Era un día extraño para Juan, sin saber por qué sentía algo raro y no podía identificarlo. Se había levantado, como ya era costumbre para él, más tarde de lo que debía, lo que le había hecho perder el colectivo y eso a su vez, había concluido con su llegada tarde al colegio.
Entró de golpe al salón, el profesor ya había comenzado a dar su clase, los chicos ya estaban sentados en los lugares de siempre y él seguía preguntándose qué era lo que le parecía extraño. Echó un rápido vistazo a todo el salón. Sí, todo era exactamente igual al día anterior. Pidió disculpas al profesor por haber llegado después de hora y notó que Margarita estaba sentada en el lugar de siempre. Entonces recordó que los dos días anteriores no había ido a la escuela. Mientras sacaba su carpeta siguió mirando a su alrededor y lo único extraño que notó fue la actitud de Margarita. Si bien ella no hablaba mucho cuando era temprano, aquel día parecía estar apagada, faltaba ese brillo que siempre parecía estar irradiando, según Juan. El profesor de Derecho Usual estaba dando una extensa charla sobre Personas Físicas y Personas Jurídicas y la atención de Juan no podía enfocarse en ambas cosas al mismo tiempo. Eso lo llevó a optar por preocuparse por Margarita y olvidarse completamente del ámbito jurídico. Pasaban los minutos y Juan, intrigado, seguía observándola desde lejos. Desde donde él se sentaba podía ver solamente su cabello que comenzaba a brillar a medida que el sol comenzaba a asomarse entre los árboles de la plaza. Se preguntó por qué Margarita sería tan fanática de los rulos y habría llegado al extremo de hacerse la permanente para tener el cabello rizado. Para él era mucho más bonita como era naturalmente, con su pelo lacio y brillante.
El tiempo pasó, la profesora de Matemática llegó y comenzó a llenar el pizarrón con ejercicios de Racionalización. Eso logró abstraerlo completamente a sus observaciones, el poco interés que podía sobrarle para algo que no fuese Margarita, en ese momento había desaparecido del todo. En un inesperado instante alguien lo llamó y Margarita volteó su cabeza, dejando ver su nublada mirada. Allí se encontraban todos los problemas, lo raro, lo maravilloso, lo dulce, lo puro y la tristeza más profunda se veían reflejados en ese momento en su mirada. Juan tembló, la mirada de Margarita nunca había sido tan oscura. Se preguntó qué podría hacer, pero algo en su interior lo hizo sentir incapaz de resolverlo.
Otra hora más pasó, Juan seguía temeroso de descubrir qué se ocultaba en Margarita. Por ese entonces, si bien la relación de Margarita y Juan era aún fría, ambos tenían un muy buen amigo en común. En un principio Juan no quiso comprometer a su amigo y preguntarle si sabía algo. Pero de todos modos se enteró de que, sin previo aviso, su abuela había fallecido dos días atrás. Él no supo qué hacer, supo lo delicado de la situación y deseaba poder decirle algo, pero prácticamente ya no existía relación entre ellos y eso se sumaba a su timidez característica.
Un rato más tarde, luego del recreo, descubrió a Margarita sola, mirando por la ventana del aula hacia la plaza. Respiró profundo, se acercó a ella y ella a su vez le lanzó otra tormentosa mirada. Él vio las nubes, los truenos, relámpagos y rayos que ella contenía. Entonces sus labios se abrieron y pronunciaron suavemente:
-Si te hace sentir mejor yo también extraño a la mía.
-¿Cómo sabes?
-No importa... Si quieres podemos extrañarlas juntos.- Propuso con su ternura e inocencia características, Juan.
Así pasaron un largo rato, sin hablar, sólo mirando por la ventana. Él habría deseado darle un abrazo y hacerla sentir mejor, ella le hubiera contado toda su historia con la esperanza de desahogarse un poco, pero lo cierto era que ambos eran aún demasiado tímidos para lograrlo. De todos modos, Margarita reconoció el dulce abrazo consolador de Juan en una mirada, y él se sintió aliviado al descubrir que ella ya se había desahogado un poco al decirle "Gracias".
jueves, 6 de enero de 2011
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