El lunes siguiente hicieron, como es costumbre entre la gente, numerosos comentarios sobre aquella salida; pero hasta ahí llegó el asunto. Entonces invitaron a todo el curso a una fiesta en un boliche ya conocido por todos. Margarita creía que ese día jamás llegaría. No sabía por qué pero tenía un extraño presentimiento sobre aquella noche. En un principio creía que simplemente aparecería algo que cancelaría todo en el último minuto pero, mucho tiempo después comprendió de qué se trataba en verdad.
Aunque ella no lo creyera posible, rápidamente llegó ese día y con él el típico cuestionamiento de toda chica adolescente: "¿QUÉ ME PONGO?". El dilema residía entre la musculosa negra a lunares blancos o el vestidito fucsia con piedritas. Esteban votó por el vestidito y ella, como otras tantas veces, le hizo caso. Una vez más pasó horas frente al espejo arreglando cada detalle y, con el celular en un bolsillo y los documentos en el otro, salió al encuentro de sus compañeros. Llegaron todos juntos al lugar, sólo faltaba hacer la fila antes de que todo comenzara... y allí estaban, era una noche hermosa: estaba cálido, no había viento y la luna brillaba sobre sus cabezas. Todos hablaban, excepto ellos dos que, como ya era costumbre, no sabían qué decir. Entraron al boliche, pasaron los clásicos controles de seguridad que la sociedad moderna hacía indispensables y ahora sólo tenían que esperar que "abriera la pista".
Eran las dos de la mañana y Margarita ya estaba harta de esperar y sólo quería que comenzara la música bailable. Poco más tarde todo comenzó y el ambiente tomó las características ya conocidas por todos. Luces de colores, láser, robóticas (según la última moda), pantallas LCD mostrando fotos de los fines de semana pasados que se podían ver en el perfil de Facebook del lugar. Margarita comenzó a bailar con sus amigas y no tardó en aparecer un chico para invitarla a bailar. Cuando ya se había cansado, le hizo una señal a Esteban, quien rápidamente se acercó y le pidió si no bailaba con él. Algo más tarde, apareció Juan, que no bailaba muy bien, por lo que tenía la tendencia natural de quedarse a un costado; pero aquella noche todos estaban bailando juntos y definitivamente sería víctima de mayor cantidad de risas si se quedaba en un costado que si bailaba. Luego de sufrir algunos empujones por parte de sus compañeros, comenzó a bailar con Margarita, mientras Esteban vigilaba la situación bailando disimuladamente con otra chica justo a su lado. Hizo lo imposible porque sus dos amigos se besaran, ya que, conociéndolos tanto como lo hacía, creía que si no se besaban aquella noche, todo quedaría en el olvido rápidamente porque ni siquiera volverían a hablar sobre aquella noche. Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. Bailaron toda la noche sin parar, aunque Margarita descubrió que algo debía sucederle porque sus ojos estaban decaídos. En un principio se preguntó si se estaría aburriendo con ella, pero cuando le preguntó si le sucedía algo, él sólo dijo que estaba cansado, aunque Margarita sabía que eso no debía ser verdad, y algunos días más tarde se enteró de que aquel día él había descubierto que "su novia" lo había estado engañando.
En ese momento, si bien Margarita no sabía la razón de la tristeza que su compañero llevaba consigo aquella noche, sabía muy bien qué era lo que debía hacer. Deseaba poder decirle algo, hacerlo reír con esa ingenuidad profunda con que él se reía... pero una vez más no sabía qué hacer ni decir... Las canciones pasaban, ellos seguían bailando juntos. Él miraba las luces reflejadas en el cabello de Margarita, y luego se dejaba llevar un poquito más y miraba sus ojos. Entonces se daba cuenta de que ella estaba enamorada de verdad... y la imagen de su novia venía a su mente. No podía evitar desear que su novia se pareciera un poquito más a Margarita. No pudo evitarlo, y su mano tomó a Margarita por la cintura y comenzaron a bailar abrazados. La canción perfecta había comenzado, Angels, de Robbie Williams, sonaba fuerte entre las paredes negras de aquel boliche, y las luces de colores rebotaban por los rincones, se reflejaban en los ojos de Juan y jugaban con el cabello de Margarita, todo al mismo tiempo. Margarita creía estar en un sueño, la frase "I paid for the cloud we're dancing on"Ã, vino a su mente como un flash, y sentía que no había nada más por qué preocuparse.
En ese momento pasaron uno a uno los problemas que le habían causado dolor de cabeza durante el último tiempo. En verdad no eran pocos, y era consciente de que los últimos meses de su vida habían ido dejando en ella bastante stress acumulado. Pero en ese momento dejó todo de lado, sintió que esos minutos eran una recompensa por todo aquello. Sin desperdiciar más tiempo, escuchó la frase "Me sacas de las malas rachas de dolor..." y dejó caer su cabeza en el pecho de Juan. Reconoció su latido, y recordó la vez en que lo había escuchado por primera vez. Mientras ella lo abrazaba fuerte, esperaba que él le diera alguna demostración de cariño, por más pequeña que pudiera parecer... pero él seguía comparándola con su novia, ¿por qué no podía ella ser tan dulce como Margarita? Sí, era hermosa y besaba estupendamente, pero en aquel momento él sentía que prefería pasar dos horas abrazando a Margarita y ver la ternura de su mirada, que besar mil veces a quien tanto amaba, y que luego le clavaría un puñal en la espalda.
martes, 25 de enero de 2011
viernes, 7 de enero de 2011
Capítulo XII: Situaciones
La relación entre estos cuatro amigos aparentaba estar mejor que nunca. Esteban y Juan se conocían desde muy pequeños y eran confidentes de sus “secretos de hombres”. Karen y Margarita también se conocían desde antes y compartían charlas sobre esos temas que jamás tocarían en presencia de sus amigos varones y, por otro lado, Karen, Esteban y Margarita eran grandes amigos entre sí, y conocían prácticamente cada detalle de la vida uno del otro. La relación entre Margarita y Juan era diferente, eran muy buenos amigos y ahora también pasaban todo el día juntos, pero nunca hablaban de sus temas personales.
Sólo había una parte de la historia de Margarita que Esteban no conocía... Sí, Estaban no tenía ni la menor idea de que alguna vez, Juan y ella habían sentido algo el uno por el otro. Si bien Margarita creía que él debería saberlo y se debatía entre contarle o no, no le hizo falta decir una sola palabra. Esteban se dio cuenta de todo cuando su amistad con Margarita era más sincera y verdadera que nunca. Habían pasado momentos muy duros -tanto para Margarita como para él- juntos y eso había estrechado más aún el lazo, al punto de que Esteban solía decir que podía leer la mente de Margarita, porque no hacía falta que ella le dijera en qué estaba pensando, o cómo se sentía: él lo leía en su rostro.
Una tarde, haciendo un trabajo práctico sobre el Martín Fierro, en la casa de Karen, sucedió algo que hizo que Esteban descubriera todo por sí solo. Se habían repartido en dos grupos: Margarita dictaba y Juan escribía primero, mientras Karen y Esteban descansaban y luego intercambiaban lugares. El problema fue que Karen y Estaban se habían sentado a charlar en la cama, pero como Margarita y Juan siempre buscaban mantener los límites, Margarita se acostó y Juan se sentó en el piso, al lado suyo, y le pidió que le hiciera algún peinado. Margarita comenzó a jugar con su pelo y hacerle cosas divertidas y cuando terminó, Karen le tomó una fotografía. Margarita suponía que ella no saldría en la foto y por eso no se preocupó por la imagen que la cámara pudiera llegar a captar. Pero en realidad salió y al día siguiente, cuando Estaban estaba mirando las fotos del celular de Karen, la encontró “¡Qué cara de enamorada!” dijo haciendo una broma. Margarita se limitó a reírse y entonces Esteban descubrió que, sin querer, había dado en el clavo...
-¿Entonces...?- dijo desconcertado.
Margarita asintió con la cabeza, se sonrojó y le echó una miradita a Juan que estaba con sus viejas amigas en el fondo del salón.
Margarita pidió ver la foto y era verdad, Juan estaba sentado en el piso, mirando a la cámara, y ella estaba a su lado, tirada en la cama, mirándolo con los ojos brillosos.
A partir de entonces las cosas comenzaron a cambiar un poco sin que ellos siquiera lo notaran... Estaban, Karen y Margarita se unieron un poco más, ya que ahora compartían un secreto. Juan participaba de los chistes y conversaciones, pero en cuanto él se iba, los otros tres comenzaban a hacer comentarios sobre la dulzura con que ella le hablaba, o la paciencia que ponía al explicarle matemática.
Entonces sobrevino otra serie de hechos extraños... En esa época Juan aún salía con la misma chica que el año anterior... y, sin motivo alguno, comenzó a mostrarse celoso por todo el tiempo que Margarita compartía con Esteban. Si bien ella tenía la costumbre de apoyar la cabeza en su hombro cuando estaba cansada, y él le acariciaba el pelo, ellos tenían bien en claro hasta donde llegaba su amistad, y eso no daba lugar a confusiones. Un día Margarita tenía su cabeza en el hombro de Esteban y él dijo: -Mira a tu amiguito
-¿Qué pasa?- Margarita buscó con la mirada a Juan, sin mover su cabeza del hombro de Esteban.
