con la bruma que generaba la tormenta, lo único que se distinguía con claridad era la luz del faro.
-Necesitaré que remes... sólo no puedo- dijo el hombre mirando a Manuel. En ese momento Graciela reconoció a Hernán.
Entre los dos remaban al doble de velocidad y Graciela creyó que jamás volvería a tierra firme. Las olas los envolvían constantemente y la tormenta parecía cada vez más fuerte. En el medio de las olas, distante hacia una diagonal, Graciela creyó ver lo que tanto buscaban, y un fuerte escalofrío le recorrió el cuerpo.
-¡Hacia la derecha, muchachos!- dijo Graciela dudando de lo que acababa de ver.
Los dos hermanos comenzaron a remar alimentando excesivamente sus esfuerzos y en un momento se vieron envueltos en olas gigantescas.
-¡Allí está! ¡La veo, la veo!- gritaba Manuel con una sonrisa en el rostro.
Hernán comenzó a remar rápidamente, para así acercarse lo suficiente gritó: ¡Salten!
Manuel fue el primero en poner un pie en aquella leyenda flotante y luego hizo una seña, indicándole a Graciela que saltara con él. Ambos se encontraban ya en la balsa cuando llegó el turno de Hernán y, entre las olas cada vez más revueltas, las balsas comenzaron a separarse. La tormenta era cada vez más intensa y mientras Manuel se estiró para sujetar a Hernán, tanto la balsa como el pequeño bote se dieron vuelta arrojando a los tres al agua, sin darle chance a ninguno de aferrarse a algo. Los tres se hundieron rápidamente y quedaron dramáticamente separados por las olas.
Lo próximo que reconocieron fue la terraza del bar, porque poco después de que cayeron al agua, los tres perdieron el conocimiento mientras intentaban, inútilmente, nada hasta la orilla...
-¿Qué pasó?- Fue lo primero que preguntó Hernán al despertar en el piso
-¿Dónde estoy?- dijo a su vez Graciela sin poder reconocer el lugar.
Manuel aún yacía inconsciente en el piso.
-Luego de que su hermano lo vino a buscar todos los que estábamos en el bar salimos a la terraza a ver qué pasaba- dijo un hombre de la multitud.
-¿Vieron todo lo que pasó?- Intervino Graciela
-Sí, vimos que habían caído al agua y fuimos a buscarlos.
-¿Quién nos sacó del agua?- preguntó Hernán
-No hizo falta; las olas los arrojaron a las rocas.
-¡¡LA BALSA!!- gritó Manuel, incorporándose del piso y asomándose por la terraza para ver el mar.
-No querrán saber lo que le pasó a la balsa...
-¿Lo mismo que hace 200 años?
-Exactamente lo mismo... desapareció luego de la tormenta.
viernes, 30 de julio de 2010
viernes, 16 de julio de 2010
La Balsa De Oro: Parte IX
¿Y qué se supone que haga?
-Sólo mira el horizonte
Dos horas más tarde, la tormenta era una gloriosa explosión de colores y de un momento a otro Graciela creyó ver un reflejo en el horizonte.
-¡¿Lo viste?!- Exclamó Manuel
-¿Seguro que no fue un rayo?
-¡No, es la balsa!- gritó al tiempo que se ponía de pie y corría por el pasillo oscuro. Graciela no tuvo más opción que seguirlo y en menos de dos minutos estuvieron en la arena, bajo la lluvia.
-¿A dónde vamos?- gritó Graciela
-¡Espera y verás!- Respondió Manuel, mientras daba la vuelta al faro corriendo.
Del otro lado Graciela descubrió que había, en un pequeñísimo muelle, un botecito con un hombre esperándolos.
-¿Qué piensas hacer?
-¡Vamos tras la balsa de oro! ¿Vienes conmigo, no?
Graciela no respondió nada, Manuel sólo la ayudó a meterse al bote, sin perder un minuto más.
-¡Ya lo he hecho antes!... ¡Pero esta vez la atraparé!- dijo más que entusiasmado, Manuel.
Un hombre los estaba esperando en el bote. Comenzó a remar y en menos de cinco minutos estaban en el medio del mar y,
-Sólo mira el horizonte
Dos horas más tarde, la tormenta era una gloriosa explosión de colores y de un momento a otro Graciela creyó ver un reflejo en el horizonte.
-¡¿Lo viste?!- Exclamó Manuel
-¿Seguro que no fue un rayo?
-¡No, es la balsa!- gritó al tiempo que se ponía de pie y corría por el pasillo oscuro. Graciela no tuvo más opción que seguirlo y en menos de dos minutos estuvieron en la arena, bajo la lluvia.
