Nicolás y se quedaba hasta que Cristian sentía que estaba de más, y entonces comenzaban nuevamente los halagos y las frases gastadas. Margarita llegó incluso a pedirle a su amigo que se hiciera el distraído y no la dejara sola con Nicolás. Así, como todo chico, se fue cansando y se limitó a decirle algún cumplido de vez en cuando, cuando la situación lo ameritaba.
Por otro lado, siguiendo la costumbre del colegio religioso al que asistían, una vez por mes tenían, durante el horario de clases, una misa especial, llevada a cabo por el sacerdote de la parroquia a la que pertenecía la escuela, ubicada justo al lado de esta. Ese era el momento del mes en el que los profesores y preceptores se veían asignados a luchar contra los alumnos, que aprovechaban el momento para hacer todo tipo de cosas. Algunos se iban de a grupos de dos o tres, a los últimos bancos de la Iglesia, otros se quedaban dormidos. Siempre había alguno que se reía de los chicos que pasaban a leer las lecturas durante la Liturgia de la Palabra, y nunca faltaba alguno de los chicos más grandes para tratar de tomarle una fotografía al sacerdote con la cámara del celular, que escondían bajo la campera del uniforme. Los profesores también cometían de las suyas en esas ocasiones, siempre había algún profesor que no podía evitar entrecerrar los ojos y terminaba parándose al lado de los alumnos (haciendo de cuenta que así podía vigilarlos mejor) para no quedarse dormido. Siempre estaba la directora que se emocionaba con los cantos de meditación y comenzaba a canta más fuerte que nadie, llevando la voz a un falsete que no sonaba para nada bien en el oído de los estudiantes. Los chicos se quejaban siempre de que el guía alternara constantemente las frases “Nos ponemos de pie” y “Podemos tomar asiento”, por lo que se sentaban ante de que el guía diera la orden y en una oportunidad éste no lo notó y pronunció la frase “Pueden tomar asiento” cuando ya todos se habían sentado. Aquel día la Iglesia completa, incluyendo a profesores, directivos, e incluso el sacerdote, estallaron en una celestial carcajada. En fin, las misas mensuales del colegio eran algo de lo que tanto profesores como alumnos se quejaban pero siempre había en ellas algo que daba de que hablar la mañana siguiente, como la vez en la que la directora les dijo a un curso “en un rato los vengo a buscar y vamos a la Iglesia” y luego se olvidó de regresar. Todos los demás cursos se fueron a la Iglesia dejaron a treinta chicos solos en el colegio encerrados en un aula, hasta que un profesor notó que faltaba un curso en la Iglesia y entonces fueron a buscarlos.
Para estas solemnes ocasiones el colegio había decidido organizar un coro de alumnos, conformado por chicos de diferentes cursos, sin importar en realidad sus cualidades musicales, sino que más bien sirvieran de acompañamiento durante las misas. Por esto muchos de los alumnos se unían al coro para salir de las clases con el fin de ensayar las canciones. Pero ése no era el caso de Margarita, quien se había unido porque en verdad le gustaba cantar; y tampoco era el caso de Juan, quien se había unido porque Margarita se había unido una semana atrás.
Así, el coro del colegio se reunía durante horas de clase, en algún saloncito que hubiera libre y, durante la semana previa a cada misa, practicaba las canciones. En un principio Karen también se había unido, pero terminó dejando a Juan y Margarita solos para que se conocieran un poco más. Esto fue generando varias situaciones divertidas entre ellos. Como por ejemplo un día en el que estaban todos reunidos ensayando en un saloncito que generalmente estaba vacío. Usualmente pasaban una o dos horas practicando, pero ese día la chica que dirigía el coro y sus compañeros tuvieron que irse y les dijeron que ellos podían quedarse ensayando cuanto quisieran. Ellos no se negaron y decidieron quedarse allí hasta que algún profesor los llamara. Ese día no tenían ninguna materia muy importante, por lo que ningún profesor se molestó por que estuvieran ausentes a su clase. Ellos pasaron todo el día encerrados allí cerca del calor de, probablemente la única estufa que funcionaba a la perfección de todo el colegio.
Al principio ella estaba cantando algunas canciones pero, con su típica timidez, cada vez bajaba más el tono de su voz. Entonces Juan decidió tratar de hacerla sentir un poco más segura y luego de decirle "no te detengas, tienes muy linda voz", agarró la guitarra y, aunque no sabía tocar, comenzó a raspar las cuerdas con sus dedos, de modo que sirvieran de acompañamiento y Margarita no escuchara sólo el sonido de su propia voz. Rápidamente se les acabó el día, que pasaron encerrados en aquel lugar, alejados de todos los demás, y compartiendo conversaciones sobre todos los temas que a uno se le pueden ocurrir.
Al día siguiente tuvieron la misa para la que habían estado ensayando y, nuevamente compartieron numerosas charlas y relacionaron cada lectura escrita por San Juan con su joven tocayo.
Este tipo de situaciones se repetían una vez por mes y ellos pasaban esa semana conversando constantemente. Durante el resto del mes prácticamente ni hablaban, sino sólo cuando las situaciones los llevaban a hacerlo.
Por otro lado, siguiendo la costumbre del colegio religioso al que asistían, una vez por mes tenían, durante el horario de clases, una misa especial, llevada a cabo por el sacerdote de la parroquia a la que pertenecía la escuela, ubicada justo al lado de esta. Ese era el momento del mes en el que los profesores y preceptores se veían asignados a luchar contra los alumnos, que aprovechaban el momento para hacer todo tipo de cosas. Algunos se iban de a grupos de dos o tres, a los últimos bancos de la Iglesia, otros se quedaban dormidos. Siempre había alguno que se reía de los chicos que pasaban a leer las lecturas durante la Liturgia de la Palabra, y nunca faltaba alguno de los chicos más grandes para tratar de tomarle una fotografía al sacerdote con la cámara del celular, que escondían bajo la campera del uniforme. Los profesores también cometían de las suyas en esas ocasiones, siempre había algún profesor que no podía evitar entrecerrar los ojos y terminaba parándose al lado de los alumnos (haciendo de cuenta que así podía vigilarlos mejor) para no quedarse dormido. Siempre estaba la directora que se emocionaba con los cantos de meditación y comenzaba a canta más fuerte que nadie, llevando la voz a un falsete que no sonaba para nada bien en el oído de los estudiantes. Los chicos se quejaban siempre de que el guía alternara constantemente las frases “Nos ponemos de pie” y “Podemos tomar asiento”, por lo que se sentaban ante de que el guía diera la orden y en una oportunidad éste no lo notó y pronunció la frase “Pueden tomar asiento” cuando ya todos se habían sentado. Aquel día la Iglesia completa, incluyendo a profesores, directivos, e incluso el sacerdote, estallaron en una celestial carcajada. En fin, las misas mensuales del colegio eran algo de lo que tanto profesores como alumnos se quejaban pero siempre había en ellas algo que daba de que hablar la mañana siguiente, como la vez en la que la directora les dijo a un curso “en un rato los vengo a buscar y vamos a la Iglesia” y luego se olvidó de regresar. Todos los demás cursos se fueron a la Iglesia dejaron a treinta chicos solos en el colegio encerrados en un aula, hasta que un profesor notó que faltaba un curso en la Iglesia y entonces fueron a buscarlos.
Para estas solemnes ocasiones el colegio había decidido organizar un coro de alumnos, conformado por chicos de diferentes cursos, sin importar en realidad sus cualidades musicales, sino que más bien sirvieran de acompañamiento durante las misas. Por esto muchos de los alumnos se unían al coro para salir de las clases con el fin de ensayar las canciones. Pero ése no era el caso de Margarita, quien se había unido porque en verdad le gustaba cantar; y tampoco era el caso de Juan, quien se había unido porque Margarita se había unido una semana atrás.
Así, el coro del colegio se reunía durante horas de clase, en algún saloncito que hubiera libre y, durante la semana previa a cada misa, practicaba las canciones. En un principio Karen también se había unido, pero terminó dejando a Juan y Margarita solos para que se conocieran un poco más. Esto fue generando varias situaciones divertidas entre ellos. Como por ejemplo un día en el que estaban todos reunidos ensayando en un saloncito que generalmente estaba vacío. Usualmente pasaban una o dos horas practicando, pero ese día la chica que dirigía el coro y sus compañeros tuvieron que irse y les dijeron que ellos podían quedarse ensayando cuanto quisieran. Ellos no se negaron y decidieron quedarse allí hasta que algún profesor los llamara. Ese día no tenían ninguna materia muy importante, por lo que ningún profesor se molestó por que estuvieran ausentes a su clase. Ellos pasaron todo el día encerrados allí cerca del calor de, probablemente la única estufa que funcionaba a la perfección de todo el colegio.
Al principio ella estaba cantando algunas canciones pero, con su típica timidez, cada vez bajaba más el tono de su voz. Entonces Juan decidió tratar de hacerla sentir un poco más segura y luego de decirle "no te detengas, tienes muy linda voz", agarró la guitarra y, aunque no sabía tocar, comenzó a raspar las cuerdas con sus dedos, de modo que sirvieran de acompañamiento y Margarita no escuchara sólo el sonido de su propia voz. Rápidamente se les acabó el día, que pasaron encerrados en aquel lugar, alejados de todos los demás, y compartiendo conversaciones sobre todos los temas que a uno se le pueden ocurrir.
Al día siguiente tuvieron la misa para la que habían estado ensayando y, nuevamente compartieron numerosas charlas y relacionaron cada lectura escrita por San Juan con su joven tocayo.
Este tipo de situaciones se repetían una vez por mes y ellos pasaban esa semana conversando constantemente. Durante el resto del mes prácticamente ni hablaban, sino sólo cuando las situaciones los llevaban a hacerlo.
martes, 28 de diciembre de 2010
Capítulo IV: El Momento Que Duraría Dos Años
Karen seguía transmitiendo información entre los chicos, y los obligaba a entablar conversaciones y luego ella desaparecía misteriosamente, dejándolos solos en algún rincón de la escuela. Tal era el punto de sus planes para ellos, que se atribuyó la victoria cuando se enteró que habían intercambiado celulares. “No es nada”, decía Margarita, decidida a no ser ella quien comenzara a enviar mensajes. Tampoco le fue necesario hacerlo porque ese mismo sábado a la noche, mientras ella estaba en su casa, mirando un recital de su banda preferida, Juan le preguntó qué había que hacer de tarea. Su excusa fue algo obvia, ya que ni siquiera Margarita, quien siempre cumplía todo en tiempo y forma, hacía sus deberes el sábado a la noche, pero igualmente le gustó haber recibido aquel mensaje y le siguió la corriente hasta que la conversación fue derivando de tema en tema, aportándole interesantes datos de su amiguito. Descubrió que en su casa había una pizzería, que por esto, comía pizza todos los viernes desde que tenía uso de la memoria “acá es religión comer pizza los viernes”, había escrito Juan en uno de sus mensajes. Según decía, escuchaba todo tipo de música y, al igual que ella, también le gustaba la canción “Noviembre Sin Ti”, que se escuchaba en todas las radios en ese momento.
Ese mismo día su madre la descubrió con una sonrisa en el rostro.
-¿Quién te manda tantos mensajes, Margarita?
-Un chico del colegio...
-Y. ¿te gusta?
-Sí, creo que sí- dijo ella, algo insegura, una inseguridad que marcó el resto de su futuro
-“Creo que sí” no es una respuesta hija- dijo su madre, atribuyéndole el juicio de un adulto- ¿Qué harás si te invita a salir?
-Pensaba decirle que sí
-¿Sin estar segura si te gusta o no? ¿Y si él en verdad está enamorado de ti?
Ella seguía aún en la nube de la que no había podido bajar luego de aquella charla que había sostenido con su “amiguito”.
-Si yo fuera su madre no me gustaría que una chica lo lastimara de ese modo, y siendo tu madre no aprobaría que le hicieras vivir eso a ningún chico, como no me gustaría que ningún chico te lo hiciera a ti.
Ella quedó impresionada, fue como si su nube hubiera sido desintegrada de un momento a otro, y sin haber recibido ni una advertencia de que eso sucedería. Sí, en ese momento ella comprendió que a mayor altura, más fuerte será el impacto al caer y, efectivamente ella estaba demasiado alto.
Luego de aquella desilusión, Margarita se sentía terriblemente deprimida, dejó de responder los mensajes de Juan y sentía que se había precipitado demasiado al planear todo un futuro a su lado. De alguna forma, ella no estaba del todo seguro acerca de sus sentimientos: ¿debía seguir adelante y arriesgarse a lastimarlo? ¿O debía dar un paso al costado y continuar esperando a un príncipe azul que quizás jamás llegaría? Se arriesgó por lo segundo...