-¿No ves cómo te mira? Me parece que se enojó.
-No tiene motivos, sólo eres mi amigo y él tiene novia, ¿o no?
-Sí, pero cuando un hombre se pone celoso no razona tanto, ¿sabes?
Juan continuó observándolos por un largo rato, aún luego de que ella hubiera cambiado de posición.
Mantuvo esa actitud durante algunos días, si bien no decía nada, su rostro tomaba una extraña expresión cuando Estaban y Margarita pasaban demasiado tiempo juntos. Ellos habían decidido no hablar del tema con Karen, para no hacer más grande todo el asunto, pero ninguno de los dos sabía qué pensar.
Entonces sobrevinieron ciertas ocasiones en las que Esteban y Karen se empeñaron en fomentar “algo” entre Juan y Margarita. Pero por más que hicieron, nada pasó y, si bien Juan dejó entre ver algo, aún tenía novia.
La primera fue una noche que compartieron los cuatro juntos: primero cenaron y luego fueron al cine. Juan pasó por la casa de Karen; Karen y Juan por la de Esteban y Esteban, Karen y Juan por la de Margarita, siguiendo el orden regresivo de casas más cercanas a la parada del colectivo.
Como era de esperarse, Margarita se puso -una vez más- lo mejor de su guardarropas: la mejor remera, el tapadito más lindo y los tacos que le dejaban la altura perfecta en comparación con la de Juan. Se perfumó y, de un momento a otro, sonó el timbre. Ver a Esteban y Karen en la puerta de casa no era algo de extrañar, pero era la primera vez que veía a Juan allí, y tan arreglado, sólo para ella. Sus piernas temblaron un poco al verlo, le costó encontrar la cerradura de la puerta y aún más, tomar las monedas para el colectivo. Se sentía nerviosa y todo le parecía demasiado extraño, como si no fuera real.
Juan sentía algo similar, si bien no se había dado cuenta de que todo eso había sido organizado para ellos dos, ahora todo tenía sentido y al ver a Margarita salir de la puerta de su casa, se olvidó completamente de la existencia de su novia, que tantos dolores de cabeza le había causado últimamente. Mientras esperaban en la parada de la esquina de la casa de Margarita, Esteban y Karen comenzaron a hablar entre ellos, dándoles lugar para crear su propia charla. Pero Juan no quería hablar, él era feliz sólo observándola. Las luces de la calle se reflejaban en su cabello como el sol de la mañana. Era obvio que ella era inteligente: la remera que había elegido le quedaba a la perfección y se estaba robando toda la atención de Juan. Mientras él se perdía en cada uno de los detalles que ella había cuidado con tanto esmero, Margarita seguía parada allí, preguntándose cuándo diablos llegaría el colectivo y por qué sería que Juan no había abierto la boca aún.
Margarita no podía juzgar cuánto tiempo había pasado, pero tarde o temprano el colectivo llegó, todos subieron y la aventura comenzó. Primero ella se sentó al lado de Karen, pero tenían que tomar dos colectivos y Esteban arregló todo para que Juan y Margarita se sentaran juntos. Como era costumbre, Juan le tomó numerosas fotos cuando ella estaba distraída. ¿Por qué lo hacía?, nadie lo sabía, pero siempre que tenía oportunidad comenzaba a sacarle fotos de perfil mientras ella no lo notaba. Generalmente se daba cuenta pero eran tantas las emociones que eso causaba en ella, que no podía evitar dejarlo tomar las fotos que quisiera. Mientras él seguía concentrado en su papel de papparazzi, ella se preguntaba qué haría con sus fotos. ¿Las miraría alguna vez? ¿Las guardaría en su computadora? Porque, si su memoria no le fallaba, ella recordaba haberlo visto tomándole fotos en varias oportunidades: en el colegio, en los cumpleaños de amigos y en cada ocasión en la que Margarita se viera un poco más linda que de costumbre.
Llegaron a destino rápidamente y parecía que no había nada por qué estar nerviosa ya que Esteban y Karen aparentaban tener todo planeado. Así que decidió disfrutar del momento. Entre chistes, risas y todas esas cosas que puede llegar a hacer un grupo de adolescentes, pasaron la noche. Cenaron todos juntos y luego se dirigieron hacia el cine. Debido a la falta de carácter de Juan y Margarita, y que a Karen le gustaba todo lo que a Esteban le gustara, él fue quien eligió la película. En un principio, parecía ser la peor película de terror que ellos jamás hubieran visto, pero más tarde comenzó a mejorar.
Sacaron las entradas y Karen y Margarita fueron hacia el baño mientras los chicos las esperaban el hall del cine. Como todas las mujeres suelen hacer, no pudieron dejar de comentar cada detalle de lo vivido hasta el momento y de las expectativas que ambas habían puesto en aquella noche: Karen, porque siempre se había creído responsable de aquella historia y soñaba con ser la madrina si algún día ellos se casaban, o incluso de alguno de sus hijos; y Margarita porque ahora que compartía prácticamente todo su día con Juan había recomenzado a sentir todo eso que creía ya haber dejado atrás. Regresaron varios minutos más tarde e ingresaron todos juntos al cine. Esteban y Juan dejaron sus abrigos en las butacas y también se dirigieron hacia el baño antes de que comenzara la película. Como de costumbre las chicas aprovecharon mucho más este tiempo que ellos. Ellas se corrieron de lugares de modo que Juan y Margarita quedaran sentados uno al lado del otro, y ellos sólo comentaron la charla e incluso Juan se atrevió a exteriorizar algunos comentarios sobre el atuendo de Margarita. Finalmente todos regresaron a sus lugares y la película comenzó. Nada sucedió durante el transcurso de esas dos horas. Margarita podía notar ciertos detalles, como que la remera de Juan rozaba su hombro de vez en cuando, o que cuando Juan se hacía viento con las manos debido al calor, ella sentía su suave perfume. Él estaba completamente distraído, temía que la película fuera de terror y no quería mostrar su miedo en público. Jamás descubrió que la película era de suspenso, no para asustarse, ya que constantemente encontraba algún motivo para desviar su atención. Hasta que encontró la excusa perfecta: su "noviecita" comenzó a enviarle mensajes de texto. Cuando Margarita echó un vistazo a la pantalla del celular y descubrió las palabras "mi amor" se cuenta de todo y comenzó a sentirse la chica más imbécil del mundo. Esa sensación no duró por mucho, ya que poco más tarde, acercándose el final de la película, Juan se sumió en un profundo sueño, que lo llevó a no entender absolutamente nada de la historia, por lo que Margarita, dejando atrás sus celos, se vio en la obligación de darle las explicaciones necesarias.
Así pasó, rápidamente, aquella noche. Entre risas, chistes y anécdotas hicieron los cuatro su camino de regreso a casa en un taxi; mientras Juan volvía a quedarse dormido al lado de Margarita, acunado por la voz de James Blunt y su canción Same MistakeÁ.
Sólo había una parte de la historia de Margarita que Esteban no conocía... Sí, Estaban no tenía ni la menor idea de que alguna vez, Juan y ella habían sentido algo el uno por el otro. Si bien Margarita creía que él debería saberlo y se debatía entre contarle o no, no le hizo falta decir una sola palabra. Esteban se dio cuenta de todo cuando su amistad con Margarita era más sincera y verdadera que nunca. Habían pasado momentos muy duros -tanto para Margarita como para él- juntos y eso había estrechado más aún el lazo, al punto de que Esteban solía decir que podía leer la mente de Margarita, porque no hacía falta que ella le dijera en qué estaba pensando, o cómo se sentía: él lo leía en su rostro.
Una tarde, haciendo un trabajo práctico sobre el Martín Fierro, en la casa de Karen, sucedió algo que hizo que Esteban descubriera todo por sí solo. Se habían repartido en dos grupos: Margarita dictaba y Juan escribía primero, mientras Karen y Esteban descansaban y luego intercambiaban lugares. El problema fue que Karen y Estaban se habían sentado a charlar en la cama, pero como Margarita y Juan siempre buscaban mantener los límites, Margarita se acostó y Juan se sentó en el piso, al lado suyo, y le pidió que le hiciera algún peinado. Margarita comenzó a jugar con su pelo y hacerle cosas divertidas y cuando terminó, Karen le tomó una fotografía. Margarita suponía que ella no saldría en la foto y por eso no se preocupó por la imagen que la cámara pudiera llegar a captar. Pero en realidad salió y al día siguiente, cuando Estaban estaba mirando las fotos del celular de Karen, la encontró “¡Qué cara de enamorada!” dijo haciendo una broma. Margarita se limitó a reírse y entonces Esteban descubrió que, sin querer, había dado en el clavo...