-¿A dónde vamos?- gritó Graciela
-¡Espera y verás!- Respondió Manuel, mientras daba la vuelta al faro corriendo.
Del otro lado Graciela descubrió que había, en un pequeñísimo muelle, un botecito con un hombre esperándolos.
-¿Qué piensas hacer?
-¡Vamos tras la balsa de oro! ¿Vienes conmigo, no?
Graciela no respondió nada, Manuel sólo la ayudó a meterse al bote, sin perder un minuto más.
-¡Ya lo he hecho antes!... ¡Pero esta vez la atraparé!- dijo más que entusiasmado, Manuel.
Un hombre los estaba esperando en el bote. Comenzó a remar y en menos de cinco minutos estaban en el medio del mar y,
lunes, 12 de julio de 2010
La Balsa De Oro: Parte VIII
-¿Por qué sonríes?- preguntó Manuel
-Nada, nada… sólo que…
-¿No crees en aquella historia, o sí?
-No es eso, es que… cuando estabas callado mirando el mar parecías tan tranquilo y callado todo el tiempo…
-¿Y ahora?
-Ahora luces como un niño
-¿Un niño?
-Sí, en el buen sentido… Es decir, cada vez que hablas de la historia abres los ojos y aparece una enorme sonrisa en tu rostro.
-¿De verdad?, nadie me lo había dicho antes.
-Quizás nadie había puesto atención
-¿En mí o en el relato?
-En ninguno de los dos.
En ese momento Manuel detuvo el auto y señaló, entre el millón de estrellas lejanas que se veían en aquel cielo tormentoso, una luz que brillaba nítidamente. No tuvo que usar palabras para que ella se diera cuenta de qué ese era su destino y algo le hizo creer que estaba extremadamente lejos de donde se encontraban.
Dejaron el auto en el fin de una calle y bajaron a la playa. Graciela comenzó a caminar lento, creyendo que l faro estaba a kilómetros de distancia y que de ese modo se cansaría menos, pero Manuel la sorprendió diciendo:
-Sólo está a unos 200 m... Sólo hay que subir una pequeña colina.
Graciela se sintió engañada por sus propios ojos de modo que aceleró notablemente el paso.
Era exactamente media noche cuando llegaron al faro y unos cinco minutos más tarde comenzó la anunciada tormenta. Manuel intercambió algunos saludos con los muchachos del lugar y luego nos condujeron por un largo pasillo. Se sentían los truenos retumbar en todo el lugar y al llegar al inmenso cuarto, con paredes de vidrio en todas las direcciones (excepto en donde se encontraba la puerta que daba al pasillo). Desde aquel cuarto, donde uno olvidaba la existencia de los vidrios, en lo alto de una alejada torre, parecía que el mundo esta a punto de abrirse en dos.
Los rayos caían en la costa y sobre el mar con una ira que ella jamás había visto antes.
-No te distraigas con los rayos, no es eso lo que vinimos a buscar.- Dijo Manuel
-Nada, nada… sólo que…
-¿No crees en aquella historia, o sí?
-No es eso, es que… cuando estabas callado mirando el mar parecías tan tranquilo y callado todo el tiempo…
-¿Y ahora?
-Ahora luces como un niño
-¿Un niño?
-Sí, en el buen sentido… Es decir, cada vez que hablas de la historia abres los ojos y aparece una enorme sonrisa en tu rostro.
-¿De verdad?, nadie me lo había dicho antes.
-Quizás nadie había puesto atención
-¿En mí o en el relato?
-En ninguno de los dos.
En ese momento Manuel detuvo el auto y señaló, entre el millón de estrellas lejanas que se veían en aquel cielo tormentoso, una luz que brillaba nítidamente. No tuvo que usar palabras para que ella se diera cuenta de qué ese era su destino y algo le hizo creer que estaba extremadamente lejos de donde se encontraban.
Dejaron el auto en el fin de una calle y bajaron a la playa. Graciela comenzó a caminar lento, creyendo que l faro estaba a kilómetros de distancia y que de ese modo se cansaría menos, pero Manuel la sorprendió diciendo:
-Sólo está a unos 200 m... Sólo hay que subir una pequeña colina.
Graciela se sintió engañada por sus propios ojos de modo que aceleró notablemente el paso.
Era exactamente media noche cuando llegaron al faro y unos cinco minutos más tarde comenzó la anunciada tormenta. Manuel intercambió algunos saludos con los muchachos del lugar y luego nos condujeron por un largo pasillo. Se sentían los truenos retumbar en todo el lugar y al llegar al inmenso cuarto, con paredes de vidrio en todas las direcciones (excepto en donde se encontraba la puerta que daba al pasillo). Desde aquel cuarto, donde uno olvidaba la existencia de los vidrios, en lo alto de una alejada torre, parecía que el mundo esta a punto de abrirse en dos.