El lunes siguiente fue insoportable... ella rogó no cruzárselo y así correr el riesgo de que él le preguntara por qué ya no había contestado sus mensajes. Pero como todo, ese día pasó, al igual que el siguiente, y el resto de la semana.
Rápidamente llegó el día de la fiesta de Samanta, según la última información que Karen había transmitido, Juan tenía pensado declarársele a Margarita esa misma noche... Claro que eso había sido antes de que dejaran de mandarse mensajes, y ahora ella se preguntaba si él le diría algo de todos modo. La simple posibilidad de que Juan se le acercara le dio motivos suficientes para pasar dos horas arreglándose y no dejar ni un detalle descuidado, aunque ella estaba segura de que eso no sería suficiente.
El momento legó, junto a sus amigas entró al salón, saludó a los conocidos y, para su sorpresa Juan no había llegado. “Quizás ni siquiera venga” se dijo a sí misma para calmar sus nervios, que ya estaban bastante alborotados. De un momento a otro, mientras ella mantenía una conversación con algunas amigas, vio que él estaba cruzando la puerta de entrada. Sus ojos comenzaron a parpadear rápidamente, sus piernas le temblaron un poco y ella ya no sabía qué hacer, pero cuando él se acercó para saludarla todo pareció cambiar y ella se olvidó de todo eso.
Comenzó la fiesta y todo parecía marchar bien, ella había logrado relajarse y prácticamente se había olvidado de lo sucedido una semana atrás. Él no dejaba de mirarla, estaba sentada justo en frente suyo y disfrutaba, probablemente más de lo que había esperado, de la divertida conversación pero la vida tiene una tendencia natura a cambiar rápidamente el panorama, sin importar lo que nosotros pensemos de él. Y, para acabar con la tranquilidad de la cena, llegó una bailarina de danzas árabes. Hizo su coreografía, y luego no tuvo mejor idea que llamar a la única bailarina, aparte de ella misma, que se encontraba en aquel lugar: Margarita. Para variar con su humor tan tranquilo, ella aceptó y comenzó a mostrar sus virtudes. Para seguir rompiendo con las formalidades, en vez de lucir el típico atuendo, ella llevaba una minifalda, un corset que apenas le permitía respirar y tacos, pero así y todo logró sobrevivir a aquel momento y, además de eso, recibió un aplauso por parte de sus amigas, y los demás presentes, que habían formado una ronda a su alrededor.
Comenzó entonces el momento del baile, como casi siempre, Margarita, ahora reconocida por el show que acababa de presentar, consiguió pareja rápidamente, sin saber que Juan no era un gran bailarín y prefería disimularlo haciendo de cuenta que aquella anoche no tenía ganas de bailar.
Luego de bailar algunos temas con amigos y conocidos, Margarita se dio cuenta de que Juan aún estaba sentado solo, en un rincón del salón, contemplando cómo ella bailaba con todo el mundo. Sintió el mismo deseo de acompañarlo que había sentido pocas semanas atrás en la escuela, y sin dudarlo, se sentó en la silla vacía que había a su lado.
-¡Qué cansada estoy!- dijo para disimular un poco
-No es para menos, bailaste con casi todos los chicos del lugar- Respondió él, secamente
Ella no supo cómo interpretarlo, y por eso no le respondió. Se preguntaba en silencio si él creía que “bailar con todos los chicos del lugar” era algo “inadecuado”, cosa que sinceramente no creía posible. Por otro lado era totalmente comprensible que él se sintiera celoso por no haber bailado con ella aún... “Eso es más probable” se dijo a sí misma en silencio.
-Ya me siento mejor, ¿tú no?- dijo mientras esperaba que él se levantara para bailar con ella finalmente.
-En verdad, no- dijo él, en el mismo tono seco de antes. -Parece que te gusta bastante la canción que escuchamos al principio- agregó, cambiando deliberadamente de tema, y agregándole un tono más simpático a su voz.
-¿Qué canción?- preguntó, confundida por el cambio de actitud que su compañero mostró.
-La que usó en el video.
En ese momento ella comprendió de qué estaba hablando: cuando recién había comenzado la fiesta, se había mostrado, siguiendo una costumbre de aquellas fiestas, un video con fotos de la cumpleañera, mientras sonaba la canción favorita de Margarita...
-Sí, en verdad conozco bien aquella canción; yo he usado la misma en mi fiesta
-Era obvio que ya la conocías bastante bien, no dejaste de cantarla ni un segundo
-¿Me estuviste escuchando todo el tiempo, entonces?
-Sí, y no cantas nada mal, debo decir.
Ella sintió que era una mentira terrible la que acaba de oír, pero sin embargo la aceptó con alegría.
-¿Quieres bailar?- dijo de la nada uno de los invitados. Ella dudó por varios segundos. Miró a Juan, pero éste había regresado a su actitud fría de antes ahora miraba a un costado. Frente a aquella indiferencia fingida ella no pudo hacer otra cosa más que aceptar la invitación del muchacho. Además bailar con él subiría su popularidad -que ya había sido incrementada bastante por la muestra de danza- ya que Nicolás era considerado el chico más apuesto del primer año y todas esperaban tener la oportunidad de bailar con él aquella noche, y para agregarle otro detalle, la canción que acababa de comenzar era propicia para hacer otra demostración de sus cualidades para la danza.
Ella se levantó elegantemente y tomó la mano de su compañero, que no tardó ni dos segundos en llevarla a su cintura. Acabada la canción todos esperaban que comenzara otra de un estilo similar, pero de un momento a otro comenzó la canción triste de amor de aquella época... Noviembre Sin Ti. Ella no pudo evitar recordar que Juan le había dicho cuanto le gustaba Noviembre Sin “Ti” en uno de sus mensajes y, por esas coincidencias del destino, Nicolás la hizo dar una vuelta, y quedar de cara a Juan, justo en ese momento. Las demás parejas estaban bailando un poco más atrás, y Juan estaba sentado solo, justo delante suyo. Sin notar que ella había girado y ahora lo veía, Juan movió los labios, mirando a Karen -que estaba bailando atrás, a un costado-, diciendo en silencio “me quiero morir”.
Cinco minutos después la música había terminado, se habían encendido las luces del salón, y todos habían desaparecido de la pista de baile. Los taxis llegaron a la puerta del lugar y, dulcemente, Juan se ofreció a acompañar a Margarita hasta la puerta para esperar a que llegara su padre, y una vez que él llegó, la acompañó nuevamente al interior del salón, la ayudó a ponerse su abrigo, y se despidieron.
Ese mismo día su madre la descubrió con una sonrisa en el rostro.
-¿Quién te manda tantos mensajes, Margarita?
-Un chico del colegio...
-Y. ¿te gusta?
-Sí, creo que sí- dijo ella, algo insegura, una inseguridad que marcó el resto de su futuro
-“Creo que sí” no es una respuesta hija- dijo su madre, atribuyéndole el juicio de un adulto- ¿Qué harás si te invita a salir?
-Pensaba decirle que sí
-¿Sin estar segura si te gusta o no? ¿Y si él en verdad está enamorado de ti?
Ella seguía aún en la nube de la que no había podido bajar luego de aquella charla que había sostenido con su “amiguito”.
-Si yo fuera su madre no me gustaría que una chica lo lastimara de ese modo, y siendo tu madre no aprobaría que le hicieras vivir eso a ningún chico, como no me gustaría que ningún chico te lo hiciera a ti.
Ella quedó impresionada, fue como si su nube hubiera sido desintegrada de un momento a otro, y sin haber recibido ni una advertencia de que eso sucedería. Sí, en ese momento ella comprendió que a mayor altura, más fuerte será el impacto al caer y, efectivamente ella estaba demasiado alto.
Luego de aquella desilusión, Margarita se sentía terriblemente deprimida, dejó de responder los mensajes de Juan y sentía que se había precipitado demasiado al planear todo un futuro a su lado. De alguna forma, ella no estaba del todo seguro acerca de sus sentimientos: ¿debía seguir adelante y arriesgarse a lastimarlo? ¿O debía dar un paso al costado y continuar esperando a un príncipe azul que quizás jamás llegaría? Se arriesgó por lo segundo...
El lunes siguiente fue insoportable... ella rogó no cruzárselo y así correr el riesgo de que él le preguntara por qué ya no había contestado sus mensajes. Pero como todo, ese día pasó, al igual que el siguiente, y el resto de la semana.
Rápidamente llegó el día de la fiesta de Samanta, según la última información que Karen había transmitido, Juan tenía pensado declarársele a Margarita esa misma noche... Claro que eso había sido antes de que dejaran de mandarse mensajes, y ahora ella se preguntaba si él le diría algo de todos modo. La simple posibilidad de que Juan se le acercara le dio motivos suficientes para pasar dos horas arreglándose y no dejar ni un detalle descuidado, aunque ella estaba segura de que eso no sería suficiente.
El momento legó, junto a sus amigas entró al salón, saludó a los conocidos y, para su sorpresa Juan no había llegado. “Quizás ni siquiera venga” se dijo a sí misma para calmar sus nervios, que ya estaban bastante alborotados. De un momento a otro, mientras ella mantenía una conversación con algunas amigas, vio que él estaba cruzando la puerta de entrada. Sus ojos comenzaron a parpadear rápidamente, sus piernas le temblaron un poco y ella ya no sabía qué hacer, pero cuando él se acercó para saludarla todo pareció cambiar y ella se olvidó de todo eso.
Comenzó la fiesta y todo parecía marchar bien, ella había logrado relajarse y prácticamente se había olvidado de lo sucedido una semana atrás. Él no dejaba de mirarla, estaba sentada justo en frente suyo y disfrutaba, probablemente más de lo que había esperado, de la divertida conversación pero la vida tiene una tendencia natura a cambiar rápidamente el panorama, sin importar lo que nosotros pensemos de él. Y, para acabar con la tranquilidad de la cena, llegó una bailarina de danzas árabes. Hizo su coreografía, y luego no tuvo mejor idea que llamar a la única bailarina, aparte de ella misma, que se encontraba en aquel lugar: Margarita. Para variar con su humor tan tranquilo, ella aceptó y comenzó a mostrar sus virtudes. Para seguir rompiendo con las formalidades, en vez de lucir el típico atuendo, ella llevaba una minifalda, un corset que apenas le permitía respirar y tacos, pero así y todo logró sobrevivir a aquel momento y, además de eso, recibió un aplauso por parte de sus amigas, y los demás presentes, que habían formado una ronda a su alrededor.
Comenzó entonces el momento del baile, como casi siempre, Margarita, ahora reconocida por el show que acababa de presentar, consiguió pareja rápidamente, sin saber que Juan no era un gran bailarín y prefería disimularlo haciendo de cuenta que aquella anoche no tenía ganas de bailar.
Luego de bailar algunos temas con amigos y conocidos, Margarita se dio cuenta de que Juan aún estaba sentado solo, en un rincón del salón, contemplando cómo ella bailaba con todo el mundo. Sintió el mismo deseo de acompañarlo que había sentido pocas semanas atrás en la escuela, y sin dudarlo, se sentó en la silla vacía que había a su lado.
-¡Qué cansada estoy!- dijo para disimular un poco
-No es para menos, bailaste con casi todos los chicos del lugar- Respondió él, secamente
Ella no supo cómo interpretarlo, y por eso no le respondió. Se preguntaba en silencio si él creía que “bailar con todos los chicos del lugar” era algo “inadecuado”, cosa que sinceramente no creía posible. Por otro lado era totalmente comprensible que él se sintiera celoso por no haber bailado con ella aún... “Eso es más probable” se dijo a sí misma en silencio.
-Ya me siento mejor, ¿tú no?- dijo mientras esperaba que él se levantara para bailar con ella finalmente.
-En verdad, no- dijo él, en el mismo tono seco de antes. -Parece que te gusta bastante la canción que escuchamos al principio- agregó, cambiando deliberadamente de tema, y agregándole un tono más simpático a su voz.
-¿Qué canción?- preguntó, confundida por el cambio de actitud que su compañero mostró.
-La que usó en el video.
En ese momento ella comprendió de qué estaba hablando: cuando recién había comenzado la fiesta, se había mostrado, siguiendo una costumbre de aquellas fiestas, un video con fotos de la cumpleañera, mientras sonaba la canción favorita de Margarita...
-Sí, en verdad conozco bien aquella canción; yo he usado la misma en mi fiesta
-Era obvio que ya la conocías bastante bien, no dejaste de cantarla ni un segundo
-¿Me estuviste escuchando todo el tiempo, entonces?