-¿Entonces...?- dijo desconcertado.
Margarita asintió con la cabeza, se sonrojó y le echó una miradita a Juan que estaba con sus viejas amigas en el fondo del salón.
Margarita pidió ver la foto y era verdad, Juan estaba sentado en el piso, mirando a la cámara, y ella estaba a su lado, tirada en la cama, mirándolo con los ojos brillosos.
A partir de entonces las cosas comenzaron a cambiar un poco sin que ellos siquiera lo notaran... Estaban, Karen y Margarita se unieron un poco más, ya que ahora compartían un secreto. Juan participaba de los chistes y conversaciones, pero en cuanto él se iba, los otros tres comenzaban a hacer comentarios sobre la dulzura con que ella le hablaba, o la paciencia que ponía al explicarle matemática.
Entonces sobrevino otra serie de hechos extraños... En esa época Juan aún salía con la misma chica que el año anterior... y, sin motivo alguno, comenzó a mostrarse celoso por todo el tiempo que Margarita compartía con Esteban. Si bien ella tenía la costumbre de apoyar la cabeza en su hombro cuando estaba cansada, y él le acariciaba el pelo, ellos tenían bien en claro hasta donde llegaba su amistad, y eso no daba lugar a confusiones. Un día Margarita tenía su cabeza en el hombro de Esteban y él dijo: -Mira a tu amiguito
-¿Qué pasa?- Margarita buscó con la mirada a Juan, sin mover su cabeza del hombro de Esteban.
-¿No ves cómo te mira? Me parece que se enojó.
-No tiene motivos, sólo eres mi amigo y él tiene novia, ¿o no?
-Sí, pero cuando un hombre se pone celoso no razona tanto, ¿sabes?
Juan continuó observándolos por un largo rato, aún luego de que ella hubiera cambiado de posición.
Mantuvo esa actitud durante algunos días, si bien no decía nada, su rostro tomaba una extraña expresión cuando Estaban y Margarita pasaban demasiado tiempo juntos. Ellos habían decidido no hablar del tema con Karen, para no hacer más grande todo el asunto, pero ninguno de los dos sabía qué pensar.
Entonces sobrevinieron ciertas ocasiones en las que Esteban y Karen se empeñaron en fomentar “algo” entre Juan y Margarita. Pero por más que hicieron, nada pasó y, si bien Juan dejó entre ver algo, aún tenía novia.
La primera fue una noche que compartieron los cuatro juntos: primero cenaron y luego fueron al cine. Juan pasó por la casa de Karen; Karen y Juan por la de Esteban y Esteban, Karen y Juan por la de Margarita, siguiendo el orden regresivo de casas más cercanas a la parada del colectivo.
Como era de esperarse, Margarita se puso -una vez más- lo mejor de su guardarropas: la mejor remera, el tapadito más lindo y los tacos que le dejaban la altura perfecta en comparación con la de Juan. Se perfumó y, de un momento a otro, sonó el timbre. Ver a Esteban y Karen en la puerta de casa no era algo de extrañar, pero era la primera vez que veía a Juan allí, y tan arreglado, sólo para ella. Sus piernas temblaron un poco al verlo, le costó encontrar la cerradura de la puerta y aún más, tomar las monedas para el colectivo. Se sentía nerviosa y todo le parecía demasiado extraño, como si no fuera real.
Juan sentía algo similar, si bien no se había dado cuenta de que todo eso había sido organizado para ellos dos, ahora todo tenía sentido y al ver a Margarita salir de la puerta de su casa, se olvidó completamente de la existencia de su novia, que tantos dolores de cabeza le había causado últimamente. Mientras esperaban en la parada de la esquina de la casa de Margarita, Esteban y Karen comenzaron a hablar entre ellos, dándoles lugar para crear su propia charla. Pero Juan no quería hablar, él era feliz sólo observándola. Las luces de la calle se reflejaban en su cabello como el sol de la mañana. Era obvio que ella era inteligente: la remera que había elegido le quedaba a la perfección y se estaba robando toda la atención de Juan. Mientras él se perdía en cada uno de los detalles que ella había cuidado con tanto esmero, Margarita seguía parada allí, preguntándose cuándo diablos llegaría el colectivo y por qué sería que Juan no había abierto la boca aún.
Margarita no podía juzgar cuánto tiempo había pasado, pero tarde o temprano el colectivo llegó, todos subieron y la aventura comenzó. Primero ella se sentó al lado de Karen, pero tenían que tomar dos colectivos y Esteban arregló todo para que Juan y Margarita se sentaran juntos. Como era costumbre, Juan le tomó numerosas fotos cuando ella estaba distraída. ¿Por qué lo hacía?, nadie lo sabía, pero siempre que tenía oportunidad comenzaba a sacarle fotos de perfil mientras ella no lo notaba. Generalmente se daba cuenta pero eran tantas las emociones que eso causaba en ella, que no podía evitar dejarlo tomar las fotos que quisiera. Mientras él seguía concentrado en su papel de papparazzi, ella se preguntaba qué haría con sus fotos. ¿Las miraría alguna vez? ¿Las guardaría en su computadora? Porque, si su memoria no le fallaba, ella recordaba haberlo visto tomándole fotos en varias oportunidades: en el colegio, en los cumpleaños de amigos y en cada ocasión en la que Margarita se viera un poco más linda que de costumbre.
Llegaron a destino rápidamente y parecía que no había nada por qué estar nerviosa ya que Esteban y Karen aparentaban tener todo planeado. Así que decidió disfrutar del momento. Entre chistes, risas y todas esas cosas que puede llegar a hacer un grupo de adolescentes, pasaron la noche. Cenaron todos juntos y luego se dirigieron hacia el cine. Debido a la falta de carácter de Juan y Margarita, y que a Karen le gustaba todo lo que a Esteban le gustara, él fue quien eligió la película. En un principio, parecía ser la peor película de terror que ellos jamás hubieran visto, pero más tarde comenzó a mejorar.
Sacaron las entradas y Karen y Margarita fueron hacia el baño mientras los chicos las esperaban el hall del cine. Como todas las mujeres suelen hacer, no pudieron dejar de comentar cada detalle de lo vivido hasta el momento y de las expectativas que ambas habían puesto en aquella noche: Karen, porque siempre se había creído responsable de aquella historia y soñaba con ser la madrina si algún día ellos se casaban, o incluso de alguno de sus hijos; y Margarita porque ahora que compartía prácticamente todo su día con Juan había recomenzado a sentir todo eso que creía ya haber dejado atrás. Regresaron varios minutos más tarde e ingresaron todos juntos al cine. Esteban y Juan dejaron sus abrigos en las butacas y también se dirigieron hacia el baño antes de que comenzara la película. Como de costumbre las chicas aprovecharon mucho más este tiempo que ellos. Ellas se corrieron de lugares de modo que Juan y Margarita quedaran sentados uno al lado del otro, y ellos sólo comentaron la charla e incluso Juan se atrevió a exteriorizar algunos comentarios sobre el atuendo de Margarita. Finalmente todos regresaron a sus lugares y la película comenzó. Nada sucedió durante el transcurso de esas dos horas. Margarita podía notar ciertos detalles, como que la remera de Juan rozaba su hombro de vez en cuando, o que cuando Juan se hacía viento con las manos debido al calor, ella sentía su suave perfume. Él estaba completamente distraído, temía que la película fuera de terror y no quería mostrar su miedo en público. Jamás descubrió que la película era de suspenso, no para asustarse, ya que constantemente encontraba algún motivo para desviar su atención. Hasta que encontró la excusa perfecta: su "noviecita" comenzó a enviarle mensajes de texto. Cuando Margarita echó un vistazo a la pantalla del celular y descubrió las palabras "mi amor" se cuenta de todo y comenzó a sentirse la chica más imbécil del mundo. Esa sensación no duró por mucho, ya que poco más tarde, acercándose el final de la película, Juan se sumió en un profundo sueño, que lo llevó a no entender absolutamente nada de la historia, por lo que Margarita, dejando atrás sus celos, se vio en la obligación de darle las explicaciones necesarias.
Así pasó, rápidamente, aquella noche. Entre risas, chistes y anécdotas hicieron los cuatro su camino de regreso a casa en un taxi; mientras Juan volvía a quedarse dormido al lado de Margarita, acunado por la voz de James Blunt y su canción Same MistakeÁ.
Capítulo XI: Otra Despedida, Otro Encuentro
Con ese hecho dieron por terminado el segundo año de su escuela secundaria. Sí, de ese modo luego de haber pasado meses distanciados, prácticamente sin hablar... cerraron el ciclo con un apasionado abrazo que dijo todo lo que jamás sus labios habían pronunciado. ¿Y ahora qué? Se preguntaron ambos por separado, durante esos tres meses de alejamiento que se veían obligados a sobrellevar. Porque ninguno de los dos era lo suficientemente valiente como para llamar al otro y animarse a hablar, o a encontrarse quizás. Ni siquiera como amigos.
