Luego de aquellas vacaciones en las que Margarita logró olvidarse completamente de todo, recomenzaron las clases y sí... Juan estaba allí otra vez.
Volvieron a encontrarse pero ninguno si quiera se animó a mirar al otro a los ojos, efectivamente ambos temían descubrir una verdad que no querían aceptar.
Margarita, que no había vuelto a pensar en Juan durante aquellos tres meses, sentía que ya había superado aquella infantil idea. Juan aún sentía deseos de conocerla más, se preguntaba qué cruzaba por su mente mientras miraba por las ventanas del colegio la plaza que estaba frente a este. Quería descubrir el misterio de aquel corazón que, después de todos esos meses en los que él había tratado de alejarse, seguía cautivándolo, aún más que cuando la vio por primera vez.
Pero él admitía que eran sumamente diferentes entre sí, y creía que aquellas diferencias eran motivos suficientes para no arriesgarse a lastimarla y lastimarse a sí mismo, por la simple curiosidad que ella despertaba en él. Tenía razón en muchas cosas: si bien eran extremadamente diferentes en varios aspectos, lo que podía ser motivo suficiente como para que una relación entre ellos no funcionara, también tenían muchísimos puntos en común, que daban vuelta el resultado del partido en el último minuto. Sus caracteres por ejemplo, eran muy similares... Ambos temían decir lo que en verdad sentían, y trataban de disimularlo de diferentes formas. Ella aprovechaba que podía mantener conversaciones sobre gran variedad de temas, y de ese modo podía llegar a ser una persona locuaz y muy simpática en todo tipo de charlas. El problema llegaba cuando necesitaba hablar sobre sus propios sentimientos. Sí, aquel tema que debía ser el que más conociera, era el que más le costaba dominar. En su casa, con su familia más cercana se le hacía un poquito más fácil hablar acerca de cómo se sentía pero, de todos modos, siempre le costaba bastante hacerlo. Juan disfrazaba su timidez con una mezcla extraña entre dulzura y simpatía, siempre procuraba preocuparse acerca de cómo estaban los demás, eso lo hacía ver atento y considerado, al tiempo que le evitaba tener que hablar sobre sí mismo. Era esto lo que lo hacía verse dulce también porque era obvio que en verdad se interesaba por saber cómo se encontraba la gente que en verdad le importaba y también disfrutaba escuchándolos.
Mientras ambos trataban de ocultar y disimular todo lo que sentían cuando solamente sus miradas se cruzaban, el tiempo seguía pasando. Ya hacía más de un año que se conocían, pero ahora ya prácticamente ni hablaban. Sólo las palabras necesarias cuando la ocasión lo hacía necesario. No era intencional, si hubiera sido necesario podrían haber pasado horas completas hablando y hablando sobre cualquier cosa. Pero ambos temían que sus intenciones pudieran malinterpretarse y no deseaban volver a caer en la confusión que ya antes habían tenido que aprender a superar.
Todo esto generó un ambiente tranquilo para ambos: era sumamente dulce cruzarse en un pasillo del colegio, mirarse a los ojos por unos instantes y descubrir toda la magia que sólo se hacía presente cuando ellos estaban juntos. Pero ellos sólo permanecían así unos segundos, luego seguía cada uno su camino y eso era todo. Esto generó otra serie de divertidas situaciones, como un día en que Margarita tuvo que ir a buscar libros a la biblioteca del colegio. Tardó cierto rato en encontrarlos y cuando lo hizo descubrió que estaban en el estante más alto. En ese momento exacto llegó él quien, del modo más amable posible, la ayudó a bajarlos y luego los llevó hasta el salón por ella. Hechos como ése se fueron sucediendo durante algunos meses, pero ambos trataban de pasarlos por alto.
miércoles, 5 de enero de 2011
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