-Sí, y no cantas nada mal, debo decir.
Ella sintió que era una mentira terrible la que acaba de oír, pero sin embargo la aceptó con alegría.
-¿Quieres bailar?- dijo de la nada uno de los invitados. Ella dudó por varios segundos. Miró a Juan, pero éste había regresado a su actitud fría de antes ahora miraba a un costado. Frente a aquella indiferencia fingida ella no pudo hacer otra cosa más que aceptar la invitación del muchacho. Además bailar con él subiría su popularidad -que ya había sido incrementada bastante por la muestra de danza- ya que Nicolás era considerado el chico más apuesto del primer año y todas esperaban tener la oportunidad de bailar con él aquella noche, y para agregarle otro detalle, la canción que acababa de comenzar era propicia para hacer otra demostración de sus cualidades para la danza.
Ella se levantó elegantemente y tomó la mano de su compañero, que no tardó ni dos segundos en llevarla a su cintura. Acabada la canción todos esperaban que comenzara otra de un estilo similar, pero de un momento a otro comenzó la canción triste de amor de aquella época... Noviembre Sin Ti. Ella no pudo evitar recordar que Juan le había dicho cuanto le gustaba Noviembre Sin “Ti” en uno de sus mensajes y, por esas coincidencias del destino, Nicolás la hizo dar una vuelta, y quedar de cara a Juan, justo en ese momento. Las demás parejas estaban bailando un poco más atrás, y Juan estaba sentado solo, justo delante suyo. Sin notar que ella había girado y ahora lo veía, Juan movió los labios, mirando a Karen -que estaba bailando atrás, a un costado-, diciendo en silencio “me quiero morir”.
Cinco minutos después la música había terminado, se habían encendido las luces del salón, y todos habían desaparecido de la pista de baile. Los taxis llegaron a la puerta del lugar y, dulcemente, Juan se ofreció a acompañar a Margarita hasta la puerta para esperar a que llegara su padre, y una vez que él llegó, la acompañó nuevamente al interior del salón, la ayudó a ponerse su abrigo, y se despidieron.
viernes, 24 de diciembre de 2010
CAPÍTULO III: Todo Es Cuestión De Números
Los días pasaban de modo divertido, Karen compartía sus amplios conocimientos con uno y otro y los nuevos rostros siempre inventaban algo que alegraba el día.
Los primeros exámenes llegaban y Margarita, como ya era costumbre, no tenía problema alguno. Una mañana se acercó a corregir unos cálculos con la profesora de matemática y mientras esperaba su resultado, observó que Juan estaba en un escritorio contra un rincón del salón sentado solo.
-¡Excelente Margarita!- dijo la profesora. Al oír eso Juan levantó la vista por un momento, lanzó una pequeña sonrisa, y luego volvió a ver su propio ejercicio y la sonrisa se borró de su rostro. Margarita regresó a su lugar, algunos escritorios detrás del de Juan, y Karen, que ya había notado todo, le dijo:
-Parece que Juan tiene problemas, ¿no?
-Sí, ¿no?
-¿Por qué no lo ayudas un poco?, todo el mundo parece entenderte
-No sé... ¿tú crees?
-¿Qué preguntas? ¡Ve de una vez!
Margarita se puso de pie y dio unos cuantos pasos decisivos hacia la silla vacía al lado de Juan. Sin pedir permiso se sentó y, también sin pedir permiso, miró su hoja.
-¿Puedo decirte en qué te equivocaste?
-Me salvarías si haces eso... pero ¿tan rápido te diste cuenta?
-No es nada difícil, sólo debes recordar que la propiedad no es distributiva cuando hay una suma ahí... Sólo cuando hay multiplicación o división.
Fue una simple ayudita, pero para ambos fue saltar una gran barrera, hasta entonces no habían logrado hablar cuando estaban los dos solos.
Aquella fue la primera de muchas ayudas que se dieron mutuamente.
A la semana siguiente llegó la prueba de vectores de física, aunque aún no había logrado aprender cómo aplicar la propiedad distributiva, él trató de dar lo mejor de sí, pero Margarita comenzó a conocerlo mejor, y leyó en su rostro que también estaba teniendo problemas esta vez. Un simple papelito tenía la respuesta a sus problemas, y si no hubiera sido por los nervios de Juan, la profesora no lo hubiera descubierto jamás.
-¿Qué tiene ahí, López?
-Nada, nada, profesora...
-¿Cómo que nada? ¿Qué es eso? ¿Quién se lo dio?
-Es un borrador- dijo nervioso
-¿Un borrador? ¿Nadie le enseñó que no se hacen borradores? ¡Esto ya no es la primaria, chicos!
Juan había quedado temblando y le echó una miradita sobre el hombro a Margarita, ella abrió los ojos en señal de alarma y él le devolvió una sonrisa, para hacerle saber que ya había pasado el peligro. Luego se dieron mutuamente las gracias, él por haber recibido la ayuda y ella por no haber sido delatada cuando la profesora le preguntó quién se lo había pasado.
Luego de la adrenalina y el stress generado por la lunática profesora de física, Samanta repartió las invitaciones a la fiesta de su cumpleaños de quince. En caso de que el lector no lo sepa, en Argentina -así como en el resto de Sudamérica- las adolescentes acostumbran hacer grandes fiestas, que podrían compararse con las bodas, para sus cumpleaños número quince. Así como las chicas norteamericanas lo hacen al cumplir los dieciséis.
En seguida todos comenzaron a comentar cómo sería la fiesta y qué atuendos llevarían. Para ser honestos, nadie tenía demasiadas expectativas sobre qué usaría Margarita, era una chica bonita, sí, nadie lo negaba, quizás la más bonita de la clase; pero en la escuela ella se mostraba demasiado seria y concentrada en sus asuntos.
Los primeros exámenes llegaban y Margarita, como ya era costumbre, no tenía problema alguno. Una mañana se acercó a corregir unos cálculos con la profesora de matemática y mientras esperaba su resultado, observó que Juan estaba en un escritorio contra un rincón del salón sentado solo.
-¡Excelente Margarita!- dijo la profesora. Al oír eso Juan levantó la vista por un momento, lanzó una pequeña sonrisa, y luego volvió a ver su propio ejercicio y la sonrisa se borró de su rostro. Margarita regresó a su lugar, algunos escritorios detrás del de Juan, y Karen, que ya había notado todo, le dijo:
-Parece que Juan tiene problemas, ¿no?
-Sí, ¿no?
-¿Por qué no lo ayudas un poco?, todo el mundo parece entenderte
-No sé... ¿tú crees?
-¿Qué preguntas? ¡Ve de una vez!
Margarita se puso de pie y dio unos cuantos pasos decisivos hacia la silla vacía al lado de Juan. Sin pedir permiso se sentó y, también sin pedir permiso, miró su hoja.
-¿Puedo decirte en qué te equivocaste?
-Me salvarías si haces eso... pero ¿tan rápido te diste cuenta?
-No es nada difícil, sólo debes recordar que la propiedad no es distributiva cuando hay una suma ahí... Sólo cuando hay multiplicación o división.
Fue una simple ayudita, pero para ambos fue saltar una gran barrera, hasta entonces no habían logrado hablar cuando estaban los dos solos.
Aquella fue la primera de muchas ayudas que se dieron mutuamente.
A la semana siguiente llegó la prueba de vectores de física, aunque aún no había logrado aprender cómo aplicar la propiedad distributiva, él trató de dar lo mejor de sí, pero Margarita comenzó a conocerlo mejor, y leyó en su rostro que también estaba teniendo problemas esta vez. Un simple papelito tenía la respuesta a sus problemas, y si no hubiera sido por los nervios de Juan, la profesora no lo hubiera descubierto jamás.
-¿Qué tiene ahí, López?
-Nada, nada, profesora...
-¿Cómo que nada? ¿Qué es eso? ¿Quién se lo dio?
-Es un borrador- dijo nervioso
-¿Un borrador? ¿Nadie le enseñó que no se hacen borradores? ¡Esto ya no es la primaria, chicos!
Juan había quedado temblando y le echó una miradita sobre el hombro a Margarita, ella abrió los ojos en señal de alarma y él le devolvió una sonrisa, para hacerle saber que ya había pasado el peligro. Luego se dieron mutuamente las gracias, él por haber recibido la ayuda y ella por no haber sido delatada cuando la profesora le preguntó quién se lo había pasado.
Luego de la adrenalina y el stress generado por la lunática profesora de física, Samanta repartió las invitaciones a la fiesta de su cumpleaños de quince. En caso de que el lector no lo sepa, en Argentina -así como en el resto de Sudamérica- las adolescentes acostumbran hacer grandes fiestas, que podrían compararse con las bodas, para sus cumpleaños número quince. Así como las chicas norteamericanas lo hacen al cumplir los dieciséis.
En seguida todos comenzaron a comentar cómo sería la fiesta y qué atuendos llevarían. Para ser honestos, nadie tenía demasiadas expectativas sobre qué usaría Margarita, era una chica bonita, sí, nadie lo negaba, quizás la más bonita de la clase; pero en la escuela ella se mostraba demasiado seria y concentrada en sus asuntos.
lunes, 13 de diciembre de 2010
Capítulo II: A Primera Vista, Por Segunda Vez
Nuevamente, era una tibia mañana de marzo en Buenos Aires. Frente a la entrada de la secundaria había unos pocos padres, y muchos adolescentes. Todos parecían tranquilos y relajados, nadie aparentaba preocuparse por nada, excepto ellos. Ella tenía ya quince años, estaba parada a un costado. El primer reflejo del sol cayó en su cabello y el destello encendió algo en el interior del joven que la miraba desde la esquina. Sin saber por qué, sintió la necesidad de acercarse a ella. Comenzó a caminar hacia la puerta, ella vio el chispazo encenderse en sus ojos y sintió una especie de deja vù.
-Hola- dijeron al mismo tiempo
-¿Empiezas este año?- preguntó ella
-Sí, ¿tú también?
-Sí- Respondió dulcemente
-Entonces, sólo nos queda esperar ¿verdad?
-Sí...
Ya no sabían qué decir, pero era obvio que algo querían decir.
Una señora abrió la puerta.
-Pasen por aquí, chicos... -dijo, y los recibió como si los conociera de toda la vida.
Así comenzó el día. Sus amigos comenzaron a llegar y sin darse cuenta comenzaron a separarse.
-Yo seré su preceptora- dijo la señora que había abierto la puerta. -a mí pueden preguntarme lo que deseen y si necesitan algo o simplemente quieren hablarme, no duden en venir conmigo.
Aparentaba ser una mujer dulce y sincera, y rápidamente se ganó la confianza de todos los chicos.
-Por ser el primer día podrán sentarse en grupos si quieren- dijo antes de irse.
La idea parecía algo infantil, pero fue en verdad útil, sobre todo para los chicos que no se conocía entre sí.
Se formaron cinco grupos: adelante de todo las chicas que "no tenían ningún problema": no sentían nervios, eran seguras de sí mismas y se reían como si conocieran absolutamente todo lo que las rodeaba. En un costado el grupo en donde ella se encontraba: eran seis chicas que se conocían desde la primaria y que, como era normal, estaban nerviosas y se preguntaban qué pensarían los rostros nuevos sobre ellas. En el otro costado los "chicos malos", que se conocían también desde antes y no tenían reparo alguno en cometer sus "travesuras" el primer día. En el fondo, el grupo en donde estaba él: eran chicos tranquilos, que en su mayoría no se habían visto hasta ese momento; y en el último rincón del salón, una mezcla de chicos que se conocían, con chicos que no y que no eran ni molestos ni tranquilos.
El día pasó más rápidamente de lo que ellos podían haber imaginado y, sin que siquiera lo notaran, pronto llegó la hora de irse a casa nuevamente.
Ella y sus cinco amigas ya lo habían planeado todo:
-¿Nos iremos juntas, verdad?- preguntó ella
-Sí, ustedes cuatro sí, yo tengo que irme a la casa de mi tía- dijo otra chica
-¡Ah, yo tampoco! mi mamá me pidió que comprara el almuerzo antes de ir a casa
Así fue que de a una, todas parecían tener una excusa para dejarla sola.
-Espera un segundo, él también va caminando para allá- dijo su amiga señalando al "niño de ojos chispeantes" -Tú espérame aquí.
De un momento a otro, su amiga le había encontrado un compañero
-¿Vamos?- dijo él nervioso, mientras comenzaba la caminata. Notaba algo en ella que lo ponía nervioso, pero no sabía qué era.