Durante aquel verano ninguno de los dos pudo dejar de pensar en el otro y todo eso a causa de aquel abrazo. Un sólo momento en el que se animaron a hacer lo que sus corazones les dictaron... y ahora les costaba meses. Meses de confusión, de espera... de preguntarse qué estaría haciendo el otro. Pero aún existía un abismo entre ellos dos, y ese abismo tenía nombre y apellido, aunque Margarita prefería sólo decirle "la novia de Juan". Así como suena, Juan aún estaba saliendo con esa chica. "Esa chica que jamás fue capaz de consolarlo cuando él creía haber desaprobado Historia", pensaba Margarita. Y tenía razón, porque aquel día en que habían sellado todo con el más dulce de los abrazos, su novia ni siquiera se acercó a preguntarle qué sucedía. Y, si bien después el error de la profesora fue corregido, en ese momento Juan estaba al límite de las lágrimas... y ella no había ni asomado la cara. De todos modos, Margarita no podía sacarse esa última imagen de su cabeza. No podía dejar de pensar en él al oír la canción You Belong With MeÀ y recordar la cara de su novia, a quien le resultaba muy fácil estar con él, ya que sólo compartían juntos los buenos momentos. Como pensaba Margarita: "No conoces verdaderamente a Juan si no lo has visto nervioso".
Rápidamente el verano llegó a su final y con esta mezcla de sentimientos se reencontraron. Este nuevo año trajo con él montones de sorpresas para todos: Juan decidió definitivamente unirse al grupo de amigos de Margarita. Sí, ellos con los que ella había compartido tantas cosas. Él no tuvo problema alguno en adaptarse y, para mantener el ánimo de las sorpresas, en poco tiempo formaron un grupo que enloquecía al resto de sus compañeros, todos eufóricos por haber comenzado el último año del colegio. Eran algo extraño porque tenían buenas notas, pero a la vez, pasaban todo el día entre risas y chistes, y muecas y códigos que sólo ellos comprendían. Juan se sentaba justo detrás de Margarita y por supuesto todo era sólo una coincidencia, porque Juan sólo buscaba en Margarita una amiga. Así pasaron los primeros meses de aquel año, entre risas, juegos unas cuantas charlas infantiles y Juan pateando la silla de Margarita cuando a ella le tocaba leer en voz alta para todo el curso. La parte más divertida eran las evaluaciones de Matemática... los nervios de Juan se disparaban por las nubes, Estaban, su otro amigo, esperaba entender un mes de explicaciones en los diez minutos previos a la prueba, mientras que Margarita y Karen mostraban sus métodos de enseñanza veloz. Juan disfrutaba haciéndole las preguntas más complicadas a Margaritas y escuchaba, sin entender (ni molestarse por entender) una sola palabra de lo que ella decía. En realidad, para él era demasiado difícil concentrarse en lo que ella decía... prestarle atención a esas palabras raras que usaba, como "Asíntota Vertical y Horizontal", cuando en realidad él estaba perdido en su rostro perfectamente maquillado. Si bien generalmente la cargaba por estar siempre tan arreglada, luego de haber pasado dos años junto a ella, aún se preguntaba cómo hacía para estar tan bien cada mañana. Mientras ella hablaba, él controlaba cada detalle: el color de las uñas, los labios, los aros... la hebillita que estaba usando en el pelo... la sombra de los ojos... Siempre le llamaban la atención sus pulseras. Las había descubierto la primera vez que la vio y desde entonces no la había visto sin ellas jamás... Tenía tres en cada muñeca, pero no eran siempre las mismas... Él era tan observador que notaba incluso el movimiento de su pelo al compás del viento... pero generalmente sus observaciones eran cortadas abruptamente por la típica pregunta que siempre hacía Margarita al finalizar sus monólogos: "¿Entendiste?". En esos momentos Juan no tenía otro remedio más que decir que sí, aunque de vez en cuando se permitía hacerle alguna pregunta sobre algo que recordara... entonces Margarita se daba cuenta de que no había oído ni la mitad de lo que ella acababa de decir. Con su típica inseguridad, Juan se preguntaba si Margarita pensaría que él era un tonto y entonces para disimular su falta de atención comenzaba a discutirle cosas obvias. Todo era entre risas, pero no había momento más divertido que sus discusiones... La mejor discusión que alguna vez habían tenido había sido debido al interrogante: ¿Si pongo nieve de Bariloche en una botella, la nieve se derrite y se hace agua y yo guardo esa botella con agua de nieve de Bariloche en el freezer y se congela de nuevo... tengo nieve de Bariloche otra vez? Margarita decía que no y Juan por su lado defendía la respuesta afirmativa. Como esa sobrevivieron mil situaciones más y, entre risas, argumentos y algún que otro grito, pasaban junto a sus dos amigos, cada uno de sus días.
Durante aquel verano ninguno de los dos pudo dejar de pensar en el otro y todo eso a causa de aquel abrazo. Un sólo momento en el que se animaron a hacer lo que sus corazones les dictaron... y ahora les costaba meses. Meses de confusión, de espera... de preguntarse qué estaría haciendo el otro. Pero aún existía un abismo entre ellos dos, y ese abismo tenía nombre y apellido, aunque Margarita prefería sólo decirle "la novia de Juan". Así como suena, Juan aún estaba saliendo con esa chica. "Esa chica que jamás fue capaz de consolarlo cuando él creía haber desaprobado Historia", pensaba Margarita. Y tenía razón, porque aquel día en que habían sellado todo con el más dulce de los abrazos, su novia ni siquiera se acercó a preguntarle qué sucedía. Y, si bien después el error de la profesora fue corregido, en ese momento Juan estaba al límite de las lágrimas... y ella no había ni asomado la cara. De todos modos, Margarita no podía sacarse esa última imagen de su cabeza. No podía dejar de pensar en él al oír la canción You Belong With MeÀ y recordar la cara de su novia, a quien le resultaba muy fácil estar con él, ya que sólo compartían juntos los buenos momentos. Como pensaba Margarita: "No conoces verdaderamente a Juan si no lo has visto nervioso".
Rápidamente el verano llegó a su final y con esta mezcla de sentimientos se reencontraron. Este nuevo año trajo con él montones de sorpresas para todos: Juan decidió definitivamente unirse al grupo de amigos de Margarita. Sí, ellos con los que ella había compartido tantas cosas. Él no tuvo problema alguno en adaptarse y, para mantener el ánimo de las sorpresas, en poco tiempo formaron un grupo que enloquecía al resto de sus compañeros, todos eufóricos por haber comenzado el último año del colegio. Eran algo extraño porque tenían buenas notas, pero a la vez, pasaban todo el día entre risas y chistes, y muecas y códigos que sólo ellos comprendían. Juan se sentaba justo detrás de Margarita y por supuesto todo era sólo una coincidencia, porque Juan sólo buscaba en Margarita una amiga. Así pasaron los primeros meses de aquel año, entre risas, juegos unas cuantas charlas infantiles y Juan pateando la silla de Margarita cuando a ella le tocaba leer en voz alta para todo el curso. La parte más divertida eran las evaluaciones de Matemática... los nervios de Juan se disparaban por las nubes, Estaban, su otro amigo, esperaba entender un mes de explicaciones en los diez minutos previos a la prueba, mientras que Margarita y Karen mostraban sus métodos de enseñanza veloz. Juan disfrutaba haciéndole las preguntas más complicadas a Margaritas y escuchaba, sin entender (ni molestarse por entender) una sola palabra de lo que ella decía. En realidad, para él era demasiado difícil concentrarse en lo que ella decía... prestarle atención a esas palabras raras que usaba, como "Asíntota Vertical y Horizontal", cuando en realidad él estaba perdido en su rostro perfectamente maquillado. Si bien generalmente la cargaba por estar siempre tan arreglada, luego de haber pasado dos años junto a ella, aún se preguntaba cómo hacía para estar tan bien cada mañana. Mientras ella hablaba, él controlaba cada detalle: el color de las uñas, los labios, los aros... la hebillita que estaba usando en el pelo... la sombra de los ojos... Siempre le llamaban la atención sus pulseras. Las había descubierto la primera vez que la vio y desde entonces no la había visto sin ellas jamás... Tenía tres en cada muñeca, pero no eran siempre las mismas... Él era tan observador que notaba incluso el movimiento de su pelo al compás del viento... pero generalmente sus observaciones eran cortadas abruptamente por la típica pregunta que siempre hacía Margarita al finalizar sus monólogos: "¿Entendiste?". En esos momentos Juan no tenía otro remedio más que decir que sí, aunque de vez en cuando se permitía hacerle alguna pregunta sobre algo que recordara... entonces Margarita se daba cuenta de que no había oído ni la mitad de lo que ella acababa de decir. Con su típica inseguridad, Juan se preguntaba si Margarita pensaría que él era un tonto y entonces para disimular su falta de atención comenzaba a discutirle cosas obvias. Todo era entre risas, pero no había momento más divertido que sus discusiones... La mejor discusión que alguna vez habían tenido había sido debido al interrogante: ¿Si pongo nieve de Bariloche en una botella, la nieve se derrite y se hace agua y yo guardo esa botella con agua de nieve de Bariloche en el freezer y se congela de nuevo... tengo nieve de Bariloche otra vez? Margarita decía que no y Juan por su lado defendía la respuesta afirmativa. Como esa sobrevivieron mil situaciones más y, entre risas, argumentos y algún que otro grito, pasaban junto a sus dos amigos, cada uno de sus días.
