lunes, 12 de julio de 2010

La Balsa De Oro: Parte VIII

-¿Por qué sonríes?- preguntó Manuel


-Nada, nada… sólo que…

-¿No crees en aquella historia, o sí?

-No es eso, es que… cuando estabas callado mirando el mar parecías tan tranquilo y callado todo el tiempo…

-¿Y ahora?

-Ahora luces como un niño

-¿Un niño?

-Sí, en el buen sentido… Es decir, cada vez que hablas de la historia abres los ojos y aparece una enorme sonrisa en tu rostro.

-¿De verdad?, nadie me lo había dicho antes.

-Quizás nadie había puesto atención

-¿En mí o en el relato?

-En ninguno de los dos.

En ese momento Manuel detuvo el auto y señaló, entre el millón de estrellas lejanas que se veían en aquel cielo tormentoso, una luz que brillaba nítidamente. No tuvo que usar palabras para que ella se diera cuenta de qué ese era su destino y algo le hizo creer que estaba extremadamente lejos de donde se encontraban.

Dejaron el auto en el fin de una calle y bajaron a la playa. Graciela comenzó a caminar lento, creyendo que l faro estaba a kilómetros de distancia y que de ese modo se cansaría menos, pero Manuel la sorprendió diciendo:

-Sólo está a unos 200 m... Sólo hay que subir una pequeña colina.

Graciela se sintió engañada por sus propios ojos de modo que aceleró notablemente el paso.

Era exactamente media noche cuando llegaron al faro y unos cinco minutos más tarde comenzó la anunciada tormenta. Manuel intercambió algunos saludos con los muchachos del lugar y luego nos condujeron por un largo pasillo. Se sentían los truenos retumbar en todo el lugar y al llegar al inmenso cuarto, con paredes de vidrio en todas las direcciones (excepto en donde se encontraba la puerta que daba al pasillo). Desde aquel cuarto, donde uno olvidaba la existencia de los vidrios, en lo alto de una alejada torre, parecía que el mundo esta a punto de abrirse en dos.

Los rayos caían en la costa y sobre el mar con una ira que ella jamás había visto antes.

-No te distraigas con los rayos, no es eso lo que vinimos a buscar.- Dijo Manuel

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