-Sí- Ella también estaba nerviosa, aunque no quisiera admitirlo.
Ninguno de ellos sabía qué decir. Caminaban en silencio y por momentos se miraban el uno al otro. Una vez más cruzaron miradas y ella se perdió en los ojos oscuros de su compañero, mientras él sentía deseos de verla sonreír.
-¿Vives por aquí cerca?, tu rostro me es familiar
-No, tomo el colectivo en aquella esquina y no bajo hasta la última parada.
-Entonces no sé de dónde pueda conocerte...- dijo ella mientras una breve sonrisa se dibujó en su rostro. Él se sintió más que satisfecho por aquel pequeño momento y sus ojos brillaron más que nunca, lo que hizo que ella volviera a sonreír aún más intensamente.
Rápidamente, él se sintió nervioso y apartó la mirada.
-¡Qué calor hace!- dijo ella tratando de crear una conversación.
-Sí, a esta hora el sol está más fuerte, ¿no?
Siguieron caminando sin decir palabra.
-Yo vivo aquí a media cuadra- dijo ella.
Se despidieron rápidamente y así acabó el día.
Unos días más tarde su amiga le dijo que había notado que él la miraba bastante. Ella se sonrojó y le dijo:
-Yo ni siquiera sé su nombre.
-Pero no niegas haberle devuelto las miradas
-Bueno, no tiene nada de malo ¿o sí?
-Claro que no- le dijo su amiga riéndose.
De repente su amiga desapareció y ella quedó sola. Dos segundos más tarde reapareció con el chico en cuestión
-Curiosamente él tampoco te ha vuelto a hablar porque tampoco recuerda tu nombre- Ambos se sonrojaron.
-Soy Margarita
-Yo Juan
Entonces, obligadamente, comenzaron una conversación.
-Hace un rato Margarita y yo estábamos hablando de nuestros hermanos, ambas somos hermanas mayores, yo tengo un hermano menor y ella una hermana, ¿tú?
-Yo soy hijo único... Aunque mis primos son como mis hermanos
-¿Vives con ellos?
-No, mi abuela vive en el fondo de mi casa y mis primos siempre vienen a visitarnos
-Yo también vivo con mi abuela- dijo Margarita
-¿Desde chica?- preguntó Juan
-Desde siempre ¿y tú?
-Desde muy pequeño, ella vino a vivir con mis padres y yo cuando se separó de mi abuelo.
-Entonces ¿tus padres viven juntos?- preguntó, asombrada, la tercera
-Sí ¿los suyos no?
-Los míos sí- dijeron las dos al mismo tiempo
-Pero ¿no están separados tus padres?- dijo su amiga
-No, están casados hace casi veinte años
-Disculpa, es que hoy en día los padres de casi todos parecen estar separados- dijo avergonzada.
Pasaron los días y Karen llevaba y traía todo tipo de información entre Margarita y Juan.
"Él tuvo varicela a los trece años, y por eso se vio obligado a faltar más de un mes al colegio. Lamentablemente terminó perdiendo aquel año”, le contó un día a Margarita.
"Ella la padeció a los cinco, cuando terminó el jardín de infantes, en su caso se perdió una excursión a la "Ciudad de los Niños" le dijo a él al mismo tiempo.
No había duda de Margarita, acerca de Juan, que Karen no supiera responder. En una ocasión, estando en el patio del recreo, Juan hablaba con una chica más grande.
-¿Quién será esa chica?- preguntó Margarita
-No tengo ni la más mínima idea. ¿Estás celosa?
-¿Celosa? ¿De qué?
-¡Ay, por favor! Los celos los llevas tatuados en la cara
-Solamente me pregunto cómo hacer para hablar tanto con él, cuando nosotros estamos solos nunca sabemos qué decir...
Una hora más tarde Karen volvió con la información necesaria.
-Es su prima
-¿Quién es prima de quién?- dijo Margarita totalmente desconectada de lo que Karen estaba pensando
-Esa chica que habla todo el día con Juan, es su prima o algo así... sé que se conocen desde muy pequeños, así que no tienes de qué preocuparte.
-Hola- dijeron al mismo tiempo
-¿Empiezas este año?- preguntó ella
-Sí, ¿tú también?
-Sí- Respondió dulcemente
-Entonces, sólo nos queda esperar ¿verdad?
-Sí...
Ya no sabían qué decir, pero era obvio que algo querían decir.
Una señora abrió la puerta.
-Pasen por aquí, chicos... -dijo, y los recibió como si los conociera de toda la vida.
Así comenzó el día. Sus amigos comenzaron a llegar y sin darse cuenta comenzaron a separarse.
-Yo seré su preceptora- dijo la señora que había abierto la puerta. -a mí pueden preguntarme lo que deseen y si necesitan algo o simplemente quieren hablarme, no duden en venir conmigo.
Aparentaba ser una mujer dulce y sincera, y rápidamente se ganó la confianza de todos los chicos.
-Por ser el primer día podrán sentarse en grupos si quieren- dijo antes de irse.
La idea parecía algo infantil, pero fue en verdad útil, sobre todo para los chicos que no se conocía entre sí.
Se formaron cinco grupos: adelante de todo las chicas que "no tenían ningún problema": no sentían nervios, eran seguras de sí mismas y se reían como si conocieran absolutamente todo lo que las rodeaba. En un costado el grupo en donde ella se encontraba: eran seis chicas que se conocían desde la primaria y que, como era normal, estaban nerviosas y se preguntaban qué pensarían los rostros nuevos sobre ellas. En el otro costado los "chicos malos", que se conocían también desde antes y no tenían reparo alguno en cometer sus "travesuras" el primer día. En el fondo, el grupo en donde estaba él: eran chicos tranquilos, que en su mayoría no se habían visto hasta ese momento; y en el último rincón del salón, una mezcla de chicos que se conocían, con chicos que no y que no eran ni molestos ni tranquilos.
El día pasó más rápidamente de lo que ellos podían haber imaginado y, sin que siquiera lo notaran, pronto llegó la hora de irse a casa nuevamente.
Ella y sus cinco amigas ya lo habían planeado todo:
-¿Nos iremos juntas, verdad?- preguntó ella
-Sí, ustedes cuatro sí, yo tengo que irme a la casa de mi tía- dijo otra chica
-¡Ah, yo tampoco! mi mamá me pidió que comprara el almuerzo antes de ir a casa
Así fue que de a una, todas parecían tener una excusa para dejarla sola.
-Espera un segundo, él también va caminando para allá- dijo su amiga señalando al "niño de ojos chispeantes" -Tú espérame aquí.
De un momento a otro, su amiga le había encontrado un compañero
-¿Vamos?- dijo él nervioso, mientras comenzaba la caminata. Notaba algo en ella que lo ponía nervioso, pero no sabía qué era.
-Sí- Ella también estaba nerviosa, aunque no quisiera admitirlo.
Ninguno de ellos sabía qué decir. Caminaban en silencio y por momentos se miraban el uno al otro. Una vez más cruzaron miradas y ella se perdió en los ojos oscuros de su compañero, mientras él sentía deseos de verla sonreír.
-¿Vives por aquí cerca?, tu rostro me es familiar
-No, tomo el colectivo en aquella esquina y no bajo hasta la última parada.
-Entonces no sé de dónde pueda conocerte...- dijo ella mientras una breve sonrisa se dibujó en su rostro. Él se sintió más que satisfecho por aquel pequeño momento y sus ojos brillaron más que nunca, lo que hizo que ella volviera a sonreír aún más intensamente.
Rápidamente, él se sintió nervioso y apartó la mirada.
-¡Qué calor hace!- dijo ella tratando de crear una conversación.
-Sí, a esta hora el sol está más fuerte, ¿no?
Siguieron caminando sin decir palabra.
-Yo vivo aquí a media cuadra- dijo ella.
Se despidieron rápidamente y así acabó el día.
Unos días más tarde su amiga le dijo que había notado que él la miraba bastante. Ella se sonrojó y le dijo:
-Yo ni siquiera sé su nombre.
-Pero no niegas haberle devuelto las miradas
-Bueno, no tiene nada de malo ¿o sí?
-Claro que no- le dijo su amiga riéndose.
De repente su amiga desapareció y ella quedó sola. Dos segundos más tarde reapareció con el chico en cuestión
-Curiosamente él tampoco te ha vuelto a hablar porque tampoco recuerda tu nombre- Ambos se sonrojaron.
-Soy Margarita
-Yo Juan
Entonces, obligadamente, comenzaron una conversación.
-Hace un rato Margarita y yo estábamos hablando de nuestros hermanos, ambas somos hermanas mayores, yo tengo un hermano menor y ella una hermana, ¿tú?
-Yo soy hijo único... Aunque mis primos son como mis hermanos
-¿Vives con ellos?
-No, mi abuela vive en el fondo de mi casa y mis primos siempre vienen a visitarnos
-Yo también vivo con mi abuela- dijo Margarita
-¿Desde chica?- preguntó Juan
-Desde siempre ¿y tú?
-Desde muy pequeño, ella vino a vivir con mis padres y yo cuando se separó de mi abuelo.
-Entonces ¿tus padres viven juntos?- preguntó, asombrada, la tercera
-Sí ¿los suyos no?
-Los míos sí- dijeron las dos al mismo tiempo
-Pero ¿no están separados tus padres?- dijo su amiga
-No, están casados hace casi veinte años
-Disculpa, es que hoy en día los padres de casi todos parecen estar separados- dijo avergonzada.
Pasaron los días y Karen llevaba y traía todo tipo de información entre Margarita y Juan.
"Él tuvo varicela a los trece años, y por eso se vio obligado a faltar más de un mes al colegio. Lamentablemente terminó perdiendo aquel año”, le contó un día a Margarita.
"Ella la padeció a los cinco, cuando terminó el jardín de infantes, en su caso se perdió una excursión a la "Ciudad de los Niños" le dijo a él al mismo tiempo.
No había duda de Margarita, acerca de Juan, que Karen no supiera responder. En una ocasión, estando en el patio del recreo, Juan hablaba con una chica más grande.
-¿Quién será esa chica?- preguntó Margarita
-No tengo ni la más mínima idea. ¿Estás celosa?
-¿Celosa? ¿De qué?
-¡Ay, por favor! Los celos los llevas tatuados en la cara
-Solamente me pregunto cómo hacer para hablar tanto con él, cuando nosotros estamos solos nunca sabemos qué decir...
Una hora más tarde Karen volvió con la información necesaria.
-Es su prima
-¿Quién es prima de quién?- dijo Margarita totalmente desconectada de lo que Karen estaba pensando
-Esa chica que habla todo el día con Juan, es su prima o algo así... sé que se conocen desde muy pequeños, así que no tienes de qué preocuparte.
domingo, 12 de diciembre de 2010
Capítulo I: A Primera Vista
Esta historia comenzó cuando ninguno de ellos era consciente de eso. Era una tibia mañana de marzo en Buenos Aires. Una mujer, de unos “treinta y pico”, se encontraba de pie frente a la puerta del jardín de infantes con su hija abrazándole las piernas. Junto a ella otra mujer, de apróximadamente la misma edad, se encontraba en la misma situación con su pequeño hijo, que miraba con cariño a la nerviosa niña. Al igual que su hijo, la segunda mujer notó que la otra estaba tan nerviosa como su hija.
-¿Es su primer año, no?- dijo tratando de distraerla
-Sí, ¿tanto se nota?- dijo, sonrojándose, la otra mujer.
-No hay problema, se adaptará muy pronto...
Mientras las mujeres continuaron su conversación, la niña se dio vuelta para ver el rostro de la señora que hablaba con su mamá. Tenía cara simpática y aparentaba ser una persona tranquila. La examinó durante cierto tiempo y luego bajó la vista hasta el niño que continuaba observándola en silencio. Tenía ojos similares a los de su madre, pero en él se encendía un chispazo que logró hacerla olvidar sus nervios. Él seguí mirándola fijamente y, mientras el primer rayo del sol se reflejaba en sus cabellos dorados, notó que sin su madre, ella luciría totalmente indefensa. Deseaba hacerle saber que no había nada que temer, que sólo tendría que acostumbrarse a pasar algunas horas sin su madre, pero todo iba a estar bien. Pero había algo en ella que lo aterraba. Con su pequeña mente de sólo cuatro años, no lograba explicárselo pero ahora él también estaba nervioso.
Los minutos pasaron rápidamente y una joven abrió la puerta.
-Por ser el primer día nos dejarán pasar a nosotras también... - dijo la señora que ya lo había vivido un año atrás- ellos harán una ronda en el centro, cantarán algunas canciones y luego irán a uno de esos salones- hizo un ademán señalando unas puertas- con alguna de aquellas chicas- usó otro ademán para señalar a las maestras.