Capítulo X: La Calma Posterior A La Tormenta
Juan seguía pensando en todo lo que podía haber hecho en aquel momento. Sentía que no podía hablar con nadie acerca del tema, creía que cualquiera al que le contara, incluyendo su amigo más íntimo, podría creer que él sólo deseaba estar más cerca de ella, pero en realidad él sólo quería consolarla y volver a verla sonreír como a él le gustaba. Entonces comenzó a formarse la imagen de Margarita sonriendo. Sí, sin dudas era así cómo él disfrutaba verla. Con sus mejillas enrojecidas y sus ojitos achicaditos. Pero no, en ese momento ver una sonrisa de Margarita era casi como hallar la olla al fin del arco iris. Él la veía desde la otra esquina del aula y ella estaba allí, mirando por la ventana como de costumbre; observando el cielo, el pasto, los árboles. Ya no con su mirada tormentosa, sino que ahora sus ojos brillaban muchísimo, incluso quizás más que los propios ojos de Juan.
Los días pasaban sin cruzar palabra con ella, mientras él veía como otro amigo la consolaba. Se sentía profundamente aliviado al ver que de a poco y de la mano de su amigo, la sonrisa regresaba al rostro de Margarita. De todos modos no podía evitar desear, muy dentro suyo, ser él quien lograra regresarle la sonrisa.
El tiempo iba pasando y el carácter de Margarita iba cambiando un poco. Se encerraba cada vez más en los amigos quienes la habían acompañado y en quienes ella creía que podía confiar plenamente. Con ellos había perdido gran parte de su timidez, ahora hablaba prácticamente de todo y sentía que finalmente podía contar con gente que externo a su familia. Pero no era éste el lado de la moneda que percibía Juan. Él seguía viéndolo todo desde la distancia, veía cómo ella se encerraba cada vez en sus amigos y dejaba de confiar en los demás. Pasaba cada vez más tiempo con las mismas tres o cuatro personas y, si bien seguía manteniendo relación con todo el mundo, ahora ya no necesitaba forzar las barreras de su timidez con gente ajena a quienes la acompañaban constantemente.
Juan observaba todo desde lejos, él tenía su propio grupo de amigos, tres chicas a quienes quería y con quienes había pasado un montón de cosas, pero él siempre deseaba estar en todos lados y con todos al mismo tiempo, por lo que Margarita y sus amigos comenzaron a hacerse cada vez más atractivos para él.
Como ya he dicho, Juan tenía un buen amigo muy cercano a Margarita, que ahora compartía todo el día con ella y sus amigas. Comenzó a acercarse cada vez más a él. Cada día hablaban un poco más y cada vez compartía más momentos con el resto de los amigos de Margarita, e incluso con ella misma de vez en cuando. Pero él estaba muy seguro de que sólo quería una amistad con ella, por nada del mundo se permitiría dar a entender otra cosa.
Sin que ellos mismos siquiera lo notara, comenzaron a pasar cada vez más tiempo juntos, conversando, estudiando, haciendo tareas, discutiendo por simplicidades y disfrutando de la compañía el uno del otro. Pero, para remarcar aún más el hecho de que no buscaba en Margarita nada más que una amiga, Juan no tardó en conseguirse una nueva novia. Esta vez ella sí era bonita. Aunque nadie la viera así, en realidad Margarita y ella eran bastante parecidas físicamente. Ambas tenían ojos oscuros, pelo lacio y castaño y había algo similar en sus rostros, aunque prácticamente nadie lo notaba.
Ya que hasta aquel momento Juan y Margarita eran sólo amigos, su relación siguió así, sin verse afectada por la aparición de esta nueva chica.
Así se acercó el fin de aquel curso, y para cerrar el año, nada mejor que un buen episodio dramático en el salón de “Segundo B”.
Todos los profesores estaban entregando las calificaciones finales a sus alumnos. Esa mañana Juan ponía en juego la aprobación de una materia en un examen especial que le tomarían. Había llegado dos días atrás desesperado, al escritorio de Margarita, pidiendo ayuda. Con una paciencia inigualable, ella le explicaba una y otra vez cada tema, como no era capaz de hacer con nadie más. Él sólo parecía entender las explicaciones de Margarita, con sus mil y un ejemplos y su dulzura característica.
Finalmente gracias a que ambos pusieron todo de sí, Juan logró preparase para su examen y tenía en su cabeza todo lo necesario para aprobarlo. Como las cosas no suelen salir bien con tanta facilidad, veinte minutos antes del examen, la profesora de Historia llegó al salón y leyó las calificaciones finales de cada uno. Si bien Juan estaba en condiciones de aprobar la materia, por uno de esos errores humanos, había pasado mal su calificación y había desaprobado. Margarita sintió un estremecimiento al ver cómo se transformaba el rostro de Juan, que tenía una tendencia natural al nerviosismo. Empezó a hacer mil suposiciones, creyendo que tendría que presentarse a rendir la materia y dando por sentado que si esto sucedería, jamás lograría aprobarla. Margarita podía ver cómo los ojos de Juan se tornaban vidriosos. El brillito característico que en él siempre se veía, ahora estaba borroso. Ella trató de hacer todo para tranquilizarlo, pero los nervios propios de Juan eran más fuertes que la calma que Margarita trataba de infundirle. Poco más tarde, el momento había llegado: tenía que presentarse y aprobar, sí o sí, su examen de Contabilidad. Según él, los nervios le habían quitado todo lo que había logrado entender en los dos días previos. Ahora sí que estaba incalmable. Decidida Margarita lo hizo sentarse en el escritorio delante al suyo y de este modo, y contra la voluntad de Juan, ella tomó posesión de la hoja con el examen y, sin que la profesora lo notara, resolvió cada punto. Devolvió la hoja a Juan, él reescribió todo con su letra; firmó y la entregó. Aún así él seguía nervioso. Creía que de todos modos no lograría pasar el examen y luego tendría que rendir Historia y Contabilidad también. Finalmente la profesora comenzó a corregir el examen, en presencia de ellos.
-¡Margarita, ven aquí ya mismo!- Exclamó emocionado Juan. Prácticamente la obligó a acercarse al escritorio donde estaba la profesora y ambos permanecieron allí parados, esperando la sentencia de su jueza. Juan cada vez estaba más nervioso. Sintió un impulso y en aquel momento su mente estaba tan bloqueada que no puso resistencia y tomó la mano de Margarita. Pasó el otro brazo por su cintura, como en busca de algún consuelo, y en ese momento la profesora levantó la vista un segundo, los miró y sonrió. Entonces Margarita, que ya había absorbido todos los nervios de Juan, decidió pasar su brazo por su espalda, como abrazándolo. En ese momento sintió como su espalda se estremecía a causa de los nervios y trató de abrazarlo un poco más fuerte, para tratar de calmarlo un poco. Entonces llegó el momento. Con dramatismo, decidieron que Margarita sería quien miraría primero la calificación. Así que rápidamente tomó la hoja y, orgullosa, dijo en voz alta: “Es un nueve”. Juan estaba tan emocionado que las palabras no le salían, por lo que sólo consiguió darle un abrazo. Hubiera deseado poder decir algo, aunque fuera sólo una palabra que resumiera cómo se sentía. Pero no, las palabras parecían no llegar a sus labios, entonces, decidido a hacerle ver lo que sentía, la apretó fuerte ente sus brazos. Tan fuerte que ella perdió la respiración por un instante. El rostro de Margarita estaba cómodamente apoyado en el pecho de Juan, y disfrutaba oír el latido de su corazón. Rápido, cada vez más rápido. Margarita subió una de sus manos hasta el cuello de Juan, para demostrarle que no tenía nada que agradecerle y así abrazarlo tan fuerte como pudiera. Sentía un calor en sus manos que hacia su corazón latir tan fuerte como nunca antes recordaba haberlo sentido. Ninguno de los dos recordaba en dónde estaban, ni que había treinta personas a su alrededor... ni que los minutos pasaban y ya todos estaban saliendo del salón... y ya tampoco recordaban la causa de aquel dramático abrazo. Margarita se acomodó un poco más en el pecho de Juan y ahora sentía nuevamente lo tibio de su cuello contra su propia mejilla.
Como ya es bien conocido por todos, ningún momento dura por siempre, aunque tanto Juan como Margarita no hubieran tenido nada que reprochar si el mundo se hubiera acabado entonces.
Los días pasaban sin cruzar palabra con ella, mientras él veía como otro amigo la consolaba. Se sentía profundamente aliviado al ver que de a poco y de la mano de su amigo, la sonrisa regresaba al rostro de Margarita. De todos modos no podía evitar desear, muy dentro suyo, ser él quien lograra regresarle la sonrisa.