Los rayos caían en la costa y sobre el mar con una ira que ella jamás había visto antes.
-No te distraigas con los rayos, no es eso lo que vinimos a buscar.- Dijo Manuel
miércoles, 7 de julio de 2010
La Balsa De Oro -- Parte VII
Poco más tarde regresaron a la terraza del café y siguieron observando el reflejo dorado entre las olas desde lejos.
Graciela no creía que aquella leyenda fuera cierta, no tenía ningún sentido que un barquito de oro siguiera en aquellas aguas desde hacía doscientos años, pero estaba empezando a sentir simpatía por Manuel
-Va a sonarte raro, pero ¿no te gustaría ir a observarlo desde el faro?
-¿El faro? ¿Hay un faro aquí?
-no está exactamente aquí… está como a media hora en auto
-¿Y, cómo llegaremos hasta allí? Además es medianoche… mejor regreso mañana temprano y vamos allá… -dijo Graciela pensando en qué pasaría si en su casa descubrieran que ella no estaba.
-¡Vamos! ¿Te asusta un poco de aventura?
-Pensé que querías hacerlo por diversión, no por aventura
-La aventura me divierte, ¿a ti no? ¿Además, qué puede salir mal?
-Tienes razón… pero ¿Cómo entraremos en el faro a esta hora?
-No hay problema… He ido un montón de veces durante la noche, nunca logré ver nada, pero tienen telescopios y otros artefactos muy potentes y precisos…
-¿Los telescopios no son para mirar las estrellas, no las olas?- dijo Graciela riéndose
-Tú sigues burlándote de todo… ya verás que no son puras habladurías…
Así que Graciela aceptó ir con Manuel al faro a poner a prueba el mito más antiguo de aquel pueblo.
-Sólo espérame un momento en el bar, yo iré a buscar mi auto- dijo Manuel con el entusiasmo de un niño de cinco años.
Graciela esperó mientras le contaba todo a Hernán, decía que no creía ni una sola palabra de aquella antigua leyenda de pueblo, pero sabía bien que su hermano no pensaba lo mismo, y que desde que era un niño había sentido una curiosidad especial por aquella historia.
De un momento a otro Manuel apareció con su auto. Graciela no estaba muy segura de aquel paseo hasta el faro, y no tenía el menor interés en aquella fábula, pero el entusiasmo de Manuel parecía crecer más a cada minuto “probablemente sólo está tratando de tener una cita” se dijo Graciela a sí misma.
Graciela no creía que aquella leyenda fuera cierta, no tenía ningún sentido que un barquito de oro siguiera en aquellas aguas desde hacía doscientos años, pero estaba empezando a sentir simpatía por Manuel
-Va a sonarte raro, pero ¿no te gustaría ir a observarlo desde el faro?
-¿El faro? ¿Hay un faro aquí?
-no está exactamente aquí… está como a media hora en auto
-¿Y, cómo llegaremos hasta allí? Además es medianoche… mejor regreso mañana temprano y vamos allá… -dijo Graciela pensando en qué pasaría si en su casa descubrieran que ella no estaba.
-¡Vamos! ¿Te asusta un poco de aventura?
-Pensé que querías hacerlo por diversión, no por aventura
-La aventura me divierte, ¿a ti no? ¿Además, qué puede salir mal?
-Tienes razón… pero ¿Cómo entraremos en el faro a esta hora?
-No hay problema… He ido un montón de veces durante la noche, nunca logré ver nada, pero tienen telescopios y otros artefactos muy potentes y precisos…
-¿Los telescopios no son para mirar las estrellas, no las olas?- dijo Graciela riéndose
-Tú sigues burlándote de todo… ya verás que no son puras habladurías…
Así que Graciela aceptó ir con Manuel al faro a poner a prueba el mito más antiguo de aquel pueblo.
-Sólo espérame un momento en el bar, yo iré a buscar mi auto- dijo Manuel con el entusiasmo de un niño de cinco años.
Graciela esperó mientras le contaba todo a Hernán, decía que no creía ni una sola palabra de aquella antigua leyenda de pueblo, pero sabía bien que su hermano no pensaba lo mismo, y que desde que era un niño había sentido una curiosidad especial por aquella historia.
De un momento a otro Manuel apareció con su auto. Graciela no estaba muy segura de aquel paseo hasta el faro, y no tenía el menor interés en aquella fábula, pero el entusiasmo de Manuel parecía crecer más a cada minuto “probablemente sólo está tratando de tener una cita” se dijo Graciela a sí misma.
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