-Vamos, chicos, acérquense- dijo la maestra.
-Sigue a mi hijo, linda- dijo la señora mirando a la niña.
-Vamos, no tengas miedo, yo estaré aquí- le dijo su madre
En ese momento los ojos de ambos volvieron a cruzarse por un instante: ella notó que el chispazo en los ojos del niño ardía más que cualquier otra cosa que hubiera visto hasta entonces. Él se dio cuenta de que el momento había legado, tenía que hacerle notar que no estaba sola.
-Sígueme- fue lo único que logró decirle, los nervios ya no lo dejaban respirar.
Las madres entraron, las maestras organizaron la ronda, el “niño de los ojos chispeantes” y la “niña de cabello dorado” estaban juntos. Por un momento ninguno de los dos sintió nervios: no importaba que mamá se fuera, ella ya tenía un amigo allí; y no importaba el miedo que él antes había sentido, ahora había logrado mostrarle que era capaz de tranquilizarla. Se olvidaron del mundo por un sagrado momento que les valió por horas.
Una canción que no sabían comenzó...
“Oíd mortales el grito sagrado...” - cantaban las madres mirándolos.
-Tu bolsillo es del mismo color que el mío- dijo ella inocente.
-Eso es porque estaremos con la misma maestra- Respondió él, orgulloso de haberle resuelto su duda.
-Pero si tú ya has estado aquí y eres más grande, ¿por qué estarás conmigo?
Tuvo que tomarse un segundo para calmarse. La niña hablaba demasiado rápido.
-¿Cuántos años tienes?
-Tres- Respondió dulcemente
-Eso es porque los chicos de tres y cuatro estarán conmigo este año; ¡ahora silencio!- Intervino la maestra.
Esa fue la primera de muchas preguntas que él no supo contestarle, y la primera de muchas veces que mantuvieron charlas secretas en momentos de extremo silencio.
Las madres se fueron. La ronda se rompió. La niña se acercó a la puerta cerrada por donde había entrado su mamá. El niño se acercó a ella.
-¿Qué sucede?
-Mamá no está
-Sí, se ha ido... igual que la mía.
-Pero no se despidió...
-No pudo, seguro lo hubiera hecho si hubiera podido
-¡Chicos adentro!- gritó la maestra.
Él se alejó sintiéndose mal consigo mismo por no haber sido capaz de consolarla. Desearía haber podido decir algo que en verdad la calmara, pero ya se había dado cuenta de que cuando se trataba de ella las palabras parecían huir de su boquita. Sin poder hallarle explicación, permaneció observándola desde lejos, donde la maestra no pudiera retarlo.
El tiempo pasaba y la sonrisa estaba cada vez más desdibujada del rostro de la niña. El sol rebotaba en su sedoso cabello una vez más, y una lágrima comenzó a caer por su rosada mejillita. Él no comprendía qué sentía, deseaba verla riendo otra vez, pero ¿qué podía hacer? Decidió decirle a la maestra. La joven se dirigió hacia la niña y la abrazó. Él seguía observando la escena desde lejos, pero se dio cuenta de que, si bien estaba satisfecho por haber logrado que alguien la consolara, en su corazoncito algo le decía que debía ser él quien la abrazara.
Un rato más tarde la niña regresó.
-¿Estás mejor?- preguntó él
-No hasta que vea a mi mamá- dijo ella entre lágrimas
-Si te hace sentir mejor, yo también extraño a mi mamá- y sonrió
-¿Ah, sí? ¿Y qué haces?
-La extraño... -dijo confundido
-¿Quieres que extrañemos nuestras mamás juntos, entonces?- dijo ella, sintiendo cómo la sangre le subía hasta las mejillas.
-Bueno, ¿aquí está bien?- dijo mientras señalaba la ventana que daba al jardín del colegio
-¡Mira ese árbol!- dijo maravillada por el tamaño del antiguo sauce. Y así comenzaron a hablar de árboles y flores, y mariposas, hasta que se olvidaron de la tristeza de que sus madres ya no estaban allí.
Así el día pasó rápidamente, y cuando se dieron cuenta, ya era hora de encontrarse con sus madres nuevamente. En la alegría de verlas y contarles todo lo que habían vivido en aquel mágico día, se olvidaron el uno del otro...
Los años pasaron de igual modo, los chicos de cuatro y cinco años ya no estaban con la misma maestra... Ni los de cinco y seis, ni los de seis y siete... y ya no recordaron ni sus nombres.
-¿Es su primer año, no?- dijo tratando de distraerla
-Sí, ¿tanto se nota?- dijo, sonrojándose, la otra mujer.
-No hay problema, se adaptará muy pronto...
Mientras las mujeres continuaron su conversación, la niña se dio vuelta para ver el rostro de la señora que hablaba con su mamá. Tenía cara simpática y aparentaba ser una persona tranquila. La examinó durante cierto tiempo y luego bajó la vista hasta el niño que continuaba observándola en silencio. Tenía ojos similares a los de su madre, pero en él se encendía un chispazo que logró hacerla olvidar sus nervios. Él seguí mirándola fijamente y, mientras el primer rayo del sol se reflejaba en sus cabellos dorados, notó que sin su madre, ella luciría totalmente indefensa. Deseaba hacerle saber que no había nada que temer, que sólo tendría que acostumbrarse a pasar algunas horas sin su madre, pero todo iba a estar bien. Pero había algo en ella que lo aterraba. Con su pequeña mente de sólo cuatro años, no lograba explicárselo pero ahora él también estaba nervioso.
Los minutos pasaron rápidamente y una joven abrió la puerta.
-Por ser el primer día nos dejarán pasar a nosotras también... - dijo la señora que ya lo había vivido un año atrás- ellos harán una ronda en el centro, cantarán algunas canciones y luego irán a uno de esos salones- hizo un ademán señalando unas puertas- con alguna de aquellas chicas- usó otro ademán para señalar a las maestras.
-Vamos, chicos, acérquense- dijo la maestra.
-Sigue a mi hijo, linda- dijo la señora mirando a la niña.
-Vamos, no tengas miedo, yo estaré aquí- le dijo su madre
En ese momento los ojos de ambos volvieron a cruzarse por un instante: ella notó que el chispazo en los ojos del niño ardía más que cualquier otra cosa que hubiera visto hasta entonces. Él se dio cuenta de que el momento había legado, tenía que hacerle notar que no estaba sola.
-Sígueme- fue lo único que logró decirle, los nervios ya no lo dejaban respirar.
Las madres entraron, las maestras organizaron la ronda, el “niño de los ojos chispeantes” y la “niña de cabello dorado” estaban juntos. Por un momento ninguno de los dos sintió nervios: no importaba que mamá se fuera, ella ya tenía un amigo allí; y no importaba el miedo que él antes había sentido, ahora había logrado mostrarle que era capaz de tranquilizarla. Se olvidaron del mundo por un sagrado momento que les valió por horas.
Una canción que no sabían comenzó...
“Oíd mortales el grito sagrado...” - cantaban las madres mirándolos.
-Tu bolsillo es del mismo color que el mío- dijo ella inocente.
-Eso es porque estaremos con la misma maestra- Respondió él, orgulloso de haberle resuelto su duda.
-Pero si tú ya has estado aquí y eres más grande, ¿por qué estarás conmigo?
Tuvo que tomarse un segundo para calmarse. La niña hablaba demasiado rápido.
-¿Cuántos años tienes?
-Tres- Respondió dulcemente
-Eso es porque los chicos de tres y cuatro estarán conmigo este año; ¡ahora silencio!- Intervino la maestra.
Esa fue la primera de muchas preguntas que él no supo contestarle, y la primera de muchas veces que mantuvieron charlas secretas en momentos de extremo silencio.
Las madres se fueron. La ronda se rompió. La niña se acercó a la puerta cerrada por donde había entrado su mamá. El niño se acercó a ella.
-¿Qué sucede?
-Mamá no está
-Sí, se ha ido... igual que la mía.
-Pero no se despidió...
-No pudo, seguro lo hubiera hecho si hubiera podido
-¡Chicos adentro!- gritó la maestra.
Él se alejó sintiéndose mal consigo mismo por no haber sido capaz de consolarla. Desearía haber podido decir algo que en verdad la calmara, pero ya se había dado cuenta de que cuando se trataba de ella las palabras parecían huir de su boquita. Sin poder hallarle explicación, permaneció observándola desde lejos, donde la maestra no pudiera retarlo.
El tiempo pasaba y la sonrisa estaba cada vez más desdibujada del rostro de la niña. El sol rebotaba en su sedoso cabello una vez más, y una lágrima comenzó a caer por su rosada mejillita. Él no comprendía qué sentía, deseaba verla riendo otra vez, pero ¿qué podía hacer? Decidió decirle a la maestra. La joven se dirigió hacia la niña y la abrazó. Él seguía observando la escena desde lejos, pero se dio cuenta de que, si bien estaba satisfecho por haber logrado que alguien la consolara, en su corazoncito algo le decía que debía ser él quien la abrazara.
Un rato más tarde la niña regresó.
-¿Estás mejor?- preguntó él
-No hasta que vea a mi mamá- dijo ella entre lágrimas
-Si te hace sentir mejor, yo también extraño a mi mamá- y sonrió
-¿Ah, sí? ¿Y qué haces?
-La extraño... -dijo confundido
-¿Quieres que extrañemos nuestras mamás juntos, entonces?- dijo ella, sintiendo cómo la sangre le subía hasta las mejillas.
-Bueno, ¿aquí está bien?- dijo mientras señalaba la ventana que daba al jardín del colegio
-¡Mira ese árbol!- dijo maravillada por el tamaño del antiguo sauce. Y así comenzaron a hablar de árboles y flores, y mariposas, hasta que se olvidaron de la tristeza de que sus madres ya no estaban allí.
Así el día pasó rápidamente, y cuando se dieron cuenta, ya era hora de encontrarse con sus madres nuevamente. En la alegría de verlas y contarles todo lo que habían vivido en aquel mágico día, se olvidaron el uno del otro...
Los años pasaron de igual modo, los chicos de cuatro y cinco años ya no estaban con la misma maestra... Ni los de cinco y seis, ni los de seis y siete... y ya no recordaron ni sus nombres.
Presentación
A partir de acá voy a publicar una novela corta en capítulos. Cada entrada será un capítulo independiente, espero que la disfruten. Acá les dejó el índice y la intro.
"...El amor va en busca del amor
como el estudiante huyendo de sus libros
y el amor se aleja del amor como el niño
que deja sus juegos para volver a la escuela..."
(Romeo Y Julieta, Shakespeare)
ÍNDICE:
I. A Primera Vista
II. A Primera Vista, Por Segunda Vez
III. Todo Es Cuestión De Números
IV. El Momento Que Duraría Dos Años
V. Un Toque De Música
VI. Una Desilusión Tras Otra
VII. ¿Desenlace?
VIII. La Calma Que Precede A La Tormenta
IX. La Tormenta
X. La Calma Posterior A La Tormenta
XI. Otra Despedida, Otro Encuentro
XII. Situaciones
XIII. Más Situaciones
XIV. Un Hallazgo
XV. Vuelta A Casa
XVI. Caída Libre
XVII. Consecuencias
XVIII. ¿Y ahora?
XIX. Nuevo Personaje
XX. Gente
XXI. Equinoccio de Sentimientos
XXII. Meses Más, Meses Menos
XXIII. Años Más, Años Menos
XXIV. A Primera Vista, Por Última Vez
"...El amor va en busca del amor
como el estudiante huyendo de sus libros
y el amor se aleja del amor como el niño
que deja sus juegos para volver a la escuela..."