El tiempo iba pasando y el carácter de Margarita iba cambiando un poco. Se encerraba cada vez más en los amigos quienes la habían acompañado y en quienes ella creía que podía confiar plenamente. Con ellos había perdido gran parte de su timidez, ahora hablaba prácticamente de todo y sentía que finalmente podía contar con gente que externo a su familia. Pero no era éste el lado de la moneda que percibía Juan. Él seguía viéndolo todo desde la distancia, veía cómo ella se encerraba cada vez en sus amigos y dejaba de confiar en los demás. Pasaba cada vez más tiempo con las mismas tres o cuatro personas y, si bien seguía manteniendo relación con todo el mundo, ahora ya no necesitaba forzar las barreras de su timidez con gente ajena a quienes la acompañaban constantemente.
Juan observaba todo desde lejos, él tenía su propio grupo de amigos, tres chicas a quienes quería y con quienes había pasado un montón de cosas, pero él siempre deseaba estar en todos lados y con todos al mismo tiempo, por lo que Margarita y sus amigos comenzaron a hacerse cada vez más atractivos para él.
Como ya he dicho, Juan tenía un buen amigo muy cercano a Margarita, que ahora compartía todo el día con ella y sus amigas. Comenzó a acercarse cada vez más a él. Cada día hablaban un poco más y cada vez compartía más momentos con el resto de los amigos de Margarita, e incluso con ella misma de vez en cuando. Pero él estaba muy seguro de que sólo quería una amistad con ella, por nada del mundo se permitiría dar a entender otra cosa.
Sin que ellos mismos siquiera lo notara, comenzaron a pasar cada vez más tiempo juntos, conversando, estudiando, haciendo tareas, discutiendo por simplicidades y disfrutando de la compañía el uno del otro. Pero, para remarcar aún más el hecho de que no buscaba en Margarita nada más que una amiga, Juan no tardó en conseguirse una nueva novia. Esta vez ella sí era bonita. Aunque nadie la viera así, en realidad Margarita y ella eran bastante parecidas físicamente. Ambas tenían ojos oscuros, pelo lacio y castaño y había algo similar en sus rostros, aunque prácticamente nadie lo notaba.
Ya que hasta aquel momento Juan y Margarita eran sólo amigos, su relación siguió así, sin verse afectada por la aparición de esta nueva chica.
Así se acercó el fin de aquel curso, y para cerrar el año, nada mejor que un buen episodio dramático en el salón de “Segundo B”.
Todos los profesores estaban entregando las calificaciones finales a sus alumnos. Esa mañana Juan ponía en juego la aprobación de una materia en un examen especial que le tomarían. Había llegado dos días atrás desesperado, al escritorio de Margarita, pidiendo ayuda. Con una paciencia inigualable, ella le explicaba una y otra vez cada tema, como no era capaz de hacer con nadie más. Él sólo parecía entender las explicaciones de Margarita, con sus mil y un ejemplos y su dulzura característica.
Finalmente gracias a que ambos pusieron todo de sí, Juan logró preparase para su examen y tenía en su cabeza todo lo necesario para aprobarlo. Como las cosas no suelen salir bien con tanta facilidad, veinte minutos antes del examen, la profesora de Historia llegó al salón y leyó las calificaciones finales de cada uno. Si bien Juan estaba en condiciones de aprobar la materia, por uno de esos errores humanos, había pasado mal su calificación y había desaprobado. Margarita sintió un estremecimiento al ver cómo se transformaba el rostro de Juan, que tenía una tendencia natural al nerviosismo. Empezó a hacer mil suposiciones, creyendo que tendría que presentarse a rendir la materia y dando por sentado que si esto sucedería, jamás lograría aprobarla. Margarita podía ver cómo los ojos de Juan se tornaban vidriosos. El brillito característico que en él siempre se veía, ahora estaba borroso. Ella trató de hacer todo para tranquilizarlo, pero los nervios propios de Juan eran más fuertes que la calma que Margarita trataba de infundirle. Poco más tarde, el momento había llegado: tenía que presentarse y aprobar, sí o sí, su examen de Contabilidad. Según él, los nervios le habían quitado todo lo que había logrado entender en los dos días previos. Ahora sí que estaba incalmable. Decidida Margarita lo hizo sentarse en el escritorio delante al suyo y de este modo, y contra la voluntad de Juan, ella tomó posesión de la hoja con el examen y, sin que la profesora lo notara, resolvió cada punto. Devolvió la hoja a Juan, él reescribió todo con su letra; firmó y la entregó. Aún así él seguía nervioso. Creía que de todos modos no lograría pasar el examen y luego tendría que rendir Historia y Contabilidad también. Finalmente la profesora comenzó a corregir el examen, en presencia de ellos.
-¡Margarita, ven aquí ya mismo!- Exclamó emocionado Juan. Prácticamente la obligó a acercarse al escritorio donde estaba la profesora y ambos permanecieron allí parados, esperando la sentencia de su jueza. Juan cada vez estaba más nervioso. Sintió un impulso y en aquel momento su mente estaba tan bloqueada que no puso resistencia y tomó la mano de Margarita. Pasó el otro brazo por su cintura, como en busca de algún consuelo, y en ese momento la profesora levantó la vista un segundo, los miró y sonrió. Entonces Margarita, que ya había absorbido todos los nervios de Juan, decidió pasar su brazo por su espalda, como abrazándolo. En ese momento sintió como su espalda se estremecía a causa de los nervios y trató de abrazarlo un poco más fuerte, para tratar de calmarlo un poco. Entonces llegó el momento. Con dramatismo, decidieron que Margarita sería quien miraría primero la calificación. Así que rápidamente tomó la hoja y, orgullosa, dijo en voz alta: “Es un nueve”. Juan estaba tan emocionado que las palabras no le salían, por lo que sólo consiguió darle un abrazo. Hubiera deseado poder decir algo, aunque fuera sólo una palabra que resumiera cómo se sentía. Pero no, las palabras parecían no llegar a sus labios, entonces, decidido a hacerle ver lo que sentía, la apretó fuerte ente sus brazos. Tan fuerte que ella perdió la respiración por un instante. El rostro de Margarita estaba cómodamente apoyado en el pecho de Juan, y disfrutaba oír el latido de su corazón. Rápido, cada vez más rápido. Margarita subió una de sus manos hasta el cuello de Juan, para demostrarle que no tenía nada que agradecerle y así abrazarlo tan fuerte como pudiera. Sentía un calor en sus manos que hacia su corazón latir tan fuerte como nunca antes recordaba haberlo sentido. Ninguno de los dos recordaba en dónde estaban, ni que había treinta personas a su alrededor... ni que los minutos pasaban y ya todos estaban saliendo del salón... y ya tampoco recordaban la causa de aquel dramático abrazo. Margarita se acomodó un poco más en el pecho de Juan y ahora sentía nuevamente lo tibio de su cuello contra su propia mejilla.
Como ya es bien conocido por todos, ningún momento dura por siempre, aunque tanto Juan como Margarita no hubieran tenido nada que reprochar si el mundo se hubiera acabado entonces.
jueves, 6 de enero de 2011
Capítulo IX: La Tormenta
Era un día extraño para Juan, sin saber por qué sentía algo raro y no podía identificarlo. Se había levantado, como ya era costumbre para él, más tarde de lo que debía, lo que le había hecho perder el colectivo y eso a su vez, había concluido con su llegada tarde al colegio.
Entró de golpe al salón, el profesor ya había comenzado a dar su clase, los chicos ya estaban sentados en los lugares de siempre y él seguía preguntándose qué era lo que le parecía extraño. Echó un rápido vistazo a todo el salón. Sí, todo era exactamente igual al día anterior. Pidió disculpas al profesor por haber llegado después de hora y notó que Margarita estaba sentada en el lugar de siempre. Entonces recordó que los dos días anteriores no había ido a la escuela. Mientras sacaba su carpeta siguió mirando a su alrededor y lo único extraño que notó fue la actitud de Margarita. Si bien ella no hablaba mucho cuando era temprano, aquel día parecía estar apagada, faltaba ese brillo que siempre parecía estar irradiando, según Juan. El profesor de Derecho Usual estaba dando una extensa charla sobre Personas Físicas y Personas Jurídicas y la atención de Juan no podía enfocarse en ambas cosas al mismo tiempo. Eso lo llevó a optar por preocuparse por Margarita y olvidarse completamente del ámbito jurídico. Pasaban los minutos y Juan, intrigado, seguía observándola desde lejos. Desde donde él se sentaba podía ver solamente su cabello que comenzaba a brillar a medida que el sol comenzaba a asomarse entre los árboles de la plaza. Se preguntó por qué Margarita sería tan fanática de los rulos y habría llegado al extremo de hacerse la permanente para tener el cabello rizado. Para él era mucho más bonita como era naturalmente, con su pelo lacio y brillante.