(Romeo Y Julieta, Shakespeare)
ÍNDICE:
I. A Primera Vista
II. A Primera Vista, Por Segunda Vez
III. Todo Es Cuestión De Números
IV. El Momento Que Duraría Dos Años
V. Un Toque De Música
VI. Una Desilusión Tras Otra
VII. ¿Desenlace?
VIII. La Calma Que Precede A La Tormenta
IX. La Tormenta
X. La Calma Posterior A La Tormenta
XI. Otra Despedida, Otro Encuentro
XII. Situaciones
XIII. Más Situaciones
XIV. Un Hallazgo
XV. Vuelta A Casa
XVI. Caída Libre
XVII. Consecuencias
XVIII. ¿Y ahora?
XIX. Nuevo Personaje
XX. Gente
XXI. Equinoccio de Sentimientos
XXII. Meses Más, Meses Menos
XXIII. Años Más, Años Menos
XXIV. A Primera Vista, Por Última Vez
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Colectivo I: La Embarazada
COLECTIVO I: La Embarazada
El momento parecía haber llegado. Esta vez no había dudas -o al menos eso pensaba ella-. Ya había ido a la maternidad dos veces, creyendo que sus bebés estaban finalmente en camino; pero ambas veces había resultado ser una falsa alarma. De todos modos esta vez no había duda alguna: había roto bolsa. Al ver todo el líquido caer, sin previo aviso, al suelo, se desesperó un poco. Estaba sola en su departamento y mil cosas comenzaron a venirle a la mente, sin saber qué responder primero. Se decidió por llamar a su marido que estaba trabajando. Él, por su lado, también enloqueció, no tenía ni la más mínima idea de qué debía hacer... tenía que llevar a su esposa a la maternidad, sin dudas, pero ¿qué pasaría después? Esta vez seguro volvería a casa con tres pequeños, y su mujer que aún se sentiría débil seguramente... ¡Y eran tres!. Aún no se atrevía siquiera a decirlo fuerte. ¿Cómo haría para cuidar a tres niños? Nunca había estado solo con un bebé y ahora, de buenas a primeras, tendría que hacerse cargo de tres, gracias a la fecundación in Vitro. Definitivamente nueve meses no era tiempo suficiente.
Tratando de ocultar sus nervios, se decidió por ir de una vez a a ver a su mujer y acabar del todo con aquella situación.
Cuando llegó a su casa, la embarazada estaba sentada con su panzota, en la mecedora que solía ser de su abuela, casi dormida.
- No te preocupes, creo que aún tenemos tiempo... Rompí bolsa pero no siento contracciones...
- ¿Significa que no hace falta salir corriendo?
- Supongo que no- dijo ella, mientras una de sus piernas comenzaba a sacudirse. Él puso su mano grande en la pierna delgada de su mujer, diciéndole: -No te preocupes, todo saldrá bien.
La pierna dejó de temblar y él se levantó y comenzó a preparar las cosas para partir cuanto antes.
- ¿Pido un taxi?- dijo él
- No, me siento perfectamente, vamos en colectivo.- Insistió ella, creyendo que así se relajaría más.
Caminaron lentamente dos cuadras hasta la parada del colectivo y esperaron tranquilamente. Unos cuantos minutos después el colectivo llegó y subieron a él.
- Apúrense que no tenemos todo el día- dijo, fastidioso, el colectivero, al ver que la mujer tardaba más de lo habitual en subir los altos escalones, mientras su marido trataba de ayudarla. Al escuchar aquellas palabras la joven trató de apresurarse.
- No hace falta que te apures, cariño.- Le dijo su marido. Pero de todos modos ella trató de acelerar sus pasos y trastabilló en el último escalón, tambaleándose bruscamente. Su marido la sostuvo pero, igualmente el sacudón ya había ocurrido y lo sobrevino una fuerte contracción. Rápidamente su marido la condujo hasta un asiento, mientras el colectivero decía: -El boleto...
- Iba a pagarlo de todas formas... pero no iba a dejarla sola- respondió fuerte el otro hombre.
Sacó el boleto y se sentó detrás de su mujer.
Creyó que el viaje sería tranquilo, pero parada a parada, notaba que su mujer estaba cada vez más tensa y sus contracciones eran cada vez más fuertes.
La gente subía y el rostro de su mujer estaba cada vez más arrebatado. Le dio agua, la acarició, trató de calmarla, pero él estaba nervioso también y ya no sabía qué hacer... El colectivo se sacudió a un lado y otro, daba saltos en cada bache que tenía la calle y él notaba la tensión en la cara de su mujer.
Comenzó a buscar algo con qué distraerla... los árboles, la hora... pero nada funcionaba. De pronto volteó su cabeza y descubrió tres niños sentados a un lado, comenzó a observarlos y notó que una señora les dejaba una bolsa con algo dentro bajo el asiento, al tiempo que los distraía, ofreciéndoles caramelos.
Volvió la vista al frente y descubrió que su señora también estaba observando.
- ¿Viste lo que hizo la señora?- dijo él
- Sí, les ofreció caramelos.
- No, eso no... les dejó una bolsa -Dijo en voz baja.
Entonces ella se relajó y comenzó a buscar dónde estaba de la que su marido hablaba... después de haberla encontrado, comenzó a estirar su cuello para tratar de descubrir cuál era su contenido...
- ¿Qué crees que tendrá?- le preguntaba, tratando de distraerla un poco más
- Quizás más caramelos... o dinero falso -dijo, riéndose- ¿No te gustaría que nuestros hijos fueran como ellos tres, míralos son pequeños angelitos.... -agregó mientras posaba sus manos en su panzota.
- ¿Angelitos? ¡Acaban de decirle gorda a aquella mujer!
- Hacen las cosas sin maldad... sólo dicen la verdad... no puedes negarme que la mujer estaba un poco excedida de peso- dijo entre risitas, la mujer, que ya se había relajado por completo.
En ese momento los "angelitos" descubrieron la bolsa y comenzaron a gritar y hacer muecas al descubrir que en su interior había un perrito de peluche.
El colectivo giró, el vendedor de golosinas apareció -abriéndose paso entre la gente a fuerza de empujones- y se interpuso en su visión, pero su marido le tocó el hombro, haciéndole un gesto para indicarle que acababan de llegar a la estación.
- Ahora sí pediré un taxi- dijo él al bajar- No permitiré que te subas a otro colectivo.
Ella se echó a reír, ya que en verdad se había distraído al ver a aquellos niños, pero aceptó la orden de su marido, diciendo -Si me río tanto otra vez, los bebés nacerán en manos de otro simpático colectivero...
El momento parecía haber llegado. Esta vez no había dudas -o al menos eso pensaba ella-. Ya había ido a la maternidad dos veces, creyendo que sus bebés estaban finalmente en camino; pero ambas veces había resultado ser una falsa alarma. De todos modos esta vez no había duda alguna: había roto bolsa. Al ver todo el líquido caer, sin previo aviso, al suelo, se desesperó un poco. Estaba sola en su departamento y mil cosas comenzaron a venirle a la mente, sin saber qué responder primero. Se decidió por llamar a su marido que estaba trabajando. Él, por su lado, también enloqueció, no tenía ni la más mínima idea de qué debía hacer... tenía que llevar a su esposa a la maternidad, sin dudas, pero ¿qué pasaría después? Esta vez seguro volvería a casa con tres pequeños, y su mujer que aún se sentiría débil seguramente... ¡Y eran tres!. Aún no se atrevía siquiera a decirlo fuerte. ¿Cómo haría para cuidar a tres niños? Nunca había estado solo con un bebé y ahora, de buenas a primeras, tendría que hacerse cargo de tres, gracias a la fecundación in Vitro. Definitivamente nueve meses no era tiempo suficiente.
Tratando de ocultar sus nervios, se decidió por ir de una vez a a ver a su mujer y acabar del todo con aquella situación.
Cuando llegó a su casa, la embarazada estaba sentada con su panzota, en la mecedora que solía ser de su abuela, casi dormida.
- No te preocupes, creo que aún tenemos tiempo... Rompí bolsa pero no siento contracciones...
- ¿Significa que no hace falta salir corriendo?
- Supongo que no- dijo ella, mientras una de sus piernas comenzaba a sacudirse. Él puso su mano grande en la pierna delgada de su mujer, diciéndole: -No te preocupes, todo saldrá bien.
La pierna dejó de temblar y él se levantó y comenzó a preparar las cosas para partir cuanto antes.
- ¿Pido un taxi?- dijo él
- No, me siento perfectamente, vamos en colectivo.- Insistió ella, creyendo que así se relajaría más.
Caminaron lentamente dos cuadras hasta la parada del colectivo y esperaron tranquilamente. Unos cuantos minutos después el colectivo llegó y subieron a él.
- Apúrense que no tenemos todo el día- dijo, fastidioso, el colectivero, al ver que la mujer tardaba más de lo habitual en subir los altos escalones, mientras su marido trataba de ayudarla. Al escuchar aquellas palabras la joven trató de apresurarse.
- No hace falta que te apures, cariño.- Le dijo su marido. Pero de todos modos ella trató de acelerar sus pasos y trastabilló en el último escalón, tambaleándose bruscamente. Su marido la sostuvo pero, igualmente el sacudón ya había ocurrido y lo sobrevino una fuerte contracción. Rápidamente su marido la condujo hasta un asiento, mientras el colectivero decía: -El boleto...
- Iba a pagarlo de todas formas... pero no iba a dejarla sola- respondió fuerte el otro hombre.
Sacó el boleto y se sentó detrás de su mujer.
Creyó que el viaje sería tranquilo, pero parada a parada, notaba que su mujer estaba cada vez más tensa y sus contracciones eran cada vez más fuertes.
La gente subía y el rostro de su mujer estaba cada vez más arrebatado. Le dio agua, la acarició, trató de calmarla, pero él estaba nervioso también y ya no sabía qué hacer... El colectivo se sacudió a un lado y otro, daba saltos en cada bache que tenía la calle y él notaba la tensión en la cara de su mujer.
Comenzó a buscar algo con qué distraerla... los árboles, la hora... pero nada funcionaba. De pronto volteó su cabeza y descubrió tres niños sentados a un lado, comenzó a observarlos y notó que una señora les dejaba una bolsa con algo dentro bajo el asiento, al tiempo que los distraía, ofreciéndoles caramelos.
Volvió la vista al frente y descubrió que su señora también estaba observando.
- ¿Viste lo que hizo la señora?- dijo él
- Sí, les ofreció caramelos.
- No, eso no... les dejó una bolsa -Dijo en voz baja.
Entonces ella se relajó y comenzó a buscar dónde estaba de la que su marido hablaba... después de haberla encontrado, comenzó a estirar su cuello para tratar de descubrir cuál era su contenido...
- ¿Qué crees que tendrá?- le preguntaba, tratando de distraerla un poco más
- Quizás más caramelos... o dinero falso -dijo, riéndose- ¿No te gustaría que nuestros hijos fueran como ellos tres, míralos son pequeños angelitos.... -agregó mientras posaba sus manos en su panzota.
- ¿Angelitos? ¡Acaban de decirle gorda a aquella mujer!
- Hacen las cosas sin maldad... sólo dicen la verdad... no puedes negarme que la mujer estaba un poco excedida de peso- dijo entre risitas, la mujer, que ya se había relajado por completo.
En ese momento los "angelitos" descubrieron la bolsa y comenzaron a gritar y hacer muecas al descubrir que en su interior había un perrito de peluche.
El colectivo giró, el vendedor de golosinas apareció -abriéndose paso entre la gente a fuerza de empujones- y se interpuso en su visión, pero su marido le tocó el hombro, haciéndole un gesto para indicarle que acababan de llegar a la estación.
- Ahora sí pediré un taxi- dijo él al bajar- No permitiré que te subas a otro colectivo.
Ella se echó a reír, ya que en verdad se había distraído al ver a aquellos niños, pero aceptó la orden de su marido, diciendo -Si me río tanto otra vez, los bebés nacerán en manos de otro simpático colectivero...
domingo, 5 de diciembre de 2010
Colectivo
COLECTIVO
Iba yo subiendo al colectivo 542, camino a la estación de Lomas de Zamora, donde me encontraría con una amiga que hacía varias semanas no veía.
Luego de sacar el boleto levanté la mirada, escudriñando a un lado y otro del pasillo central, en busca de un asiento libre, pero fue inútil: absolutamente todos estaban ocupados. En el primero había una mujer embarazada, con las mejillas coloradas y las piernas tensas. Estaba sentada justo del lado donde daba de lleno el sol de diciembre y su frente comenzaba a sudar. Desde el asiento de atrás un hombre le alcanzó una botella de agua fresca y puso la mano en su hombro, "Relájate, pronto llegaremos a casa", le dijo en voz baja.
Pocos asientos más allá había tres niños jugando al "Veo- veo", y así comenzaban:
- Veo, veo...
- ¿Qué ves?
- Una cosa...
- ¿Qué cosa?
- Maravillosa...
- ¿De qué color?
- De color... rosa
- Ah, ¡ya sé! ¡El vestido de la gorda! -Gritó el tercer niño, haciendo pasar vergüenza a su madre, que desde ese momento posó su mirada en el piso y no volvió a levantarla.
La "gorda de vestido rosa" puso mirada fastidiosa en un comienzo, pero luego no pudo evitar sentir cierta simpatía por los tres mocosos que acababan de insultarla y antes de bajar les extendió una mano llena de caramelos y, mientras los chicos estaban distraídos con las golosinas, les dejó bajo el asiento una bolsa que hasta ese momento había llevado consigo. Disimuladamente se marchó hacia la puerta intermedia del transporte y finalmente tocó timbre y bajó, sin que nadie notara lo que acababa de hacer. Ni siquiera la madre de los pequeños, que aún miraba el piso por la vergüenza que había pasado pocos minutos antes.
Más atrás una chica volvía de su primer día de trabajo y, orgullosa de sí misma, miraba feliz el atardecer, pensando en qué gastaría la pequeña suma de dinero que recién había ganado. Sin siquiera sentir que una mujer, elegantemente vestida y con un saco de piel falsa en los brazos, ya le había abierto la cartera y tenía posesión de su billetera con todo el dinero y sus documentos también. Mientras ella seguía en su propio mundo, la mujer hizo una seña al colectivero, que paró allí mismo -a mitad de cuadra y sin ser parada- y bajó apresuradamente. Pero nadie tuvo tiempo de darse cuenta, ya que uno de los chicos de los asientos delanteros comenzó a gritar "¡UNA BOLSA, UNA BOLSA!", mientras otro la abría, y el tercero espiaba en su interior "¡un perrito...", exclamaron los tres al mismo tiempo y el colectivero dio vuelta la cabeza como si eso fuera sinónimo a una amenaza de bomba. "... de peluche!" agregaron los tres, sacando un gran perro de largos pelos sintético, de a bolsa que había dejado la mujer.
Con todo aquello, la nerviosa embarazada se encontraba distraída y ahora lucía una dulce sonrisa y sus piernas estaban relajadas, mientras sus manos reposaban tranquilas sobre su panza.
A toda aquella situación sólo unas pocas personas permanecían ajenas: por un lado una joven pareja que intercambiaba miradas. Ambos se encontraban completamente embelesados con los ojos de su compañero. Entonces me dieron a mí también ganas de reflejarme en los ojos de mi novio, pero por desgracia tendría que conformarme con una llamada telefónica a la noche, ya que se encontraba lejos durante la semana.
La otra persona que permanecía aún enajenada y encerrada en su propio mundo era una pobre ancianita que, sentada en un rincón y con ojos llorosos, leía una y otra vez una carta, cuyo encabezado decía "Último aviso previo a remate".
Mientras yo veía todo aquello, un vendedor de golosinas se hacía espacio entre la gente a fuerza de empujones, para llegar antes que nadie a la puerta. Entonces noté que el colectivo acababa de doblar en la esquina de Gorriti y República Árabe- Siria, y ya era hora de que todos bajáramos.
Iba yo subiendo al colectivo 542, camino a la estación de Lomas de Zamora, donde me encontraría con una amiga que hacía varias semanas no veía.
Luego de sacar el boleto levanté la mirada, escudriñando a un lado y otro del pasillo central, en busca de un asiento libre, pero fue inútil: absolutamente todos estaban ocupados. En el primero había una mujer embarazada, con las mejillas coloradas y las piernas tensas. Estaba sentada justo del lado donde daba de lleno el sol de diciembre y su frente comenzaba a sudar. Desde el asiento de atrás un hombre le alcanzó una botella de agua fresca y puso la mano en su hombro, "Relájate, pronto llegaremos a casa", le dijo en voz baja.
Pocos asientos más allá había tres niños jugando al "Veo- veo", y así comenzaban:
- Veo, veo...
- ¿Qué ves?
- Una cosa...
- ¿Qué cosa?
- Maravillosa...
- ¿De qué color?
- De color... rosa
- Ah, ¡ya sé! ¡El vestido de la gorda! -Gritó el tercer niño, haciendo pasar vergüenza a su madre, que desde ese momento posó su mirada en el piso y no volvió a levantarla.
La "gorda de vestido rosa" puso mirada fastidiosa en un comienzo, pero luego no pudo evitar sentir cierta simpatía por los tres mocosos que acababan de insultarla y antes de bajar les extendió una mano llena de caramelos y, mientras los chicos estaban distraídos con las golosinas, les dejó bajo el asiento una bolsa que hasta ese momento había llevado consigo. Disimuladamente se marchó hacia la puerta intermedia del transporte y finalmente tocó timbre y bajó, sin que nadie notara lo que acababa de hacer. Ni siquiera la madre de los pequeños, que aún miraba el piso por la vergüenza que había pasado pocos minutos antes.
Más atrás una chica volvía de su primer día de trabajo y, orgullosa de sí misma, miraba feliz el atardecer, pensando en qué gastaría la pequeña suma de dinero que recién había ganado. Sin siquiera sentir que una mujer, elegantemente vestida y con un saco de piel falsa en los brazos, ya le había abierto la cartera y tenía posesión de su billetera con todo el dinero y sus documentos también. Mientras ella seguía en su propio mundo, la mujer hizo una seña al colectivero, que paró allí mismo -a mitad de cuadra y sin ser parada- y bajó apresuradamente. Pero nadie tuvo tiempo de darse cuenta, ya que uno de los chicos de los asientos delanteros comenzó a gritar "¡UNA BOLSA, UNA BOLSA!", mientras otro la abría, y el tercero espiaba en su interior "¡un perrito...", exclamaron los tres al mismo tiempo y el colectivero dio vuelta la cabeza como si eso fuera sinónimo a una amenaza de bomba. "... de peluche!" agregaron los tres, sacando un gran perro de largos pelos sintético, de a bolsa que había dejado la mujer.
Con todo aquello, la nerviosa embarazada se encontraba distraída y ahora lucía una dulce sonrisa y sus piernas estaban relajadas, mientras sus manos reposaban tranquilas sobre su panza.
A toda aquella situación sólo unas pocas personas permanecían ajenas: por un lado una joven pareja que intercambiaba miradas. Ambos se encontraban completamente embelesados con los ojos de su compañero. Entonces me dieron a mí también ganas de reflejarme en los ojos de mi novio, pero por desgracia tendría que conformarme con una llamada telefónica a la noche, ya que se encontraba lejos durante la semana.
La otra persona que permanecía aún enajenada y encerrada en su propio mundo era una pobre ancianita que, sentada en un rincón y con ojos llorosos, leía una y otra vez una carta, cuyo encabezado decía "Último aviso previo a remate".
Mientras yo veía todo aquello, un vendedor de golosinas se hacía espacio entre la gente a fuerza de empujones, para llegar antes que nadie a la puerta. Entonces noté que el colectivo acababa de doblar en la esquina de Gorriti y República Árabe- Siria, y ya era hora de que todos bajáramos.
sábado, 4 de diciembre de 2010
VUELTA A CASA (fragmento)
Aunque no haya demostración empírica que lo pruebe, es seguro que el momento perfecto no existe. Y si parece existir, se esfuma rápidamente. Margarita era consciente de todo aquello pero, luego de haber bailado toda la noche con Juan, no tenía ganas de recordarlo mientras esperaba el remis que la llevaría a su casa. Era una noche hermosa, la luna brillaba, había una leve brisa, y el hombro de Esteban estaba más cómodo que nunca. Eran las seis de la mañana y ambos estaban sentados en una esquina cercana al boliche. -¿Cuándo llegará el remis?- dijo Esteban en el momento en que una pandilla de chicos aparecía en la esquina de enfrente y comenzaba a golpear a un chico que supuestamente había robado algo. Esteban y Margarita se miraron. Poco más tarde, todos desaparecieron y sólo Dios sabrá qué habrá sido de aquellas personas. Ellos seguían esperando. Los autos iban y venían por la autopista principal de su ciudad y ninguno de los dos decía una sola palabra.
-¿Por qué no le dijiste?, era la situación perfecta...
Margarita no dijo nada, sabía que Esteban siempre esperaba que ella diera el primer paso, pero era consciente de que jamás lo haría.
-¿Temes lo que pueda responderte?- dijo él, dejando ver lo confundido que en verdad estaba.
-No, pero tiene novia. Contra mis nervios puedo, pero contra ella, no.- Ninguno de los dos volvió a decir palabra.
Esteban pensaba que Margarita estaba equivocada, si Juan era su causa de felicidad, entonces estaba a sólo un paso de ser feliz. No era mucho lo que tenía que hacer, sólo acercarse y hablar con él y decirle cómo se sentía. Esteban se imaginaba la situación: era un típico día de escuela, podría ser un lunes, o un miércoles tal vez, Margarita estaba más arreglada que de costumbre, tenía el pelo prolijamente arreglado, y los ojos bien pintados. Sus uñas brillaban con un rosa intenso que combinaban con el color de sus labios y, mientras todos sus compañeros hablaban y gritaban, ella se apoyaba en su hombro y le decía "¿podemos hablar?". Entonces la bocina de un auto lo llevó de regreso al mundo.
-El remis está aquí.- dijo, ayudándola a levantarse.
Subieron al auto y Esteban comenzó a retomar sus pensamientos. ¿Cómo había sido capaz de imaginar tal cosa? Ella era sólo su amiga, no podía permitirse aprovecharse de la confianza que ella le había dado. Se sintió mal consigo mismo por un momento y luego, mientras veía los autos pasar a su lado a través de la ventanilla del auto, su atención se desvió hacia Juan. ¡Qué imbécil! Estar sufriendo por alguien que era igual a todas las demás cuando tenía la posibilidad de aprovechar ese momento en el que tenía entre sus brazos a alguien como Margarita. Él estaba seguro que, de tener esa posibilidad, no la dejaría escapar tan fácilmente. Pero tenía que conformarse con ver a Margarita sufriendo por alguien que no valía la pena. Porque él había llegado a conocerla muy bien y, al igual que otras personas, estaba seguro de que Juan era "poca cosa" para ella. Margarita se merecía alguien que la escuchara, que supiera en qué pensaba cuando ella no tenía la fuerza suficiente para decirlo; y sin dudas, él creía haber demostrado tener muchas más cualidades que Juan, aunque ella pareciera no darse cuenta de todo eso; excepto cuando se sentía mal y necesitaba un hombro donde llorar.
A pocos centímetros, en el asiento delantero, Margarita pensaba en la novia de Juan. No lograba entender por qué alguien podía ser tan cruel con otra persona, sobre todo porque ella jamás haría algo así. Se preguntaba en qué estaría pensando Juan. Mientras ella pensaba en él, seguramente él estaba pensando en esa chica que le había roto el corazón... y entonces sintió que su corazón se rompía también. En ese momento Esteban levantó la mirada y vio el rostro de Margarita reflejado en el espejo retrovisor... y entonces su corazón también se rompió en pedazos.
-¿Por qué no le dijiste?, era la situación perfecta...
Margarita no dijo nada, sabía que Esteban siempre esperaba que ella diera el primer paso, pero era consciente de que jamás lo haría.
-¿Temes lo que pueda responderte?- dijo él, dejando ver lo confundido que en verdad estaba.
-No, pero tiene novia. Contra mis nervios puedo, pero contra ella, no.- Ninguno de los dos volvió a decir palabra.
Esteban pensaba que Margarita estaba equivocada, si Juan era su causa de felicidad, entonces estaba a sólo un paso de ser feliz. No era mucho lo que tenía que hacer, sólo acercarse y hablar con él y decirle cómo se sentía. Esteban se imaginaba la situación: era un típico día de escuela, podría ser un lunes, o un miércoles tal vez, Margarita estaba más arreglada que de costumbre, tenía el pelo prolijamente arreglado, y los ojos bien pintados. Sus uñas brillaban con un rosa intenso que combinaban con el color de sus labios y, mientras todos sus compañeros hablaban y gritaban, ella se apoyaba en su hombro y le decía "¿podemos hablar?". Entonces la bocina de un auto lo llevó de regreso al mundo.
-El remis está aquí.- dijo, ayudándola a levantarse.
Subieron al auto y Esteban comenzó a retomar sus pensamientos. ¿Cómo había sido capaz de imaginar tal cosa? Ella era sólo su amiga, no podía permitirse aprovecharse de la confianza que ella le había dado. Se sintió mal consigo mismo por un momento y luego, mientras veía los autos pasar a su lado a través de la ventanilla del auto, su atención se desvió hacia Juan. ¡Qué imbécil! Estar sufriendo por alguien que era igual a todas las demás cuando tenía la posibilidad de aprovechar ese momento en el que tenía entre sus brazos a alguien como Margarita. Él estaba seguro que, de tener esa posibilidad, no la dejaría escapar tan fácilmente. Pero tenía que conformarse con ver a Margarita sufriendo por alguien que no valía la pena. Porque él había llegado a conocerla muy bien y, al igual que otras personas, estaba seguro de que Juan era "poca cosa" para ella. Margarita se merecía alguien que la escuchara, que supiera en qué pensaba cuando ella no tenía la fuerza suficiente para decirlo; y sin dudas, él creía haber demostrado tener muchas más cualidades que Juan, aunque ella pareciera no darse cuenta de todo eso; excepto cuando se sentía mal y necesitaba un hombro donde llorar.