El tiempo pasó, la profesora de Matemática llegó y comenzó a llenar el pizarrón con ejercicios de Racionalización. Eso logró abstraerlo completamente a sus observaciones, el poco interés que podía sobrarle para algo que no fuese Margarita, en ese momento había desaparecido del todo. En un inesperado instante alguien lo llamó y Margarita volteó su cabeza, dejando ver su nublada mirada. Allí se encontraban todos los problemas, lo raro, lo maravilloso, lo dulce, lo puro y la tristeza más profunda se veían reflejados en ese momento en su mirada. Juan tembló, la mirada de Margarita nunca había sido tan oscura. Se preguntó qué podría hacer, pero algo en su interior lo hizo sentir incapaz de resolverlo.
Otra hora más pasó, Juan seguía temeroso de descubrir qué se ocultaba en Margarita. Por ese entonces, si bien la relación de Margarita y Juan era aún fría, ambos tenían un muy buen amigo en común. En un principio Juan no quiso comprometer a su amigo y preguntarle si sabía algo. Pero de todos modos se enteró de que, sin previo aviso, su abuela había fallecido dos días atrás. Él no supo qué hacer, supo lo delicado de la situación y deseaba poder decirle algo, pero prácticamente ya no existía relación entre ellos y eso se sumaba a su timidez característica.
Un rato más tarde, luego del recreo, descubrió a Margarita sola, mirando por la ventana del aula hacia la plaza. Respiró profundo, se acercó a ella y ella a su vez le lanzó otra tormentosa mirada. Él vio las nubes, los truenos, relámpagos y rayos que ella contenía. Entonces sus labios se abrieron y pronunciaron suavemente:
-Si te hace sentir mejor yo también extraño a la mía.
-¿Cómo sabes?
-No importa... Si quieres podemos extrañarlas juntos.- Propuso con su ternura e inocencia características, Juan.
Así pasaron un largo rato, sin hablar, sólo mirando por la ventana. Él habría deseado darle un abrazo y hacerla sentir mejor, ella le hubiera contado toda su historia con la esperanza de desahogarse un poco, pero lo cierto era que ambos eran aún demasiado tímidos para lograrlo. De todos modos, Margarita reconoció el dulce abrazo consolador de Juan en una mirada, y él se sintió aliviado al descubrir que ella ya se había desahogado un poco al decirle "Gracias".
Entró de golpe al salón, el profesor ya había comenzado a dar su clase, los chicos ya estaban sentados en los lugares de siempre y él seguía preguntándose qué era lo que le parecía extraño. Echó un rápido vistazo a todo el salón. Sí, todo era exactamente igual al día anterior. Pidió disculpas al profesor por haber llegado después de hora y notó que Margarita estaba sentada en el lugar de siempre. Entonces recordó que los dos días anteriores no había ido a la escuela. Mientras sacaba su carpeta siguió mirando a su alrededor y lo único extraño que notó fue la actitud de Margarita. Si bien ella no hablaba mucho cuando era temprano, aquel día parecía estar apagada, faltaba ese brillo que siempre parecía estar irradiando, según Juan. El profesor de Derecho Usual estaba dando una extensa charla sobre Personas Físicas y Personas Jurídicas y la atención de Juan no podía enfocarse en ambas cosas al mismo tiempo. Eso lo llevó a optar por preocuparse por Margarita y olvidarse completamente del ámbito jurídico. Pasaban los minutos y Juan, intrigado, seguía observándola desde lejos. Desde donde él se sentaba podía ver solamente su cabello que comenzaba a brillar a medida que el sol comenzaba a asomarse entre los árboles de la plaza. Se preguntó por qué Margarita sería tan fanática de los rulos y habría llegado al extremo de hacerse la permanente para tener el cabello rizado. Para él era mucho más bonita como era naturalmente, con su pelo lacio y brillante.
El tiempo pasó, la profesora de Matemática llegó y comenzó a llenar el pizarrón con ejercicios de Racionalización. Eso logró abstraerlo completamente a sus observaciones, el poco interés que podía sobrarle para algo que no fuese Margarita, en ese momento había desaparecido del todo. En un inesperado instante alguien lo llamó y Margarita volteó su cabeza, dejando ver su nublada mirada. Allí se encontraban todos los problemas, lo raro, lo maravilloso, lo dulce, lo puro y la tristeza más profunda se veían reflejados en ese momento en su mirada. Juan tembló, la mirada de Margarita nunca había sido tan oscura. Se preguntó qué podría hacer, pero algo en su interior lo hizo sentir incapaz de resolverlo.
Otra hora más pasó, Juan seguía temeroso de descubrir qué se ocultaba en Margarita. Por ese entonces, si bien la relación de Margarita y Juan era aún fría, ambos tenían un muy buen amigo en común. En un principio Juan no quiso comprometer a su amigo y preguntarle si sabía algo. Pero de todos modos se enteró de que, sin previo aviso, su abuela había fallecido dos días atrás. Él no supo qué hacer, supo lo delicado de la situación y deseaba poder decirle algo, pero prácticamente ya no existía relación entre ellos y eso se sumaba a su timidez característica.
Un rato más tarde, luego del recreo, descubrió a Margarita sola, mirando por la ventana del aula hacia la plaza. Respiró profundo, se acercó a ella y ella a su vez le lanzó otra tormentosa mirada. Él vio las nubes, los truenos, relámpagos y rayos que ella contenía. Entonces sus labios se abrieron y pronunciaron suavemente:
-Si te hace sentir mejor yo también extraño a la mía.
-¿Cómo sabes?
-No importa... Si quieres podemos extrañarlas juntos.- Propuso con su ternura e inocencia características, Juan.
Así pasaron un largo rato, sin hablar, sólo mirando por la ventana. Él habría deseado darle un abrazo y hacerla sentir mejor, ella le hubiera contado toda su historia con la esperanza de desahogarse un poco, pero lo cierto era que ambos eran aún demasiado tímidos para lograrlo. De todos modos, Margarita reconoció el dulce abrazo consolador de Juan en una mirada, y él se sintió aliviado al descubrir que ella ya se había desahogado un poco al decirle "Gracias".
miércoles, 5 de enero de 2011
Capítulo VIII: La Calma Que Precede A La Tormenta
Luego de aquellas vacaciones en las que Margarita logró olvidarse completamente de todo, recomenzaron las clases y sí... Juan estaba allí otra vez.
Volvieron a encontrarse pero ninguno si quiera se animó a mirar al otro a los ojos, efectivamente ambos temían descubrir una verdad que no querían aceptar.
Margarita, que no había vuelto a pensar en Juan durante aquellos tres meses, sentía que ya había superado aquella infantil idea. Juan aún sentía deseos de conocerla más, se preguntaba qué cruzaba por su mente mientras miraba por las ventanas del colegio la plaza que estaba frente a este. Quería descubrir el misterio de aquel corazón que, después de todos esos meses en los que él había tratado de alejarse, seguía cautivándolo, aún más que cuando la vio por primera vez.
Pero él admitía que eran sumamente diferentes entre sí, y creía que aquellas diferencias eran motivos suficientes para no arriesgarse a lastimarla y lastimarse a sí mismo, por la simple curiosidad que ella despertaba en él. Tenía razón en muchas cosas: si bien eran extremadamente diferentes en varios aspectos, lo que podía ser motivo suficiente como para que una relación entre ellos no funcionara, también tenían muchísimos puntos en común, que daban vuelta el resultado del partido en el último minuto. Sus caracteres por ejemplo, eran muy similares... Ambos temían decir lo que en verdad sentían, y trataban de disimularlo de diferentes formas. Ella aprovechaba que podía mantener conversaciones sobre gran variedad de temas, y de ese modo podía llegar a ser una persona locuaz y muy simpática en todo tipo de charlas. El problema llegaba cuando necesitaba hablar sobre sus propios sentimientos. Sí, aquel tema que debía ser el que más conociera, era el que más le costaba dominar. En su casa, con su familia más cercana se le hacía un poquito más fácil hablar acerca de cómo se sentía pero, de todos modos, siempre le costaba bastante hacerlo. Juan disfrazaba su timidez con una mezcla extraña entre dulzura y simpatía, siempre procuraba preocuparse acerca de cómo estaban los demás, eso lo hacía ver atento y considerado, al tiempo que le evitaba tener que hablar sobre sí mismo. Era esto lo que lo hacía verse dulce también porque era obvio que en verdad se interesaba por saber cómo se encontraba la gente que en verdad le importaba y también disfrutaba escuchándolos.
Mientras ambos trataban de ocultar y disimular todo lo que sentían cuando solamente sus miradas se cruzaban, el tiempo seguía pasando. Ya hacía más de un año que se conocían, pero ahora ya prácticamente ni hablaban. Sólo las palabras necesarias cuando la ocasión lo hacía necesario. No era intencional, si hubiera sido necesario podrían haber pasado horas completas hablando y hablando sobre cualquier cosa. Pero ambos temían que sus intenciones pudieran malinterpretarse y no deseaban volver a caer en la confusión que ya antes habían tenido que aprender a superar.