A pocos centímetros, en el asiento delantero, Margarita pensaba en la novia de Juan. No lograba entender por qué alguien podía ser tan cruel con otra persona, sobre todo porque ella jamás haría algo así. Se preguntaba en qué estaría pensando Juan. Mientras ella pensaba en él, seguramente él estaba pensando en esa chica que le había roto el corazón... y entonces sintió que su corazón se rompía también. En ese momento Esteban levantó la mirada y vio el rostro de Margarita reflejado en el espejo retrovisor... y entonces su corazón también se rompió en pedazos.
viernes, 3 de diciembre de 2010
NO PODÍA SER AMOR
Era una tarde como cualquier otra... Sí, no había nada de particular en el atardecer que veía a través del parabrisas de esu auto. No había nada de particular en los rostros de la gente que esperaba en la esquina, intentando cruzar la calle.
Había aún pájaros zurcando el cielo, a penas nublado, y los últimos rayos del sol se reflejaban en cada uno de los tejados de las casas que pasaban a sus costados.
Llegó a la puerta del hospital, detuvo el motor de su coche y esperó. Encendió el stéreo, pensó en cruzar la calle para comprar un paquete de cigarrillos, pero entonces recordó lo que había prometido a su mujer la noche anterior: dejaría definitivamente de fumar. Subió el volumen de la música y comenzó a desafinar fuerte, para sí distraerse. La canción preferida de su mujer acababa de comenzar, Yesterday de los Beatles. -¿Cuánto faltará para que salga? ¡Ya es la hora!- Se repetía en silencio. Cerró los ojos y siguió cantando y escuchando. Escuchó la puerta del auto abrirse y una suave voz acompañarlo al decir "Why she had to go?, I don't know..." (¿Por qué ella tuvo que irse?, no lo sé...)
Le dio un beso, puso en marcha el auto nuevamente y la canción terminó.
-¿Cuántos cigarrillos no fumaste hoy, amor?
-Si en la radio hubieran estado pasando una canción de Britney Spears, ya me hubiera comprado un paquete, cariño.
-Pero no lo hiciste.
-No, ¿y tu día cómo estuvo?
-No sé si tan bien como el tuyo. Algo horrible sucedió.
-¿Estás bien?- dijo alarmado, quitando las manos del volante y tomando con una la de su mujer y, con la otra, una de sus piernas.
-Sí, sí... pero llegó una niña que ha tenido un accidente... ella va a salvarse pero iba con sus padres en el auto y ambos murieron.
-¡Ay, pobrecita! ¿Cómo se manejan en esos casos? ¿Avisaron a sus abuelos?
-Hicieron una especie de investigación y resulta que la niña no tiene familia, cuando se recupere quedará en adopción.
Así llegó la noche, entre anécdotas del día, y oraciones por la recuperación de la desafortunada niña.
Pero pronto la joven doctora encontró una ocupación: se encargó de comenzar los trámites para adoptar a la pequeña, ya que sabía que su marido había comenzado a fumar cuando se enteraron que él era estéril. Aquella noticia no había cmabiado para nada la relación de la pareja, pero él seguía sintiéndose culpable por no poder darle hijos a su mujer y hasta entonces nada, ni siquiera el cigarrillo, había logrado calmarlo.
Ella volvía a su casa con una gran sonrisa en su rostro, había llegado el momento de contarle su plan a su marido. Hasta aquel momeno había bastado con que ella sola firmara los papeles, pero ahora era necesario que él formara parte de los trámites. De todas formas, algo no salió como se suponía que debía hacerlo... ella estaba demasiado distraída como para prestarle atención al imbécil que cruzó el semáforo en rojo.
No pasaron diez minutos cuando el celular de su marido comenzó a sonar. Ni siquiera se gastó en avisar a su jefe, no lo pensó dos veces y salió corriendo con las llaves del auto en la mano derecha. Llegó al lugar del accidente tan rápido como pudo, pero ya no había nada que hacer... más que los procedimientos de rutina por haber sido un accidente en la vía pública. Como siempre en Argentina, los trámites le llevaron varias horas. Horas escudriñando en el creciente dolor que sentía... pero ahora eso ya había acabado y era hora de volver a casa.
Para todos era noche como cualquier otra. No era de extrañar que los semáforos parpadearan en rojo y amarillo en las calles internas... ni que se vieran perros en las esquinas, con restos de la cena de alguien en la boca. A esa hora no había pájaros zurcando el cielo y, si los hubiera habido, él no los hubiera notado. La luna brillaba entre unas pocas nubes, pero él no la veía. Sólo veía las nubes. Pasó por una estación de servicio y sí, decidió bajarse. Recordó lo que ella le hubiera dicho si hubiera estado allí, pero ese era el problema... Ella no estaba allí. Recordó que ella hubiera dicho que lo estaba observando desde el Cielo, pero ese era el problema... Él no creía en Dios.
Compró los cigarrillos y prendió la radio para terminar el camino a casa.. "Why she had to go?, I don't know..." Era el colmo, apagó la radio y el motor del auto. No podía seguir así. No podía quedarse solo en su casa.
Abrió los ojos nuevamente cuando un policía golpeó el vidrio de su ventanilla. Ya era de día y el hombre pensó que había sufrido un infarto. Explicó la situación al pálido caballero y luego partió. Partió hacia el hospital, no quería estar solo... y allí encontró algunos amigos.
Luego de darle los condolencias debidas trataron de distraerlo. Le mostraron las nuevas instalaciones, lo llevaron de un lado a otro... hasta que encontró una mirada... Una mirada que hizo arder su corazón, que desde la tarde anterior se había congelado... No podía ser amor, pero algo era, no había duda alguna. Una enfermera se aceró y le dijo "Esa es la niña que su mujer pensaba adoptar, la del accidente" "¿Niña?", pensó él. No podía creer que esa fuera la chica de la que había escuchado hablar durante aquel tiempo... él se imaginaba una niña pequeña.
-¿Cuántos años tiene?
-Casi quince.
"Diez años menos que yo" fue lo primero que le vino a la mente. Pero en seguida sacudió su cabeza, tenía que quitarse aquella idea... No podía ser amor.
-¿Y ahora que sucederá con ella?- preguntó
-Puedes adoptarla tú... o conseguir rápidamente alguien que siga con los papeles... sino pasará a la lista de espera nuevamente.
Comenzó a pensar rápidamente. No podía adoptarla, pero sentía que tampoco podía alejarse de ella. Entonces tomó la decisión. Llamó a un compañero de trabajo que sabía hacía años quería adoptar. Le contó la situación, pero ocultó sus sentimientos. No podían ser revelados. No podía ser amor.
Había aún pájaros zurcando el cielo, a penas nublado, y los últimos rayos del sol se reflejaban en cada uno de los tejados de las casas que pasaban a sus costados.
Llegó a la puerta del hospital, detuvo el motor de su coche y esperó. Encendió el stéreo, pensó en cruzar la calle para comprar un paquete de cigarrillos, pero entonces recordó lo que había prometido a su mujer la noche anterior: dejaría definitivamente de fumar. Subió el volumen de la música y comenzó a desafinar fuerte, para sí distraerse. La canción preferida de su mujer acababa de comenzar, Yesterday de los Beatles. -¿Cuánto faltará para que salga? ¡Ya es la hora!- Se repetía en silencio. Cerró los ojos y siguió cantando y escuchando. Escuchó la puerta del auto abrirse y una suave voz acompañarlo al decir "Why she had to go?, I don't know..." (¿Por qué ella tuvo que irse?, no lo sé...)
Le dio un beso, puso en marcha el auto nuevamente y la canción terminó.
-¿Cuántos cigarrillos no fumaste hoy, amor?
-Si en la radio hubieran estado pasando una canción de Britney Spears, ya me hubiera comprado un paquete, cariño.
-Pero no lo hiciste.
-No, ¿y tu día cómo estuvo?
-No sé si tan bien como el tuyo. Algo horrible sucedió.
-¿Estás bien?- dijo alarmado, quitando las manos del volante y tomando con una la de su mujer y, con la otra, una de sus piernas.
-Sí, sí... pero llegó una niña que ha tenido un accidente... ella va a salvarse pero iba con sus padres en el auto y ambos murieron.
-¡Ay, pobrecita! ¿Cómo se manejan en esos casos? ¿Avisaron a sus abuelos?
-Hicieron una especie de investigación y resulta que la niña no tiene familia, cuando se recupere quedará en adopción.
Así llegó la noche, entre anécdotas del día, y oraciones por la recuperación de la desafortunada niña.
Pero pronto la joven doctora encontró una ocupación: se encargó de comenzar los trámites para adoptar a la pequeña, ya que sabía que su marido había comenzado a fumar cuando se enteraron que él era estéril. Aquella noticia no había cmabiado para nada la relación de la pareja, pero él seguía sintiéndose culpable por no poder darle hijos a su mujer y hasta entonces nada, ni siquiera el cigarrillo, había logrado calmarlo.
Ella volvía a su casa con una gran sonrisa en su rostro, había llegado el momento de contarle su plan a su marido. Hasta aquel momeno había bastado con que ella sola firmara los papeles, pero ahora era necesario que él formara parte de los trámites. De todas formas, algo no salió como se suponía que debía hacerlo... ella estaba demasiado distraída como para prestarle atención al imbécil que cruzó el semáforo en rojo.
No pasaron diez minutos cuando el celular de su marido comenzó a sonar. Ni siquiera se gastó en avisar a su jefe, no lo pensó dos veces y salió corriendo con las llaves del auto en la mano derecha. Llegó al lugar del accidente tan rápido como pudo, pero ya no había nada que hacer... más que los procedimientos de rutina por haber sido un accidente en la vía pública. Como siempre en Argentina, los trámites le llevaron varias horas. Horas escudriñando en el creciente dolor que sentía... pero ahora eso ya había acabado y era hora de volver a casa.
Para todos era noche como cualquier otra. No era de extrañar que los semáforos parpadearan en rojo y amarillo en las calles internas... ni que se vieran perros en las esquinas, con restos de la cena de alguien en la boca. A esa hora no había pájaros zurcando el cielo y, si los hubiera habido, él no los hubiera notado. La luna brillaba entre unas pocas nubes, pero él no la veía. Sólo veía las nubes. Pasó por una estación de servicio y sí, decidió bajarse. Recordó lo que ella le hubiera dicho si hubiera estado allí, pero ese era el problema... Ella no estaba allí. Recordó que ella hubiera dicho que lo estaba observando desde el Cielo, pero ese era el problema... Él no creía en Dios.
Compró los cigarrillos y prendió la radio para terminar el camino a casa.. "Why she had to go?, I don't know..." Era el colmo, apagó la radio y el motor del auto. No podía seguir así. No podía quedarse solo en su casa.
Abrió los ojos nuevamente cuando un policía golpeó el vidrio de su ventanilla. Ya era de día y el hombre pensó que había sufrido un infarto. Explicó la situación al pálido caballero y luego partió. Partió hacia el hospital, no quería estar solo... y allí encontró algunos amigos.
Luego de darle los condolencias debidas trataron de distraerlo. Le mostraron las nuevas instalaciones, lo llevaron de un lado a otro... hasta que encontró una mirada... Una mirada que hizo arder su corazón, que desde la tarde anterior se había congelado... No podía ser amor, pero algo era, no había duda alguna. Una enfermera se aceró y le dijo "Esa es la niña que su mujer pensaba adoptar, la del accidente" "¿Niña?", pensó él. No podía creer que esa fuera la chica de la que había escuchado hablar durante aquel tiempo... él se imaginaba una niña pequeña.
-¿Cuántos años tiene?
-Casi quince.
"Diez años menos que yo" fue lo primero que le vino a la mente. Pero en seguida sacudió su cabeza, tenía que quitarse aquella idea... No podía ser amor.
-¿Y ahora que sucederá con ella?- preguntó
-Puedes adoptarla tú... o conseguir rápidamente alguien que siga con los papeles... sino pasará a la lista de espera nuevamente.
Comenzó a pensar rápidamente. No podía adoptarla, pero sentía que tampoco podía alejarse de ella. Entonces tomó la decisión. Llamó a un compañero de trabajo que sabía hacía años quería adoptar. Le contó la situación, pero ocultó sus sentimientos. No podían ser revelados. No podía ser amor.
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