Todo esto generó un ambiente tranquilo para ambos: era sumamente dulce cruzarse en un pasillo del colegio, mirarse a los ojos por unos instantes y descubrir toda la magia que sólo se hacía presente cuando ellos estaban juntos. Pero ellos sólo permanecían así unos segundos, luego seguía cada uno su camino y eso era todo. Esto generó otra serie de divertidas situaciones, como un día en que Margarita tuvo que ir a buscar libros a la biblioteca del colegio. Tardó cierto rato en encontrarlos y cuando lo hizo descubrió que estaban en el estante más alto. En ese momento exacto llegó él quien, del modo más amable posible, la ayudó a bajarlos y luego los llevó hasta el salón por ella. Hechos como ése se fueron sucediendo durante algunos meses, pero ambos trataban de pasarlos por alto.
Volvieron a encontrarse pero ninguno si quiera se animó a mirar al otro a los ojos, efectivamente ambos temían descubrir una verdad que no querían aceptar.
Margarita, que no había vuelto a pensar en Juan durante aquellos tres meses, sentía que ya había superado aquella infantil idea. Juan aún sentía deseos de conocerla más, se preguntaba qué cruzaba por su mente mientras miraba por las ventanas del colegio la plaza que estaba frente a este. Quería descubrir el misterio de aquel corazón que, después de todos esos meses en los que él había tratado de alejarse, seguía cautivándolo, aún más que cuando la vio por primera vez.
Pero él admitía que eran sumamente diferentes entre sí, y creía que aquellas diferencias eran motivos suficientes para no arriesgarse a lastimarla y lastimarse a sí mismo, por la simple curiosidad que ella despertaba en él. Tenía razón en muchas cosas: si bien eran extremadamente diferentes en varios aspectos, lo que podía ser motivo suficiente como para que una relación entre ellos no funcionara, también tenían muchísimos puntos en común, que daban vuelta el resultado del partido en el último minuto. Sus caracteres por ejemplo, eran muy similares... Ambos temían decir lo que en verdad sentían, y trataban de disimularlo de diferentes formas. Ella aprovechaba que podía mantener conversaciones sobre gran variedad de temas, y de ese modo podía llegar a ser una persona locuaz y muy simpática en todo tipo de charlas. El problema llegaba cuando necesitaba hablar sobre sus propios sentimientos. Sí, aquel tema que debía ser el que más conociera, era el que más le costaba dominar. En su casa, con su familia más cercana se le hacía un poquito más fácil hablar acerca de cómo se sentía pero, de todos modos, siempre le costaba bastante hacerlo. Juan disfrazaba su timidez con una mezcla extraña entre dulzura y simpatía, siempre procuraba preocuparse acerca de cómo estaban los demás, eso lo hacía ver atento y considerado, al tiempo que le evitaba tener que hablar sobre sí mismo. Era esto lo que lo hacía verse dulce también porque era obvio que en verdad se interesaba por saber cómo se encontraba la gente que en verdad le importaba y también disfrutaba escuchándolos.
Mientras ambos trataban de ocultar y disimular todo lo que sentían cuando solamente sus miradas se cruzaban, el tiempo seguía pasando. Ya hacía más de un año que se conocían, pero ahora ya prácticamente ni hablaban. Sólo las palabras necesarias cuando la ocasión lo hacía necesario. No era intencional, si hubiera sido necesario podrían haber pasado horas completas hablando y hablando sobre cualquier cosa. Pero ambos temían que sus intenciones pudieran malinterpretarse y no deseaban volver a caer en la confusión que ya antes habían tenido que aprender a superar.
Todo esto generó un ambiente tranquilo para ambos: era sumamente dulce cruzarse en un pasillo del colegio, mirarse a los ojos por unos instantes y descubrir toda la magia que sólo se hacía presente cuando ellos estaban juntos. Pero ellos sólo permanecían así unos segundos, luego seguía cada uno su camino y eso era todo. Esto generó otra serie de divertidas situaciones, como un día en que Margarita tuvo que ir a buscar libros a la biblioteca del colegio. Tardó cierto rato en encontrarlos y cuando lo hizo descubrió que estaban en el estante más alto. En ese momento exacto llegó él quien, del modo más amable posible, la ayudó a bajarlos y luego los llevó hasta el salón por ella. Hechos como ése se fueron sucediendo durante algunos meses, pero ambos trataban de pasarlos por alto.
Capítulo VII: ¿Desenlace?
Así fue transcurriendo aquella historia, entre idas y vueltas, indecisiones e innumerables dudas, muchas veces indisolubles. El año fue llegando a su fin, y como sucede en Sudamérica, diciembre lleva consigo el verano, Navidad, Año Nuevo y el fin del año escolar. El cumpleaños de Margarita se acercaba y las clases llegaban a su fin. Pasaron los exámenes finales y entonces sólo quedaba un adiós que duraría tres meses. Hasta marzo del año entrante no volverían a verse y ella se preguntaba cómo sería aquel adiós, que debería valer la pena recordar. Quizás no fuera sólo un adiós, quizás fuera el momento en que finalmente sucediera algo. Sí, ese momento que ella había esperado desde el instante en que lo vio por primera vez. Quizás él se cuestionara si volvería a verla el año siguiente, y eso lo habría hecho sentirse entre la espada y la pared, y finalmente sintiera que era el momento de acercarse más. Pero no, ninguna de aquellas fantasías de cuentos de hadas se hizo realidad. Él jamás dijo una palabra al respecto y, luego del acto de fin de año, no hizo otra cosa más que saludarla con la mano desde la esquina del colegio. En un comienzo ella se enojó de forma desmedida: ¿cómo podía ser que luego de todo lo que habían pasado durante ese año no se dignara a acercarse y, aunque sea, decirle un adiós con palabras, no sólo con un gesto? ¿O sería que todo lo vivido durante aquel año no significaba nada para él? ¿Tan rápido se había olvidado de todo?, ¿Tan insensible era?
Pasó su cumpleaños. Él la saludó un día más tarde y ni siquiera lo hizo directamente, le pidió a una amiga que le mandara saludos de parte suya en un simple mensaje de texto. En ese momento se sintió extraña, por un lado la simple idea de que su amiga le mandara los saludos de Juan la había hecho volver a ilusionarse como una niña que sueña con su príncipe azul, y por el otro, se sentía la imbécil más grande porque probablemente había sido su amiga la que había inventado eso para hacerla sentir bien unos instantes.
Pasó Navidad. Pasó Año Nuevo. Pasó medio verano y llegaron las vacaciones de la familia: dos semanas en un departamento que alquilaron frente al mar. Ella amaba tanto el mar que ni siquiera recordó a ese que creía amar sobremanera. Mientras miraba el mar una noche, entonces descubrió que seguramente su amor no era tan intenso ni tan real como una vez había creído.
No volvió a pensar en ningún otro momento del resto del verano en aquel sujeto que tantos dolores de corazón le había causado, al ver que amaba a alguien más, o que tantas taquicardias le había dado, cuando la ayudaba a levantar los cuarenta cuadernos.
Aquellos tres meses pasaron tan tranquilamente y ella pensó tan poco en él que sólo recordó toda su historia cuando el momento de recomenzar las clases se acercó una vez más, y entonces se preguntó si volverían a encontrarse. Fuera como fuera, ahora ella ya no se sentía enamorada, estaba lista para encontrar otro amor, y segura de que el año anterior había sido sólo otra víctima de un común "enamoramiento adolescente".
Pasó su cumpleaños. Él la saludó un día más tarde y ni siquiera lo hizo directamente, le pidió a una amiga que le mandara saludos de parte suya en un simple mensaje de texto. En ese momento se sintió extraña, por un lado la simple idea de que su amiga le mandara los saludos de Juan la había hecho volver a ilusionarse como una niña que sueña con su príncipe azul, y por el otro, se sentía la imbécil más grande porque probablemente había sido su amiga la que había inventado eso para hacerla sentir bien unos instantes.
Pasó Navidad. Pasó Año Nuevo. Pasó medio verano y llegaron las vacaciones de la familia: dos semanas en un departamento que alquilaron frente al mar. Ella amaba tanto el mar que ni siquiera recordó a ese que creía amar sobremanera. Mientras miraba el mar una noche, entonces descubrió que seguramente su amor no era tan intenso ni tan real como una vez había creído.
No volvió a pensar en ningún otro momento del resto del verano en aquel sujeto que tantos dolores de corazón le había causado, al ver que amaba a alguien más, o que tantas taquicardias le había dado, cuando la ayudaba a levantar los cuarenta cuadernos.
Aquellos tres meses pasaron tan tranquilamente y ella pensó tan poco en él que sólo recordó toda su historia cuando el momento de recomenzar las clases se acercó una vez más, y entonces se preguntó si volverían a encontrarse. Fuera como fuera, ahora ella ya no se sentía enamorada, estaba lista para encontrar otro amor, y segura de que el año anterior había sido sólo otra víctima de un común "enamoramiento adolescente".
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